SIEMPRE HAY UN
TONTO QUE ESCUCHA LA RADIO
XXIII
Dicen
que siempre hubo una princesa que huía de una madrastra y un bufón que hacía
piruetas en un aire contaminado
Escondido
entre nubes falsamente abandonadas
Por
una huella sin tacto
De
las que me enseñaron a beber y a fumar
Sereno
en mi desconfianza y
Con
el cuerpo imprudente por los pasillos del sueño
¡A
estas alturas de partido quién sería capaz de doblegar mis manos y que yo
acabara arrodillado!
Francamente
solo tal vez
Adentrándome
en la niebla visitando dulces murciélagos que inventan alegrías
Sin
más proyecto que los proyectos de los besos o de los adioses orgásmicos
Sin
futuro más que de ausencias
En
los amaneceres que no son más
Que
náufragos que desconocen su sombra y
Ahuyentan
a sus propios cuerpos
Los
suyos y los de todos con
El
dolor de columpiarse con la ingenua idea de balancear su alma ingenua
Y
no en la noche boca contra boca sin madrugada
Que
triste y eternamente vagabundeará por la tristeza
De
seguir siendo el mismo
En
el camino que se alegra de todo
Y
de nada
Como
el papel que se deja llevar cuando se convierte en navaja que puede cortar como
una madrugada de muerte
Y
desprender heridas muy lejos de escucharse y escuchar al otro
Siempre
callado
Porque
el tiempo ofende pero no deja sangre en su desaforado ataque
Que
no conduce a ningún cementerio donde todos los cuerpos faltan
En
una alegría de alguna sola vez
Donde
París era la ciudad más triste mientras el mundo seguía arrastrando aquello que
iba dejando el último vals que bailamos
Eternamente
al filo de una gota de sangre en la hondonada de un trapecio que aterrizó
secretamente en el vértigo de una vena punzada en un baile al final sin música
Cualquier
hombre tumbado en un bando cuando todos los demás hombres sueñan con la gran
ciudad
Y
la princesa se rodea de sus aposentos en su palacio de cristal como
La
bestia que se ha alimentado de sí mismo
Sin
rugidos ni roncos gritos
Solo
como la última de las actuaciones que a todos deja indiferentes con un vaso de
leche al borde la cama
Y
en el extremo
Del
desembarco en una tierra firme que estrangula mis oídos
Que
son tus palabras en el trapecio de la hondonada
Donde
suena a cada instante mi cuaderno como cayendo sobre el suelo que hayas pisado
Donde
también en cualquiera de mis ojos entornados se abre un cuerpo que deja las
piernas abiertas
Para
dejarse caer en cualquier acera esas piernas yagadas y esas manos que piden
ayuda
Que
acabarán en cualquier vómito de cualquier desagraciado que tiene el mismo
rostro del que podemos tener cualquiera de nosotros cuando al mirarnos
Estamos
satisfechos de ir perfectamente esculpidos con elegante traje y ridículos para
asistir a la misa de ordinario o a la especial función de la boda en la que se
prometen fidelidad eterna poco antes de abandonarse a la naturaleza de la vida
En
algo que no es más que el caos habitual desde donde todos venimos a acercarnos
al misterio
Alguien
anónimo cruza inocentemente una calle que cualquiera que estuviera allí puede
ver sin dificultad pero no al viejo que cruza y corre y cae y se estrella
contra el asfalto y el asfalto no es de goma ni es una mentira sino que es una
gran dura verdad que lo recoge hasta hacerle sangrar por la nariz por la boca
por la cabeza y lo hace morir aunque la ambulancia llegue y él estuviera rodeado
de auténticos desconocidos
Siempre
parece pronto pero siempre es allí puntualmente cuando llega aquel que y donde
Siempre
hay un tonto que escucha la radio
(Modisto)