Las aventuras de Deperente XLI
La historia era tan
confusa como estúpidamente real, y si no fuera porque había un muerto en su
desarrollo, a Deperente se le hubiera aflojado la risa y se hubiera abrazado
con lágrimas de alegría al asesino, James Howard, a los que mis amigos hispanos
de juventud hubieran llamado un cornudo consentido.
James había alcanzado la
plenitud de su carrera como agente de bolsa, y sobrepasó en su cuenta corriente
la mítica cantidad del millón de dólares antes de llegar a los treinta y cinco.
Pero a su esposa la tenía aburrida de tanto lujo y de tanto regalo que
disfrutaba en soledad. James se dio cuenta de esto antes de partir a un viaje
de negocios a París. Viajar solo a París te hace reflexionar sobre paraísos artificiales
y eclosiones subterráneas, y decidió aplicar a la herida un apósito que evitara
una inmediata hemorragia.
Contrató a Julián Grill en
la Estación Central.
Julián era un reputado profesional en la delicada labor de acaramelar la vida
de mujeres bien acomodadas y bien abandonadas por sus maridos con los que
compartían un techo y una desgana de vivir en común.
Julián Grill colocó el
mando de operaciones en Pink Elephant, y en una música del gusto de la presa,
así sonó Killie Minogue durante buena
parte de su primera cita seria, que venía precedida de algunos cafés algunas
tardes, después de haberse hecho Julián el encontradizo en la cola del cine
Angelika, adonde Elisabeth acudía al menos un par de veces al mes. En fin, el
resto no le interesaba a Deperente porque era lo mismo de siempre, hasta que la
historia llegó al momento en que el marido consentido y despechado comenzó a
sentir celos e intentó denunciar a Julián por acoso a su esposa.
Como naturalmente nadie le
hizo caso ni entre policías ni entre abogados, James decidió tomarse la
justicia por su cuenta, y ciego de ira y de pasión, descargó el cargador de su Browning,
regalo de su padre cuando era un adolescente y entró en la Universidad , contra el
pecho indefenso de Julián, al que repetía tras cada disparo, serás mío o de
nadie. Los celos no conocen de sexo ni de obligaciones matrimoniales.
Deperente se hundió en una
nube de coleópteros ingrávidos que se alojaban eventualmente en la peluca de
Isaac Newton para evitar que la risa lo poseyera y todos se sintieran
avergonzados por su actitud. Ante todo, discreción.
Y mientras, Elisabeth, se
compraba un collar de perlas en Tiffany.
(Modisto)