SIEMPRE HAY UN
TONTO QUE ESCUCHA LA RADIO
XXII
Cuando
el elefante pueda hablar será porque en el ambiente gris de las azucenas
pálidas, se escuchará antes, el despertar somnoliento de algún malnacido que
revienta las tardes y las noches de los soñadores con su golpeteo constante de
elefante incapaz de articular palabra porque aún no ha amanecido y las calles
están aún despobladas de desconocidos a pesar de que la luna permanece en pie
sin firmeza con su luz ya escondida en el rincón de un firmamento que solo cabe
en una diminuta caja de madera sin adornos y sin ser sorpresa de regalo sino
que solo se queda encarcelada entre las paredes de la prisión que ella misma se
construyó cuando de tan joven acabó siendo el pelele de una calle siempre
ambicionada de carne, y es por eso, que la nariz del elefante se siente seca y
los mocos apenas lo dejan respirar y por eso tartamudea y se siente, así, sin aire con el que expulsar esa maldad de angustia,
pero, ¿tú de dónde vienes si las historias han venido tantas veces como veces y
números tiene el firmamento y las pocas notas musicales que se combinan en un
infinito de?, ¿tú sabes que puedes componer una estúpida y ñoña canción con las
mismas herramientas que Mozart o Beethoven a la salida de sus clases componían
el adelante y el atrás de alguna sinfonía o de alguna de sus tantas más
complejas óperas?, por eso tal vez de Mozart brotaba un caudal y Beethoven se
quedó tan secó con una sola, pero no, aún no ha llegado el ritmo monótono de la
lluvia que plácidamente iba golpeando el tejado de alguna ópera o sinfonía con
su repetitiva armonía, clon, clon, clon, hasta que te quedabas dormido y
esperabas de alguna forma que el elefante te despertara con su susurro de voz
perdida, pero, ¿y si no?, y si no, la disciplina del sueño, aunque siempre
fuera la indisciplina del me despierto la que moviera sábanas, envuelto en un
cuerpo, ¿tú nunca puedes saber por qué tu cuerpo ha llegado a ser lo deformado
que es y el porqué de sus cicatrices y dolores?, no, claro, ese misterio se lo
queda guardado el viejo que cae adormilado en un banco bajo el solecillo del
otoño o en el tranvía, que verdaderamente se adueña de las calles una vez que
ha perdido los frenos de su estabilidad y se precipita por la esquina en el
sentido de no saber y por qué no hacia abajo, y miras, y no hay conductor y
aquello sigue hacia las profundidades, y te das la vuelta para mirar los gritos
de quienes asustados creen que van a seguir viviendo y que lo harán como hasta
ahora, felices en la magnanimidad de su sofá sabiéndose protegidos de que no
harán el amor entre semana, y golpearán su felicidad contra las montañas de
arenas que apenas pueden levantarse en pie, pues son tan desgraciados con ellos
que no hacen más que golpear a quien si pudiera, también lo haría, pero como la
música sigue sonando en la fiesta, y las parejas siguen su ritmo, el final es
un final de principio, y el elefante, como no puede hablar, ni sentarse en una
silla, acabará sin poder desayunar aunque el día que le espera sea duro,
con fuegos que se vuelven escenas de
ruidos y trompetas cuando ya, en la caída de la tarde, el calor sigue cayendo,
porque ese calor nunca mira el calendario, y los días son un rosario de mentiras que se van sucediendo
como se le suceden los hijos a quien sin dejar de quererlos, no siente ningún
apego por echarse en la mar y combatir el mal tiempo, con sus redes rotas y el
viento helado que dejando cada uno de nuestros recuerdos, ya sea en forma de
abrazo, o beso, o vamos caminando hacia ningún destino, sino que solo sabemos
que el elefante al final, aunque siga sin hablar, acabaría encarcelado y muerto
y bajo la tierra o transformado en ceniza en cualquier abandonado rincón de
ningún lugar que se conozca.
(Modisto)