Las aventuras de Deperente XV
Cuando llegas a la Comisaría número siete
del distrito veintitrés de la ciudad de Nueva York, la primera persona que te
encuentras es un hombre singular, de abdomen abultado y que viste siempre el
traje oficial de gala con botones dorados redondos de un diámetro de hasta no
poder más, abrochados todos, desde el cuello hasta casi los tobillos.
-Soy el sargento
Sinpersonalidad, ¿en qué puedo servirle?
Esas palabras las repite
cientos de veces durante el día, y siempre lo hace con la misma sonrisa falsa
de un profesional de la recepción de quejas, quebrantos y denuncias varias. El
tono es el mismo si el oyente es un ministro perdido o una prostituta de
barrio. Pero Sinpersonalidad no era una máquina, y tras muchos años de
servicios intachables, levantó la voz a una mujer enamorada.
-¿Qué se ha creído, que
esto es una agencia matrimonial?
Y no. No lo era. Era una
comisaría caótica en medio de una ciudad caótica que pertenecía a un mundo
caótico.
La mujer replegó velas,
agachó su cabeza y se marchó con su ojo amoratado y su costilla rota dispuesta
a inundarse en la marea de las almas urbanas.
“No, pero si yo aún lo
quiero”, fueron las primeras palabras que le dirigió a Deperente cuando la
rescató ya cerca de la puerta de salida del edificio al ver que ella estuvo a
punto de caer desmayada de amor; y las dijo, cuando su rostro se desvanecía
tras el calor humeante de una taza de café. ¿Cuántas veces habrá escuchado el
teniente esa frase, y cuántas veces él mismo la habrá dicho y muchas más la
habrá pensado?
(Modisto)