sábado, 27 de septiembre de 2014

OCURRENCIAS MILAGROSAS


 
Las aventuras de Deperente XXIX

El perro lo guio hasta el lugar del crimen, una casa abandonada a once kilómetros de la ciudad. Y todo el recorrido lo hicieron a pie, sin ambigüedades, siguiendo la línea continua que el perro marcaba.

Era una madrugada como otra cualquiera, de aquellas de las que nunca se espera nada, salvo que ocurra algo milagroso. Pero los milagros, cuando se ha sobrepasado con tantas dificultades el siglo XX, ya no ocurren y muy pocos esperan que ocurran.

Ibrahim desapareció treinta días antes, y se corroboró que tenía una cita clandestina a medianoche con Milton Galbraith. También se corroboró que esa cita no era fruto de la casualidad, sino que pertenecía a un plan estratégico-amoroso que duraba ya tres años.

Milton Galbraith era un hombre de negocios metido en una edad donde se intenta retroceder a la juventud y sus locuras. Conoció a Ibrahim en un pub céntrico de Nueva York de estilo irlandés, y allí mismo comenzaron las caricias y los besos, mientras la esposa de Galbraith creía que su marido viajaba a una convención internacional de sesudos responsables de multinacionales, no sabía bien si a Londres o a Yakarta. ¡Eran tantos sus compromisos!


Por su parte, a Ibrahim le gustaban los hombres, las mujeres y hasta los perros, y en algún momento de su vida, había convivido con todos ellos. Pero en el momento del asesinato, solo pensaba en que Galbraith había roto con él. Y se lo hizo saber con vehemencia en la casa de sus amores, a once kilómetros de Nueva York, que no estaba dispuesto a que eso acabara como si tal cosa, que había sido todo tan especial, tan distinto… Pero no obtuvo más respuesta que la de saberse abandonado y herido mortalmente en la cabeza con un candelabro de diseño modernista que alguien había dejado allí abandonado.

El perro de Ibrahim fue el único testigo.

A lo lejos, se escucharon dos explosiones fantasmales que hicieron temblar suelo y paredes. Y nada volvió a ser como hasta ese momento. Deperente anotó en su cuaderno, como caso cerrado, la fecha, once de septiembre de 2001, para este asunto con raíces poco profundas que no encontraron tierra de donde alimentarse, a once kilómetros del centro de Nueva York.



(Modisto)

domingo, 21 de septiembre de 2014

BIENVENIDA MALLLEGADA


 
Las aventuras de Deperente XXVIII

De lo único que estaba seguro Deperente aquella mañana, era de que ese día mucha gente iba a morir en el mundo. Tanta, que iba a ser imposible contarla con exactitud, pero tan poca, que no serían capaces de parar el destino del tiempo. Pero a él solo le interesaba una muerte, la de Susan, Susan Maude, que había vivido toda su vida sola en un espacioso, confortable y caro apartamento de Roosevelt Island., y ahora se la veía sobre su alfombra con una mancha roja sobre su frente y con los brazos abiertos como queriendo entregarse a la humanidad o a un amor imposible.

A Susan no se le había conocido ni marido ni novio en sus sesenta y tres años de vida. Y Susan había sido feliz así. Pero en las últimas semanas, un tenedor de libros había rondado su casa por las noches. Sus vecinas aseguraban que un tipo alto con gabardina y de buen aspecto, aparecía por allí con aire distraído pero sabiendo muy bien adónde iba.

El aire se filtraba por las heridas de la soledad y se unía al cosmos de la ingravidez de las palabras, para decir, en un tono neutro y casi silencioso, yo sé que vienes para lo que vienes, pero eres bienvenido.

Y fueron bienvenidas las caricias y los besos, los abrazos y las penetraciones. Y como en el mundo casi nadie vivía consolado, la vida se les fugaba por aberturas sin contraseñas. En resumidas cuentas, la gente dice poco más de hola y adiós; y eso, cuando son educados, que no todo el mundo lo es. En general, todos vivimos escondidos de los otros.

John Aldrin, cuarenta y siete años, vivía en Seattle con traje nuevo cada día, pañuelo de seda al cuello, anillos de oro y un par de muy buenos coches. Deperente llegó hasta él después de muchos cafés, cigarros, entrevistas, descripciones… En definitiva, todo a costa de su salud. Y Cuando llegó hasta él no lo abordó, ni siquiera habló con él en la primera ocasión. Estuvo observando sus movimientos durante una semana completa, y un miércoles atravesó sus ojos claros con su mirada de fuego.

-¿Tienes a alguna otra vieja en nómina para matarla? ¿O vas a esperar a que se te acabe el dinero?
-Ni una cosa ni la otra, gilipollas. ¡Dime ahora mismo quién eres, o te reviento la cabeza!
-Tranquilo, soy policía y he venido desde Nueva York a pedirte un autógrafo.
-Eres muy gracioso.
-Lo justo para meterte miedo.
-Además de gilipollas eres imbécil. Sabes que no puedes hacerme nada aquí.
-Ahora no. Pero siempre hay un luego, un más tarde, un pasado mañana.

Era una hora en que las calles estaban prácticamente desnudas, y una hora donde nadie esperaba ya nada de ese día. Y del siguiente, la mayoría tampoco esperaba mucho, solo lo justo para seguir respirando.

John Aldrin vivió durante días y días obsesionado por primera vez por su culpa y por la omnipresente presencia del tal Deperente día y noche, haciéndose ver bajo farolas, calles estrechas o largas y anchas avenidas. A veces le sonreía, otras no, pero siempre era esa mirada de fuego que traspasaba la piel. A todo eso se le unía que el dinero empezaba a escasearle, pues la vieja neoyorkina tenía capital, pero no era exactamente rica.

Se había equivocado. Y antes de lo que pensaba tuvo que cambiar de domicilio. Pero no lo iba a hacer solo. El viento de aquella noche corría en su contra. Y John andaba desesperado. Todo le vino en una bienvenida malllegada de policías que lo acorralaron en una trampa que él mismo se había construido.

Deperente empezó a sentir unos deseos enormes de reír a carcajadas. Hacía demasiadas semanas que no lo hacía. Se cogió del brazo de Marian Summer, una oficial veterana, a punto de jubilarse, que le hizo creer al ingenuo de Aldrin que iba a caer rendida a sus encantos. Aldrin sabrá después, que además de policía, Marian era lesbiana y jamás se interesó por ningún otro hombre que por su padre, también policía, que murió en un asalto de cuatro heroinómanos a una sucursal de un banco de Manhatan.

Marian y Deperente necesitaban un bar cercano antes de coger el vuelo hacia Nueva York.

(Modisto)

sábado, 13 de septiembre de 2014

NO ES NI ERA NI LLEGABA


Ni ocurría lo que pasaba
Ni volvía a pasar
Lo que ocurría
Solo era que cuando iba viniendo
Y cuando llegaba
Ya no era lo que había sido
Sino todo su contrario
Un aroma dejado en el aire


(Modisto)

sábado, 6 de septiembre de 2014

LO QUE SE ENCUENTRA


Había un silencio de espumas blancas
En el rincón de los desheredados
Y el aire llegaba de arañazos
Como si el campo estuviese
Plagado de todas las miserias
Y en las estrellas solo aparcara
El autobús marchitado del tiempo



(Modisto)