Las aventuras de
Deperente II
El coche no quería arrancar
aquella mañana fría de octubre. Y miró con nostalgia a su vecina del piso de
abajo a través del cristal y del baile de los limpiaparabrisas, cómo dirigía a
los rudos hombres del camión de mudanzas con gesticulación serena y firme.
Deperente sabía que el caso que estaba investigando se hallaba en tiempo muerto
y que no iba a avanzar si él llegaba pronto a la cita. Por eso, decidió seguir
mirando a la vecina de piernas largas y melena triste, con la que jamás había
intercambiado palabra más allá de los obligados saludos y despedidas, durante
los dos años que casi habían vivido juntos, él arriba y ella abajo. Y empezó a
lamentarlo.
(Modisto)