Las aventuras de Deperente XLVI
Con quince años, Deperente
bajó solo al Bronx por primera vez porque se decía que allí se escuchaba el
auténtico blues que no nacía de las orillas del Missisipi, aquel que tenía más
de verdad fuera de la raíz de su mundo. Y fue cierto. Y allí bebió bourbon junto
a hombres sin máscaras, y se sintió hombre por primera vez. Y se sintió ser
libre entre gente descarnada que cantaba lo que el día le había dado. Allí le
regalaron su primer sombrero, que olía a algodón. Y nadie se extrañó de verse
con un chico tan joven. Nadie le preguntó nada sobre su vida, sino que fue
acogido como uno más de entre los que no se arrepienten de sus arrepentimientos.
Fue hombre en campos abiertos y se sintió importante, con la importancia de los
que se saben fuertes porque se saben de nadie siendo de todos.
A los tres días de su
desaparición, un policía muy pasado de peso vino a rescatarlo y lo condujo de
nuevo a la realidad.
De cualquier manera, su
vida siguió sonando a música, y su esqueleto se movió siempre entre una gota de
agua a punto de caer, y la huida.
(Modisto)
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