COMUNIDAD DE CIENTO UN DESAHUCIADOS EN VEINTITRÉS PALABRAS

XLIX

El viejo repetía su letanía diaria: Si estuve para trabajar, estoy para beberme el mundo que se quedó atrincherado en mi último vómito.

(Modisto)

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XLVIII

Planchaba las sábanas del hotel con delicadeza, mientras con descuido de princesa abandonada se quedaba dormida, agotada sobre la tabla en extraño equilibrio.

(Modisto)

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XLVII

Nadie llamó a la puerta en semanas. Ni ninguna voz lo hizo desde la calle. Era triste morir así. Al cementerio acudieron todos.

(Modisto)

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XLVI

Aquella mañana corroboraron sus sospechas: se hacía mayor. Pero no viejo. Ahora era un jubilado. El despertador no sonaría, pero sí su lucha.

(Modisto)

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XLV

Dejó de asustarse de tantos miedos, de la tristeza de ser juzgada viva solo porque respiraba, que voló inmortal cuando desactivaron la máquina.

(Modisto)

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XLIV

Primero sintió una opresión en el pecho, luego un vacío en la cuenca de los ojos, finalmente, un  desafío sin tiempo para cumplirlo.

(Modisto)

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XLIII

La noche le traía terrores infatigables de monstruos coleccionistas de corazones resquebrajados por amores imposibles. En casa, la rutina dormía con su soledad.

(Modisto)

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XLII

Como nunca supimos de dónde ni adónde íbamos o veníamos, decidimos decirle no al tiempo, y de tanto esperar, se nos hizo tarde.

(Modisto)