II. Disparar por disparar
-Es
una pena que nos demos cuenta de los errores al cabo de tanto tiempo y cuando
ya hemos cumplido tantos años y cuando ya no recuperaremos el tiempo que hemos
dejado pasar separados. Tú, yo, nuestras familias…
-Y
que lo tengamos que hablar cuando ya no hay remedio, y en este lugar.
-De
todas formas todo está bien. Podemos de alguna forma enderezar el clavo
torcido, si no del todo, sí en parte. Mi tío nos lo agradecerá.
-Él
ya no puede agradecer nada…
-No
seas cenizo. Tampoco puede desagradecer nada ni oponerse a nada. Hagamos lo que
él haría si aún estuviera vivo.
-¿Y
qué haría?
-Abrazarse
a los tuyos después de abrazarse a ti.
-¿Y
por qué no lo hizo cuando aún pudo haberlo hecho?
-Por
la misma razón por la que ninguno lo hicimos. No hay ninguna razón. Por la
misma razón por la que tu madre y la mía están ahora hablando entre ellas y han
echado unas lagrimitas. Por la misma razón por la que nosotros estamos hablando
ahora y no durante los últimos quince años.
-¡Maldita
bruja! ¡Cómo lo manipuló todo!
-Sí.
¿Te enteraste que también se murió?
-Claro.
Estuve con mi madre y mi mujer en su entierro. Fue hace cinco años.
-Incluso
después de muerta ha aguantado su odio, envenenándonos màs y màs tiempo. Es
increíble el poder de esa mujer.
-Recuerda
que decían que lo de bruja no era una manera de hablar…
-Venga,
hombre, no empieces otra vez a recordar aquello de que juntaba y separaba
parejas, daba y quitaba fortunas…
-Yo
solo te recuerdo lo evidente: nuestras familias se separaron y han estado años
sin hablarse porque ella lo manipuló todo. Y nuestras familias no eran nuestras
familias. Las dos eran una sola familia.
-Y
ha tenido que morir tu tío para que de alguna forma vuelva la normalidad.
Bueno, vamos a tomarnos un café. La noche va a ser larga.
El
atardecer de los cementerios tienen todos una atmósfera especial y un color de
sangre que se deja notar cuando ya la luz del sol es una serie de puntos
juguetones filtrándose por los huecos de la espesura de los cipreses. Los dos
hombres, de distintas generaciones, de distintos cunas, con distintas visiones
de la vida, pero hermanados en otra época porque sus familias compartieron un
mismo patio donde se celebraban los cumpleaños, las comuniones…, caminaban
despacio hacia la cafetería. Tenían mucho de qué hablar y sobre todo tenían
muchos recuerdos que compartir y muchas historias que dar a conocer al otro y
que ese otro desconocería, después de años sin dirigirse las palabras de
educación en un saludo a la entrada de
la casa de vecinos que compartían. El más joven hacía años que no vivía allí después
de casarse, pero Manolo sí, con su esposa de siempre que ahora le sonreía feliz,
pese al duelo, porque había reencontrado la amistad de su vecina de toda la
vida.