AÚN
POR ESCRIBIRSE
Mi padre se suicidó
cuando yo tenía diez años y él unos cincuenta, siempre fue tardío para muchas
cosas como para la de engendrar un hijo al que nunca quiso, aunque yo a él
siempre lo quise como padre, a pesar de que lo único que hizo por mí fue
acostarse con mi madre cuando aún ambos se querían, lamentablemente yo jamás
conocí ese amor, probablemente heredé de mi padre ese llegar tardío a las
cosas, y a enseñarme a coger caracoles en el campo, y en una de esas cacerías
menores, fue al volver, cuando nos dimos cuenta de que mi madre y su esposa,
que eran la misma persona pero no la misma que mi padre había conocido en ese
tiempo fulminado de besos y caricias, murió después de una estruendosa y mala
caída en un bosque de grifos y azulejos que siempre quedan abombados y están a
punto de provocar caídas sobre su frialdad, y que de esa tristeza que a mí
apenas me supo a nada, pues mi madre que sí bien me quiso pero yo a ella no,
quizás por aquello de la rebeldía al cariño materno y compensarlo con el desapego
de un padre solo preocupado por sí mismo, tan solo me supo, eso sí, a un
recuerdo casi marchitado y que se renace en el ciclo de los tiempos imprevistos
que van y vienen sin control, y que seguramente ya nada tiene que ver con lo
sucedido, pero lo que sí tiene que ver es que él también murió, así de egoísta
era mi padre, en una táctica perfectamente comprensible de quererse muerto una
vez que su amor de un pasado ya irreconocible, lo había hecho, aunque la sonata
de la vida de su hijo, al que nunca quiso por estar siempre ocupado de sus
cosas, seguro que más importantes, estuviera aún por escribirse.
(Modisto)