domingo, 29 de diciembre de 2019


REGISTRO DE PARAGUAS PERDIDOS

LXV

Pero claro

El día da para mucho más de lo que cualquiera de nosotros pueda contar o decir

Aun cuando nadie sea capaz de cruzar el valle

Ni mucho menos

Dos palabras con Henry Fonda desde la profundidad de la brillantez de sus ojos

Pero claro

Siempre el tiempo que se vive es un instante eterno de gris oscuridad

En el ridículo de representar una voz que no es en directo

¿No es terrible que nos pasen miles de años sin que seamos capaces de retorcer cualquiera de las palabras que nos decimos?

Pero claro

Es mejor arrojarse

Sin duda

Contra el frío bien cerca de otra piel

(Modisto)

miércoles, 25 de diciembre de 2019


REGISTRO DE PARAGUAS PERDIDOS

LXIV

Para Santiago, minero, sin más y con todo

Si te dijeran que esta noche ha sido un trasfondo de minas enjauladas entre valles ocultos al carbón

Y más allá el recuerdo de los que fueron

Y ahora son placa

Y muchos más olvido

Con nombres sin edad

Que en lágrimas de ahora en otros

Como en una guerra de obreros donde solo pierden y mueren los de un bando

Incluidos los que sobrevivieron



(Modisto)

lunes, 23 de diciembre de 2019






SIEMPRE HAY UN TONTO QUE ESCUCHA LA RADIO

XXIII

Dicen que siempre hubo una princesa que huía de una madrastra y un bufón que hacía piruetas en un aire contaminado

Escondido entre nubes falsamente abandonadas

Por una huella sin tacto

De las que me enseñaron a beber y a fumar

Sereno en mi desconfianza y

Con el cuerpo imprudente por los pasillos del sueño

¡A estas alturas de partido quién sería capaz de doblegar mis manos y que yo acabara arrodillado!

Francamente solo tal vez

Adentrándome en la niebla visitando dulces murciélagos que inventan alegrías

Sin más proyecto que los proyectos de los besos o de los adioses orgásmicos

Sin futuro más que de ausencias

En los amaneceres que no son más

Que náufragos que desconocen su sombra y

Ahuyentan a sus propios cuerpos

Los suyos y los de todos con

El dolor de columpiarse con la ingenua idea de balancear su alma ingenua

Y no en la noche boca contra boca sin madrugada

Que triste y eternamente vagabundeará por la tristeza

De seguir siendo el mismo

En el camino que se alegra de todo

Y de nada

Como el papel que se deja llevar cuando se convierte en navaja que puede cortar como una madrugada de muerte

Y desprender heridas muy lejos de escucharse y escuchar al otro

Siempre callado

Porque el tiempo ofende pero no deja sangre en su desaforado ataque

Que no conduce a ningún cementerio donde todos los cuerpos faltan

En una alegría de alguna sola vez

Donde París era la ciudad más triste mientras el mundo seguía arrastrando aquello que iba dejando el último vals que bailamos

Eternamente al filo de una gota de sangre en la hondonada de un trapecio que aterrizó secretamente en el vértigo de una vena punzada en un  baile al final sin música

Cualquier hombre tumbado en un bando cuando todos los demás hombres sueñan con la gran ciudad

Y la princesa se rodea de sus aposentos en su palacio de cristal como

La bestia que se ha alimentado de sí mismo

Sin rugidos ni roncos gritos

Solo como la última de las actuaciones que a todos deja indiferentes con un vaso de leche al borde la cama

Y en el extremo

Del desembarco en una tierra firme que estrangula mis oídos

Que son tus palabras en el trapecio de la hondonada

Donde suena a cada instante mi cuaderno como cayendo sobre el suelo que hayas pisado

Donde también en cualquiera de mis ojos entornados se abre un cuerpo que deja las piernas abiertas

Para dejarse caer en cualquier acera esas piernas yagadas y esas manos que piden ayuda

Que acabarán en cualquier vómito de cualquier desagraciado que tiene el mismo rostro del que podemos tener cualquiera de nosotros cuando al mirarnos

Estamos satisfechos de ir perfectamente esculpidos con elegante traje y ridículos para asistir a la misa de ordinario o a la especial función de la boda en la que se prometen fidelidad eterna poco antes de abandonarse a la naturaleza de la vida

En algo que no es más que el caos habitual desde donde todos venimos a acercarnos al misterio

Alguien anónimo cruza inocentemente una calle que cualquiera que estuviera allí puede ver sin dificultad pero no al viejo que cruza y corre y cae y se estrella contra el asfalto y el asfalto no es de goma ni es una mentira sino que es una gran dura verdad que lo recoge hasta hacerle sangrar por la nariz por la boca por la cabeza y lo hace morir aunque la ambulancia llegue y él estuviera rodeado de auténticos desconocidos

Siempre parece pronto pero siempre es allí puntualmente cuando llega aquel que y donde

Siempre hay un tonto que escucha la radio

(Modisto)

domingo, 22 de diciembre de 2019


REGISTRO DE PARAGUAS PERDIDOS

LXIII

Es esa revuelta de suicidio que

Tantas y a veces

Donde más duele

Se va sumergiendo en las cárceles de

Uno mismo

Las peores de todas

De cuando uno nunca espera reconstruirse

(Modisto)

sábado, 21 de diciembre de 2019


REGISTRO DE PARAGUAS PERDIDOS

LXII

Siempre

Nos quedarán los escondites encontrados

Puede

Que como son soñados

Lejos

En medio de una rotonda donde no se sabe

Si para seguir girando

O para buscar la siguiente salida a la derecha

O para tirar atrás y volver al punto de partida en el ceda el paso

Donde todo lo anterior o lo posterior surgirán

Como si el cielo o el infierno fueran la misma cosa

A los que continuamente se acude cuando entre los coches

Solo se encuentra un pequeño espacio que evita el golpe

(Modisto)

COMPLEMENTOS CIRCUNSTANCIALES

LO CURIOSO DE TODO ES



Lo curioso de todo es que como no pensaba en esto porque las alharacas y los homenajes y los fastos me parecen tan ridículos y tan fuera de lugar y tan raros como si me vierais ataviado con traje cruzado de botones dorados y corbata con nudo Windsor elaborado por mis inútiles dedos y con un papelito con dibujo de gaviota introduciéndolo en una caja en forma de urna, el caso, como digo, es que como no pensaba en esto no se me ocurría nada, y mira que veinticinco años dan para mucho, por lo menos para jartarse de muchas cosas, que también, porque también lo estoy, como muchos de vosotros, ¿para qué vamos a negarlo? Pero de la jartura hablaré cuando cumpla otros veinticinco años en el colegio, que al paso que vamos los cumpliremos antes de conseguir jubilarnos, que a algunos nos llegará esa jubilación navegando sobre la barca de Caronte surcando ese río que te conduce a ese lugar adonde nadie quiere llegar y donde nosotros estaremos elegantemente vestidos de pino o de caoba, pero dando clases o reunidos…, quizás repasando algunas programaciones (¡Cómo serán las programaciones dentro de veinticinco años?)



Lo curioso de todo es que no me arrepiento de nada y mucho menos de haberos conocido y de haber conocido y aprendido de otros muchos que hoy no están aquí y de haber compartido sabidurías, risas y lágrimas, los más cercanos a mí saben que soy de lágrima fácil, sobre todo cuando he sido injusto o cuando alguien haya pensado que lo haya sido. Y no me arrepiento de nada porque todo lo he hecho con buena voluntad y sin ninguna intención de dañar a nadie. ¡Pero es que mi torpeza… También la conocéis! Eso de hacer daño nunca ha estado y nunca estará en mi modo de proceder. Tengo mal carácter cuando tengo mal carácter y soy una persona amable cuando soy amable, o sea, no soy una máquina. Soy un ser humano como todos vosotros, y estos veinticinco años, junto a desatinos, desafueros y desencuentros, me han hecho mejor persona, sin ninguna de la más mínima duda. No hay nada como comenzar a ser un viejo para dejar de ser un joven, ¡qué profundidad de pensamiento!, y eso, claro, imprime carácter.



Lo curioso de todo es, y con esto acabo, que no, que no somos una familia, afortunadamente, qué decir de los Sánchez Vicario o de la familia real, y eso lo sé desde el primer día en este mi/nuestro colegio en el que antes pasé otros muchos días como alumno al que le entra en vena la sabiduría mondejariana de los maestros que nos formaron en la justicia, en la libertad, en el respeto, y que también fueron alumnos antes y maestros después, ¡joder!, qué responsabilidad pensar que yo iba a ser uno de ellos, y que tanto para mí como para tantos otros, eran ante todo y sobretodo y por encima de todo buenas personas con una gran vocación, a partir de ahí, si eso se lleva muy adentro, ser maestro es fácil, muy fácil.



Muchas gracias.



(Modisto)

jueves, 12 de diciembre de 2019


REGISTRO DE PARAGUAS PERDIDOS

LXI

El tiempo y yo nos llevamos



Y lo hacemos

Como lo hacen aquellos inviernos de cuando éramos niños y llovía tanto

Pero sin nunca llegar a mojarnos

Protegidos por la misma cortina de agua y nuestras botas de caucho mientras hacíamos música de ruido contra los charcos

Así éramos los unos y los otros



El tiempo y yo

(Modisto)


miércoles, 11 de diciembre de 2019


REGISTRO DE PARAGUAS PERDIDOS

LX

Tal como se fuga la mañana

Así

Tal vez acudirá la oscuridad de la noche

Sin que ninguna de sus interrogantes

Sea capaz

De despejar ninguna de las incógnitas

(Modisto)

domingo, 8 de diciembre de 2019


REGISTRO DE PARAGUAS PERDIDOS

LIX

Nos quedamos más allá de lo que cada uno y yo mismo hubiera deseado

Hasta tanto más allá que ya

Tocábamos con nuestras espaldas la frontera

De un siniestro vacío como el silencio queda

En abandonados cuerpos cuando se acerca la noche

(Modisto)


sábado, 7 de diciembre de 2019


COMPLEMENTOS CIRCUNSTANCIALES

El mayor de los desprecios al fascismo es vivir un momento la vida de un tipo que con los pantalones bajados a la altura de los tobillos, caga con una placentera cara de felicidad orgásmica.

(Modisto)

domingo, 1 de diciembre de 2019


REGISTRO DE PARAGUAS PERDIDOS

LVIII

Cuando uno se transporta

Y se transparenta

Y se disfraza de guardián del cielo

Mientras que allá abajo la gente estornuda y se corrompe

Y en descuidos hace el bien y se comporta como seres humanos que al volver cualquier esquina

Gira atrás su cuello y ve allá arriba

A alguien que se transporta sin fuerzas para

Desde en tanto y sin lograr

El número que en la lotería le hiciera ser un transparente

(Modisto)


sábado, 30 de noviembre de 2019


REGISTRO DE PARAGUAS PERDIDOS

LVII

Como nunca se aprende ni del todo ni del nada a ser feliz y

Esa será siempre una asignatura viva en sus propias cenizas y

Al otro lado del sonido sangriento de tus propias palabras de la soledad

Lo único que te queda entre las manos a cualquiera de nosotros son

Tus propios dedos mirándote fijamente

Sin otra solución que la de cerrar el jardín

Quedarte dentro y

Dejarte enredar por las espinas de las rosas que

Te cerraban el paso hasta abrazarte

(Modisto)

sábado, 23 de noviembre de 2019
















HISTORIAS DE CALLES POCO TRANSITADAS



(Modisto)






























“Su conciencia de sí mismo era tan fuerte, que le sobrevino una angustia mortal”

(Peter Handke. El miedo del portero al penalti)



























I



SOLO VENÍA A PREGUNTAR SI…

“Si de verdad quieres ser feliz, no caigas en la tentación de comparar este momento con otros momentos del pasado, que a su vez no supiste gozar porque los comparabas con los momentos que habían de llegar”

(André Gide)

Solo venía a preguntar si…, eso vino bastante después, en eso que llaman un momento final, pero cuando bastante antes de eso del Solo,,,, que vino bastante después, Alfredo Aquiestoy creyó levantarse de la cama pues era lo más natural a esa hora, recibió una fría humedad que le recorrió el espinazo y le contrajo las articulaciones de la mano, cuando aún no había amanecido, para cumplir con sus obligaciones de marido separado, padre sin custodia e hijo con madre en residencia que hace años que no tiene ni idea ni dónde está ni reconoce a quien engendró hace cincuenta años, como dijeron las crónicas más tarde, pero claro, a esa hora tan temprana que no había amanecido ni para ser exmarido o padre a jornada partida ni hijo que solo visita una vez a la semana a una madre que no lo reconoce y que solo va a verla para eso de posar y hacerse la misma foto de todas las semanas y así tranquilizar su conciencia, aún no sabía nada, porque nada había ocurrido, en aquel día en que ya no le iba a esperar ningún otro día que se le repitiera, y cuando ya eran más de las nueve de la mañana aquella ya más que amanecida, recibió la llamada de su exmujer recordándole que una vez más se le había olvidado recoger a los niños en su casa, que ya no era la de ambos, para llevarlos al colegio, y al disculparse evitó decir las mentiras de siempre y colgó y no se disculpó, ¿para qué, si el sentido de las disculpas solo consiste en engendrar más culpabilidad en uno mismo?, y volvió a descolgar como veinte minutos después, ese instante donde deseó vomitar o acabar con todo, para oír que le comunicaban desde la residencia de ancianos o de la tercera edad Nueva Juventud, que su madre acababa de fallecer repentinamente y que por eso no lo habían podido avisar antes porque fue repentino, y sin dolor, mientras dormía, y que la habían intentado despertar, pero que la insuficiencia cardiaca que padecía desde hacía tanto tiempo se la había llevado “palante”, eso y su edad, claro, bueno, no, eso no le dijeron a Alfredo Aquiestoy exactamente así de llevarse adelante o “palante”, pero sí es cierto, aunque esto no aparezca en ninguna crónica posterior, que se mesó su generoso largo flequillo, y al bajar la mano notó una humedad desde sus mejillas en sus dedos, producto de una lágrima, y volvió a colgar el teléfono sin dar ninguna respuesta a quien lo llamaba sobre si llegaría aquel mismo día ni sobre que era muy necesaria su presencia para solucionar todo el papeleo de una mujer ahora ya tristemente fallecida que hacía años que no sabía que él era su único hijo y lo miraba cada semana como se mira a un desconocido al que se le habla en el ascensor las repetidas estupideces de siempre, pero es que Alfredo Aquiestoy en realidad no se había levantado esa mañana bien temprano, pues en realidad no se había acostado, sino que desde su coche estuvo toda la noche vigilando un lugar perdido en una carretera olvidada de las que no llevan más que a ningún lugar y que no enlaza más que con un trozo de solar vacío lleno de basuras al borde de ninguna frontera, aunque tuviera que recoger a hijos mediopensionistas para llevarlos a la escuela o preocuparse por una madre que no le reconocería aunque él fuese un niño hijo único con llantos y pañales con caca y ella una mujer aún joven, todo mucho antes de hacer esa pregunta que nadie contestó, aquello de Solo venía a preguntar si…, como si aquella pregunta sin interrogaciones solo tuviera una de las supuestas respuestas imposibles de que nadie se acordará de mí cuando haya muerto al recibir varios disparos, dos directamente en los intestinos y uno más en la cabeza cuando ya solo se exteriorizaba su muerte, aquella muerte que oyó que lo llamaban porque no había sido ni un buen marido, ni un buen hijo, ni un buen padre ni tampoco un buen policía, porque con esa manía suya de actuar en solitario y sin cumplir ni los reglamentos ni los protocolos, ahora sus compañeros tendrían que actuar de nuevo y a oscuras cuando lo habían tenido tan cerca de coger a aquella banda de narcotraficantes que dispararon sin responder a la pregunta que un teniente de la policía les hacía una mañana húmeda en la que se comportó como una mala persona que se deja matar y así sin querer dejó libre y sin dejar rastro a la banda asesina de jóvenes, dejando a su vez a Alfredo Aquiestoy como un mal exmarido e hijo y peor padre y policía, tumbado sobre el colchón de su propia sangre.

































II



DOS



“La verdad solo sirve para producir dolor, tristeza y destrucción”

(Ernesto Sábato. Sobre héroes y tumbas)



Siempre almacenaba dos de cada cosa. Por eso quizás acabaré mi vida con dos disparos lanzados al aire, o bien dirigidos contra mis sienes. Serán dos disparos como ahora son dos bolsas de lentejas, como dos huevos o como dos paquetes de sal o como dos cigarros, el que ahora me fumo y el que guardo para después. Siempre serían dos los que me escoltasen en la vida, esos mismos dos como de pareja de guardiaciviles o de borracheras, que siempre van de dos a dos, pues siempre una trae como consecuencia su resaca.



Siempre de dos en dos. Como una maniática forma de sobrevivir al desahucio de la vida que te arrastra calculadoramente hacia la soledad o hacia esa vorágine ingenua y destructora de estar rodeado de gente y aprisionado en su desatada inhumanidad continuamente desafiante.



Y es por eso que Fernando decidió buscarse una pareja, para continuar con el guion de su vida y hacerlo siempre todo de a dos.



Ella vivía en un barrio rico, donde nació, aunque ni nunca fue rica ni su plata les llegaba a ella ni a sus padres, ni para pertenecer a una burguesía más o menos media, agravado por el hecho de que sus padres tenían la virtud o la sinrazón de endeudarse para vivir como dijeron los vecinos en el juicio, en esa tentadora forma de vivir por encima de sus posibilidades. Pero eso vino después, cuando a ella ya la habían matado sin escrúpulos, luego de haberla violado. Entonces, las preguntas de martillo en la cabeza, ¿a quién en realidad pertenecía la historia, y cuándo comienza toda ella?, ¿es una historia a dos voces sin ninguna oreja que quiera escucharla?, ¿es en definitiva un emparejamiento que destruyó aquello que quería salvar?



Fernando nació muy tarde, cuando a sus padres se les iban acabando todas y cada una de sus esperanzas y todas y cada una de sus vitalidades de juventud, y por sobretodo y encima, porque nunca iban a abrazar a ningún regordete nieto al que malcriar. Y desde siempre, desde antes de ser adolescente, a Fernando ya le gustaba pasear por las estaciones de metro, y ver a la gente que corría detrás de las salidas de los trenes hasta alcanzar algún vagón aún con las puertas abiertas, pues con el siguiente tren ya no llegaría a tiempo a donde fuera que seguro que nadie los esperara para demostrarles ningún cariño en abrazos ni en besos que son siempre los sellos del cariño y que siempre van de dos en dos.



A ella la hacían llamar Rosita, pero yo siempre le hablé como Azucena, así de ridículo es todo lo que pasa, y ella se reía conmigo como yo me reía hasta las lágrimas, de todo lo que se me desmoronaba a mi alrededor, que era todo lo que de una u otra forma intentaba construir. Y la Rosita Azucenada era muy cariñosa, quizás porque siempre había sido muy feliz y la habían criado entre esas sonrisas compartidas y esos mimos exentos de cualquier tipo de ambigüedad pues desde luego que lo suyo sí fue siempre verdaderamente amor y necesidades bien cubiertas. Tal vez por eso, yo la llamaba mi flor doble, y ella se reía porque no comprendía que a ella también la tratara de a dos como Rosita y como Azucena. ¿Y por qué? Pero no fue por eso por lo que recibí la mancha azul de una ceguera que me vino después de los dos disparos de la policía que según la prensa me perseguía porque según esos del uniforme, yo era quien la había secuestrado y quien la había violado cada noche en aquellos días de nuestra intimidad que ella tanto la odiara en aquel polígono industrial abandonado, porque ya en este país no se fabrica nada y todos los polígonos están abandonados con sus siniestras naves almacenando basuras y cristales y rotos y refugio de delincuentes y drogadictos, y alguna vieja, seguro que era una vieja que pasaba tanto calor, tan lejos de ella y de mí, abría las ventanas de madrugada en una medio oscurecida y una medio iluminada de entre la noche que ya se fue y la mañana que aún no ha llegado, que pasaba tanto calor tan lejos de ella y de mí, repito, abría las ventanas de madrugada una noche y a la otra también cuando a veces no era ya la noche ni aún había llegado la mañana, pero lo hacía siempre cuando el insomnio nocturno una vez y otra vez, y en una de esas, distinguió sus gritos de desesperación y llamó a la policía, que llegó en pareja y que con sus linternas iluminó directamente sobre mis dos cejas que estaban como en blanco sin visión tras los dos fogonazos de pistola reglamentaria, y en aquel preciso instante eyaculaba todo mi tormento sobre el cuerpo también desnudo de ella, que a su vez cerraba y para siempre sus dos ojos derramando dos dolorosas lágrimas contra nuestros dos tormentos.

















III



UN TROZO DE TELA QUE SE DESPRENDE

Me desperté en la madrugada, que aún no era de nadie, y encendí con disimulo y cuidado la luz del reloj para no molestar a quien me acompañaba en la cama, que no era otro que el mismo que años y años atrás me pidió salir como algo así que novios y al tiempo como algo así que matrimonio ya sin salir de casa después de nuestros trabajos y en la jaula de los cada vez más espaciados días en nuestras mañanas, tardes y noches de pasión y después solo tardes y noches para acabar solo en noches y más tarde que es en el ahora, en ciertas noches de las que no tenemos nada mejor que hacer.



Sentí un terrible dolor en las sienes porque aún ni en aquel todo el día había dormido lo suficiente ni en ninguno de los anteriores, y en un momento de lucidez pude concretar, que llevaba meses sin haberlo hecho como era debido ni como recomendaban los médicos. Y me entraron ganas de llorar porque eran las tres como así me dijo el mismo reloj ayer y anteayer y todos los días acumulados de insomnio en apariencia de un mismo día que aún no había amanecido en ninguno de ellos.



Y como cada madrugada de esa pesadilla que te destroza los nervios y que te sientes fácilmente vencible por un enemigo que está por todos los sitios pero que nadie ve, recordé el despropósito de mi vida desde que, bueno, yo ya sabía que no iba a recuperar el sueño y que todo sería un inútil suplicio en un volver y revolver mi cuerpo de un lado para otro en la cama compartida donde no debía ni tenía derecho a molestar a quien a mi lado estaba, y yo, que siempre a esa hora de intempestiva soledad de no dormir, recordaba su cara sonriente lanzándose por la ridícula tirolina preparada para el disfrute de los a su vez ridículos turistas, gritando a los cuatro vientos que se quería casar conmigo, y yo, desde el primer día que lo vi esperando ese instante, aunque he de decir comisario que me sorprendió la forma como lo hizo, así tan original, y que me dejó con la boca abierta.



En otra mañana siguiente, que fue la misma mañana de las de todos los insomnios, mi despertador sonó primero, pero eso no importaba porque yo seguía con los ojos abiertos desde ese entonces en que me despertaba de un brinco de desconcierto cuando había más oscuridad que luz, e intentaba recordar ese sueño último y definitivamente desenganchado hasta que sonaba la alarma con los ojos tan perfectamente abiertos, que hubiera visto todo, menos lo que me debía ser obligatorio ver, la oscuridad y la paz del descanso, y entonces, me levantaba, tomaba mi café bien cargado mientras leía algo, reflexionaba sentada relajadamente sobre el sillón blanco de las ideas peregrinas, me duchaba y me arreglaba y me vestía y le daba un beso a aquel intrépido príncipe de la tirolina y que también antes bailaba en el centro de la pista de la discoteca como un Travolta tan desenvuelto como ridículo, visto con los ojos de ahora, pero que a mí entonces, tanto me gustaba en su ir y venir macarra atravesando con sus pantalones de campana y su camisas floreadas las luces de colores que enloquecían a sus pies.



Puede ser que fuera aquel día o cualquier otro que ya hubiese pasado y otro de otros que aún estaban por llegar, que el trabajo desde luego no salió adelante porque aquella mañana era como una carretera que tuviera un único sentido y que balanceándome desde una mecedora yo la viera ir sin irse del todo, y volver sin que llegara y volviera del todo y me despedazara la vida.



Y usted me dirá que yo le despedacé a él la vida, y si lo dice lo diría con mucha razón e intención, porque podría echarme en cara la inoportunidad de precisamente quedarme dormida en el momento más inoportuno una persona como yo que apenas lo hacía, pero usted, señor comisario, que tanto ha estudiado, y que tanto ha vivido, puede deducir fácilmente que cuando se viaja en tantos sentidos contrarios, puede pasar lo que nos ocurrió a nosotros, que él y yo, estuviéramos destinados al choque frontal de dos nubes que en el cielo, al hacerlo, no son capaces de derramar ni una gota de lluvia, y sí, miles de diluvios de lágrimas, como un trozo de tela que se desprende de un vestido que jamás existió.



































IV



AÚN POR ESCRIBIRSE

Mi padre se suicidó cuando yo tenía diez años y él unos cincuenta, siempre fue tardío para muchas cosas como para la de engendrar un hijo al que nunca quiso, aunque yo a él siempre lo quise como padre, a pesar de que lo único que hizo por mí fue acostarse con mi madre cuando aún ambos se querían, lamentablemente yo jamás conocí ese amor, probablemente heredé de mi padre ese llegar tardío a las cosas, y a enseñarme a coger caracoles en el campo, y en una de esas cacerías menores, fue al volver, cuando nos dimos cuenta de que mi madre y su esposa, que eran la misma persona pero no la misma que mi padre había conocido en ese tiempo fulminado de besos y caricias, murió después de una estruendosa y mala caída en un bosque de grifos y azulejos que siempre quedan abombados y están a punto de provocar caídas sobre su frialdad, y que de esa tristeza que a mí apenas me supo a nada, pues mi madre que sí bien me quiso pero yo a ella no, quizás por aquello de la rebeldía al cariño materno y compensarlo con el desapego de un padre solo preocupado por sí mismo, tan solo me supo, eso sí, a un recuerdo casi marchitado y que se renace en el ciclo de los tiempos imprevistos que van y vienen sin control, y que seguramente ya nada tiene que ver con lo sucedido, pero lo que sí tiene que ver es que él también murió, así de egoísta era mi padre, en una táctica perfectamente comprensible de quererse muerto una vez que su amor de un pasado ya irreconocible, lo había hecho, aunque la sonata de la vida de su hijo, al que nunca quiso por estar siempre ocupado de sus cosas, seguro que más importantes, estuviera aún por escribirse.







V



BIOGRAFÍA

Mi padre se esforzó toda su vida intentando superar la certeza de ser un escritor fracasado, cosa que ya supo desde que era un adolescente y empezó a escribir soñando con nubes de reconocimientos, y terminó haciéndolo bajo el vómito de todo cuanto escribió de cuando ya era un viejo.









































VI



UN DÍA DE TERRAL Y FRÍO

Nunca supe muy bien si aquello era una realidad ficticia, o una ficción de la realidad, el caso fue que aquello se asemejaba más a un paraguas abierto en un día de terral que a un terral que te hiciera sangrar al respirar y te quemara las entrañas, y quizás por eso salí por la noche cuando yo solo lo hacía en casos muy especiales, y creí que la gente me miraba de manera acusadora, como interrogándome qué hacía allí, si no tenía nada mejor que hacer, y yo los ignoraba o intentaba hacerlo para así no distraerme o despistarme de mi propósito único, y recorría las calles a oscuras, y me iluminaba de las apagadas luces de las tristes farolas que parecían llorar al verme en aquel momento estúpido y lluvioso en que buscaba, porque antes alguien me lo dijo, el cuerpo corrompido y sin vida de mi padre.



























VII



VEO LA PLAYA Y TE VEO A TI

El avión era de tanto lujo como que era casi exclusivamente para mí y para mi silla, mi acompañante incansable desde hacía una década, como antes lo había y hasta ahora y hasta siempre lo era el recuerdo de Michelle desde que la conocí en aquel pueblo de la costa noroeste de Francia donde desembarcó el horror de miles de jóvenes y su rabia y el sin sentido que hasta allí los llevó, ese grupo multitudinario de jóvenes que a esa hora de la mañana deberían estar durmiendo la resaca de la noche anterior.

Viajamos tan a gusto a velocidad de crucero, que yo tenía tiempo de sobra, cuando yo ya había sobrepasado los noventa años y cuando ya el tiempo no es lo que más me sobra, de pensar en mi plan de fuga para encontrarme de nuevo con ella cuando ella ya no estaba ni allí ni en ninguna parte que no fuera en mi recuerdo, y yo casi de los mismo, pero con unos días de poder decidir si podía hacer esto o aquello aunque ni las piernas ni mi corazón me respondieran. Era por eso por lo que yo tenía respuestas para algunas cosas pero para la inmensa mayoría de ellas, no. Pero como si Michelle aún me estuviera esperando, sin que ella ni yo lo supiéramos, como cosas del destino que es capaz de unir a dos jóvenes durante una escapada de pocos días donde él ha desembarcado en una playa que lo recibe con tantos disparos, como estrellas tiene el cielo, y la ingenua juventud tiene de sueños. Y fue allí donde nos enamoramos, bueno, un poco más allá, en tu pueblo, Michelle, que olía a croissant y a mermelada y a café de la mañana, solo al vernos, y fue allí donde hicimos el amor y fue allí donde nos separamos al poco, cuando la tropa fue enviada para seguir andando heroicamente hasta llegar a París, y fue desde allí desde donde me llegó una carta de Michelle, cuando mi cuerpo ya no me respondía si no era con una silla, esa carta en un francés tan poco académico como poco académicos son los adioses que nunca se van a recomponer en un nuevo saludo, ni en una nueva manera de hacernos el amor, que estaba a punto de morir y que nunca me había olvidado como yo nunca me había olvidado de ella cuando nos hablamos y cuando nos hicimos el amor tan poco y tan intenso en aquel pueblo cercano a una playa fría de Normandía bajo el tremendo rugido de la posible muerte que nos buscaba, como rata busca la miseria, cuando éramos tan jóvenes.

El avión aterrizó suavemente y yo me despedí de todos, no sabía si para siempre, pero sí desde luego para el rato que me llevara volver a ser un soldado neoyorquino en la playa donde encontró su amor y casi encuentra la muerte. Supongo que los presidentes me estarían esperando para conmemorar el setenta y cinco aniversario de algo que nunca tuvo que ocurrir, pero mi seis de junio era muy distinto al de ellos, aunque todos estuviéramos en la playa de Omaha.































VIII



EXTRAÑOS SIN UN TREN

Recordé de pronto que quien había disparado contra aquella adolescente de pelos enrarecidos por su infancia sin padre pero con madre bien amueblada de tetas que se ganaba la vida sobre un montón de negocios que se convierten en montañas de oportunidades en las calles de las oportunidades más bajas, había sido yo, pero la muchacha no quería seguir los pasos de su madre y por eso se negó a chuparme la polla cuando se lo pedí, cuando estábamos en la parte trasera del aparcamiento a la opaca luz de la nocturnidad con mis pantalones ridículamente bajados, me dijo simplemente que no lo haría, pero que le diera su dinero, el dinero que se había trabajado conmigo, con su cuerpo en mi cuerpo en los roces mientras bailaba y bebía conmigo y me decía obscenas onomatopeyas al oído, mira cómo te la he puesto, señalándome con su mano abierta el miembro que se me salía de su vena, quiero mi dinero, me lo he ganado, y de verdad que se lo había ganado, pues yo hacía meses que no me la sentía, sino solo al mear, desde que Secominuca se dejó joder por detrás, por algún boquete o hueco de su cuerpo que mostraba su espalda, en aquella abertura que encontró mi polla, mientras ella gritaba el nombre de otro que a mí no me importaba, y que después me enteré que le pertenecía a un teniente de policía que algún demente se inventó que era el jefe de un departamento tan extravagante como era el haberlo llamado departamento del amor, que era imposible saber eso a qué se dedicaba, pues era bastante estúpido, pero yo, yo es que iba a reventar, y la tenía tan cerca y era una muchacha que me pareció no tan linda como sí infinitamente sexy, que si no te la comes ahora, te mato, y le enseñé la Smith & Wesson que dibujaba mi costado, pero siguió con lo de aquello que el dinero se lo había ganado y que eran sesenta dólares el total del servicio y que no bajaba ni un centavo porque aquello de levantármela tenía su esfuerzo y su precio y que era un trabajo muy profesional, mírate, no se te baja porque yo sigo estando aquí y tu puta polla me mira y yo la miro a ella y mientras eso sea así, tú tienes que pagar, ¡joder!, hablaba como una puta sindicalista después de reivindicar su trabajo bien hecho y soltar con convencimiento todo aquello de que cumplía escrupulosamente el convenio colectivo y el estatuto de los trabajadores, pero ella no era una trabajadora ni pertenecía a ningún colectivo de levantadores de polla, entonces, al pensar en todo ello me volví a calentar y aquello que se erigía en horizontal poco más debajo de mi barriga, estaba a punto de reventar y de explotarme en las sienes que a poco me iban a estallar, y decidí que antes que se me reventaran a mí, las sienes se las  reventaría yo a aquella desgraciada que solo tenía la dignidad de quien ha nacido para ser puta y aún se niega a serlo, a pesar de llevar todas las papeletas y a pesar de que me tenía allí delante dispuesto a que me comiera lo que yo estúpidamente creí que era lo que ella más deseaba, y que era esa patética viga que sostenía mi edificio de ansiedad de correrme, y como ella decidió no pasar la línea de las personas decentes, separé la Smith & Wesson, la acerqué bien apretada a su sien derecha y le disparé una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces hasta que me di cuenta de que me no me quedaba ni una bala más, y que todas ellas habrían salido por su sien izquierda.



















IX



CORO DE REPETICIONES CON MADRE AL FONDO

Mateo hijo tenía tantos años como años llevaba muerta su madre, que lo engendró al tiempo que ella desaparecía sin dejar otro ruido que el ruido del llanto de su recién nacido que le lloraba a la vida, y al que sus tíos que lo acogieron, pues su padre se suicidó quedándose el pequeño Mateo hijo, de alguna forma también suspendido de una gruesa cuerda atada con un nudo marinero a un árbol que sostenía a su padre con sigilo en aquel valle tan desolado que encontraron su cuerpo muchos días después de que los buitres picotearan y devoraran la cuenca de sus ojos, las orejas, el pecho y toda su cara hasta desfigurarlo de tal manera que nadie fue capaz de reconocerlo, si no fuera porque la Guardia Civil llevara tantos días como los días que de desaparecido llevaba y que la familia había denunciado su desaparición en el cuartelillo, y entonces unieron una cosa con otra, porque Mario padre nunca llegaba más allá de las ocho de la tarde a casa fuera invierno o verano, ni lo hacía sin una copa de más porque después de almorzar, y sin más faena en el campo, se iba al bar de la plaza a jugar al dominó y a beber hasta que calculaba que ya había perdido bastantes duros y que había bebido lo suficiente para volver a casa sin necesidad de que nadie le ayudara o acompañara, según como se viera, y ya en casa se despedía de todos poco después de haber cenado tan poco como lo hacen quienes saben de lo peligroso de cenar mucho, y ya se acostaba hasta el amanecer siguiente sin saber ni de sus cuatro hijos ni de su esposa, y a Mateo hijo todo aquello le removía las entrañas y la conciencia, y maduró y se hizo mayor pensando en todo ello y se sintió toda su vida responsable único de todo lo que sucedía, pues lo que hacía, no tenía nada que ver con lo que debiera hacer, pues de una u otra forma, era lo que cruelmente él había vivido, por eso se emborrachaba y trabajaba sin más ilusión que terminar de trabajar para seguir emborrachándose, y al final, aquello era ver a sus hijos como su padre veía a los suyos, como extraños que compartían un mismo techo y que parecía que ellos iban creciendo, pero de lo que no estaba seguro, pues el tiempo seguiría pasando, y tal como el lunes dejaría de serlo para pasar a un martes y después a algún otro día que no era ninguno de los mismos que había vivido, Mario seguiría envuelto en el tétrico manto de lo que vivió en su infancia, para aniquilar los sueños de aquellos a los que debía amar y proteger.











































X



ÓPERA

El conductor del autobús, en la parada justo enfrente del teatro de la ópera, miró el reloj y comprobó que aún tenía minutos y horas para dejar estacionada su herramienta de trabajo, bajarse decirles a los pasajeros lo que iba a ocurrir y que ellos decidieran, entrar a hacer un pis, arrinconarse en alguna esquina escondida pero bien ubicada de la majestuosa platea de la Ópera de París y comenzar a oír y a deleitarse con La flauta mágica, solo porque era lo único que iba a unir a los ocupantes de aquel autobús que regresaba con cansados trabajadores que nunca soñaron con asistir a una ópera, pero que ahora todos ellos iban a disfrutarla y lo hacían porque se abalanzaban sobre la entrada tal como les indicó el conductor solitario que les precedía y que conocía bien los puntos débiles, pasillos y esquinas redondeadas del edificio y la hora y el día del asalto, quizás como lo hicieron los valientes de la Bastilla. Así era mi padre con los demás y consigo mismo, un amante de la ópera y de la justicia y un olvidado de su hijo.























XI



JAZMINES EN LOS BALCONES

Trabajé de figurante en una película de Woody Allen, de esas que hace una cada año en las que todas son lo mismo pero no hay dos iguales, y que solo algunos aprecian y pocos las ven. Y ese fue todo mi currículum en el mundo del cine y en el mundo que tuve que seguir soportando vivir. Salía de espaldas paseando por un Manhattan de colores vivos, mientras Allen y Keaton a los que yo no veía, hablaban seguro que de cosas importantes, pero sus palabras a mí tampoco me llegaron, solo las escuché meses después cuando en la sala de un cine olvidado y diminutamente opresivo me senté a ver la película, y sobre todo, a ver los segundos de gloria de mi espalda que no iban a valer ninguna nominación ni mucho menos ningún premio. Pero eso de ser el hijo y el nieto de inmigrantes que se sustentaron del trabajo en las fábricas que directamente te llevaban a la tumba desde la santidad de tu productividad, con los pulmones desechos en miles de pedazos que se van deshaciendo en la construcción de tu propia tumba, eso de aparecer donde lo hacen las estrellas del celuloide es la estupidez de un sentirse un momento fuera de aquella vorágine de tu destino, aunque al salir de la sala te des cuenta de que ni tienes dinero para cenar ni lugar donde dormir, y eso del cine fuera como si la luna bajara y te besara en la boca. Y luego, como siempre, siguieras solo.















XII



POR MÁS LEJOS QUE ESTEMOS

Tú ya sabes que yo cogí este avión y ese taxi que me han conducido hasta tu casa, lo hice, para no visitarte cuando ya estés muerta o cuando yo ya no pueda acercarme a ti porque el muerto sea yo, así que, alégrate porque vine a verte cuando aún estamos vivos, lo mismo que tú hubieras hecho si aún pudieras levantarte de ese coma previo al féretro y pudieras desplazarte hasta donde yo esté en cualquiera de nuestros lugares, por más lejos que estemos.





































XIII



MIRADAS

Si no me miró seguro que fue porque estaba preocupada por algo más importante que por hacer de nuestras miradas dispersas, un simple cruce de nuestras miradas, pero si no fue así, y fue solo porque para nada en absoluto le interesaba que se cruzaran nuestros fuegos, eso yo no lo sé, quizás no lo sé porque no quiero saberlo, y porque tampoco yo soy aquel niño encadenado a una infancia de necesidades de tanto cariño, ni ella, ni ella era lo que ella era, y ahora y probablemente no será nada, pues su edad debe ser más la de los cadáveres que la de los vivos que aún sienten un fuego de pasión en cada roce o en cada una de las miradas furtivas, pues, claro, yo era entonces un niño, sí, y ella, una mujer morena de tallo ancho y firme que se hacía llamar mi vecina, y que nunca puso los ojos en mí, o sí, ya digo que no estoy seguro, y si lo hizo por qué lo hizo, pero yo sí que lo hice, y mucho, en sus ojos. Pero han pasado ya tantos años que nuestras miradas serían ahora oscuridades de cavernas.























XIV



EL MORTECINO AMANECER



Recuerdo el mortecino amanecer de su último beso, poco antes de que partiera para siempre al lugar adonde yo iría días después para acompañarla y acabar así con nuestras soledades, porque a una madre nunca se le abandona, aunque para viajar a su lado, hasta tengas que cortarte las venas.











XV



SENTADO EN SU SILLÓN FAVORITO

Lo dejé bien sentado en su sillón favorito con esa sonrisa suya tan particular de no haber roto jamás un plato, aunque en toda su vida no hizo otra cosa que romper todas las vajillas de todos los que le rodeábamos, incluida mi madre, que antes de morir se volvió loca, y en el sanatorio murió de pena por un hombre al que amó siempre pero del que nunca recibió ningún amor. Le eché un último vistazo antes de salir de la casa. Su aparente felicidad contrastaba con el punto rojo que dominaba su frente, dibujado por el fulgurante disparo del hijo que nunca fue querido por un padre que nunca quiso a nadie.











XVI



UN PITIDO RESPIRABLE

Mi respiración cayó del lado de la vida cuando noté que lo que escuchaba era mi propia respiración al fondo de un pitido, y que mi pecho subía y bajaba y descendía con violencia, como si se tratara de mis últimos estertores de algún moribundo que estaba cerca de mí y que era yo mismo escuchando los gritos de quienes corrían alarmados tras la explosión de la bomba que a mí me había taponado los oídos.











XVII



MALETAS DEL MISMO ESTILO



Yo tengo una maleta muy parecida a la tuya pero sin que nada tengan que ver ni la tuya con la mía ni la mía con la tuya, pero sin embargo siempre viajan juntas, por eso salgo corriendo a ciegas como si tuviera que acabar una película donde tú y yo fuésemos los únicos protagonistas.















XVIII



ES MI CALLE

No, no había asesinos en mi calle, no, al  menos que yo estuviera equivocado y en cada esquina y en cada recta y en cada curva, se escondiera algún comando terrorista allá, o algún grupo mafioso de la cosa nostra un poco más acá con sus camisas de seda manchadas del rojo tomate que envuelven sus espaguetis que bailan y bailan en sus bocas abiertas que no paran de hablar, no, bueno, tal vez sí haya una inocente banda de pequeños delincuentes, yo de hecho una vez vi a un muchacho que empujó a una vieja mientras que otro le arrebataba el bolso, y ambos corrieron y corrieron riéndose por su hazaña, y la anciana fue atendida de inmediato, pero nadie persiguió a los dos jóvenes, que supongo se cagarían en la puta vieja cuando al abrir el monedero vieron que no llevaba más de diez euros, pero, ¿qué va a llevar una vieja que además venía de la compra?, es estúpido ser un delincuente y caer tan bajo, tampoco creo que haya una banda de narcotraficantes, a esos los odios especialmente porque hacen lo posible y lo imposible por crear enfermos de la desgracia, crear desgraciados de por vida, y ellos se manejan como dioses que a su vez manejan las vidas de los desgraciados que ellos crearon, no sé, espero que especialmente estos no se instalen en mi calle porque mi calle la tengo bien controlada desde mi ventana y la mantengo limpia y bien cuidada, ahí está Francesca con su perrito, siempre puntual a nuestra cita desde la distancia, son las ocho de la tarde, exacto, y no necesito ver el reloj para saberlo, y si alguien abriera la puerta sería mi hija después de hacerme la compra, creo que hoy es jueves, pero no, o sí, es ella, que viene gritándome, ¡papá!, parece como si llorara y viene con más gente que también grita algo así como, ¡policía, policía1, ¡ponga sus manos en alto y bien a la vista!, no, no son los delincuentes, o al menos los delincuentes que yo creo, son los policías haciendo su trabajo y se me acercan con prisas y empuñando sus armas hasta llegar hasta mí, y a mi silla de ruedas, sí, ahora veo a mi hija que está llorando.



















































XIX



SI SUPIERA DÓNDE ESTABAS

Si supiera dónde estabas, allí iría a buscarte, claramente que sí, pero por dónde empezar que no sea un ir y venir sin sentido sin más que el sentido de encontrarte como si eso fuera solo lo que verdaderamente necesitara, que tengo que encontrarte y en cualquier lugar te busco sin encontrarte, porque si supiera dónde estabas, sí, así lo hubiera hecho y hubiera ido al lugar exacto donde tú estabas, y espero que esperándome, porque yo solo deseo encontrarte aunque estés bien escondida detrás de un quiosco de los que han desaparecido como queriéndome dar un susto de alegría al pegar un salto justo y muy pegado a mi cuerpo que solo te busca y que es lo único que hace, apartando de su camino todo lo que no sea la búsqueda y tu hallazgo, y aunque este no se produzca porque creo recordar, pero de eso no estoy nada seguro, que recibí algún tipo de información donde se me decía que habías muerto mientras yo te buscaba, pero no estoy nada seguro ni de eso ni de nada de todo aquello que vino después y que era también algo así como que yo, aunque yo no quisiera, seguiría buscándote como solo los enamorados buscan los restos de un amor para siempre perdido desde un principio pero que no tiene ningún fin, y aun así, te seguiría buscando.

















XX



PROMESA

Prometí avisarla a tiempo para que pudiera refugiarse entre mis brazos, para que cuando llegara ese momento, estuviésemos juntos, pero de aquello hace tanto, que cuando el momento llegó, me llegó tan de improviso y con un paso tan largo de tanto tiempo desde entonces, que no es que se me olvidara, sino que como cualquier estúpido que siempre anda en círculo sin encontrar ningún sendero que le lleve ni siquiera un poco más allá de sus propios pasos, no hice más que eso, girar sobre mí mismo y esconder la cabeza y mis ojos para así intentar no sentir nada.











XXI



MADRE SIN HIJA

La única forma de que se disolviera el follón que se produjo cuando la madre salió de la ducha con los pechos al aire pidiendo a gritos que le devolvieran a su hija, que ningún malnacido se la llevaría mientras ella estuviera viva, fue devolverle  sus protuberancias artificiales, eso que llaman vulgarmente sostenes o sujetadores de un modo más fino, para que se tapara las suyas que de verdad le pertenecían pues había nacido con ellas para su posterior desarrollo, y así evitar el bochorno de ser vista por los vecinos, tan desamparada como semidesnuda.



XXII



SU NOMBRE

Quizás no tuviera un estilo muy depurado pero sí cierta gracia, no sé cómo expresarlo, pero era esa forma suya de moverse con la volátil suavidad de una bailarina cortando el aire y su hablar pausado y a veces melancólico lo que a mí me cautivó, bueno, a mí y a mucha gente, no crean, porque fue durante un tiempo muy corto, eso sí, cinco escasos años, una estrella de la que todos conocían sus deficiencias para la actuación pero nadie se atrevía a decirles ni con ella delante ni cuando en esos cócteles donde ella no acudía pues mientras trabajaba solo hacía eso, trabajar, fabricando su personaje, y después del rodaje y de la primera proyección de la película iba a todas las fiestas y era la reina pero si me preguntara ahora en este momento por su nombre…, su nombre no lo recuerdo, pero era ella, no me cabe la menor duda.



























XXIII



DARLE LA  MANO AL ENEMIGO

Luz en el atardecer. Sábanas de colores en movimiento. Fotografía distorsionada desde fuera, entrando desde la ventana. Se oye el jadeo de una voz de mujer de vez en vez entrecortada mientras la cámara se va acercando. De pronto acaba el movimiento de sabanas en un desplome con un jadeo prolongado.

Silencio.

Voz femenina en off:  Me ha encantado. ¿Aún me querrás cuando no seamos capaces de hacer el amor como lo hemos hecho ahora y como lo hemos hecho hasta ahora?

Fundido en negro.

Silencio.

Luz del amanecer.

Voz femenina en off:  ¿Duermes? Creo que el despertador sonará pronto.

Silencio. Suena I wish you were here desde el despertador. Se mueven las sábanas. Aparece la espalda de una mujer desnuda. La imagen, que seguía distorsionada, se vuelve nítida. Travelling de la mujer de espaldas caminando, cuando alcanza el cuarto de baño termina la canción. Fundido en negro.

Voz femenina en off. Voy a ducharme. Duerme un poco si quieres. Aún tienes tiempo para llegar a tu casa.













XXIV



MÚSICA EN VIVO

PG. Picado. Pub muy ambientado. Mucho humo de cigarros. Mucha gente. Mucho ruido de voces y música. Años 50. También suena la voz cálida de una joven cantante a la que acompaña un cuarteto de jazz: batería, contrabajo, piano y saxo tenor.

Travelling hasta alcanzar un PP de la cantante. Voz en off de dos hombres sobre la voz de la cantante, la música y el jaleo de la gente.

HOMBRE I. Te repito que este no es el lugar más adecuado para cerrar un negocio como este de cientos de miles de dólares.

HOMBRE II. Tranquilo, hombre, ya no estamos en el Chicago de los años treinta. Nadie nos va a matar en público. Y este es un buen lugar para los negocios. Mira, gente agradable y mimada.

Travelling hasta un PP de la cantante.

HOMBRE II (En off)…Y además tenemos música en vivo.

HOMBRE I (En off). Sabes que odio la música en vivo (subo el tono). Me pone de los nervios.

HOMBRE II. (En off). Suda, tómate la copa y cerremos el trato.

HOMBRE I. (En off). Me voy a tomar la copa, voy a sudar, pero no voy a cerrar ningún trato en este sitio. (Se oye el arrastrar de una silla).

HOMBRE II. (Grita en off). ¿Dónde coño crees que vas? (Ya solo se escucha la voz de la cantante y la música). De aquí no te mueves hasta que cerremos el trato.

HOMBRE I (Grita en off). Y una puta mierda. No voy a cerrar nada con este ruido. (Suenan tres disparos. Gritos. Silencio). Ahora podemos hablar. (La cantante cae desplomada).



XXV



SEGUIR A LO SUYO

Él no seguía ninguna de las indicaciones de las que tuviera que justificarse ni de aquellas que empequeñecieran aún más lo que ya de pequeña era la dignidad del ser humano, y por eso estaba allí, y por eso nadie de los que allí esperábamos otra cosa que aquello que hacía, y por eso él siguió haciendo lo suyo y nadie se atrevió a decirle nada de lo contrario, y por eso hizo en definitiva lo que él creía que tenía que hacer, y así lo hizo, sin recibir ni esperar nada a cambio y sin ningún rasguño de algún lamento.











XXVI



A LA ORILLA DEL OCÉANO

A él se le escapó la lágrima del no te olvides de mí, mientras ella se apoderaba del universo, y le decía, escríbeme y mándame lo que escribas, y él hizo lo uno y lo otro, y lo que no le dijo.















XXVII



UNA CARTERA Y UN OLVIDO

Sí, se le olvidó aquí, no, no sé exactamente cuándo, hace ya tanto tiempo, pero sí, esta era su cartera, se quedó aquí encima del mostrador una noche enseñándome una foto de cuando joven, y yo nunca, créeme, a mí siempre se me olvidó devolvérsela aunque él viniera cada noche como un ejemplar parroquiano por su penúltima copa antes de  acostarse, y yo lo invitara siempre y con gusto de hacerlo, nunca me pesó, todo lo contrario, era una persona, que aunque borracho, era agradable hablar con él sobre todo por lo educado y culto que era, lo que nunca supe por qué, bueno sí, me lo confesó alguna vez, por qué cayó en eso de la bebida, fue algo relacionado con la guerra pero nunca quiso especificar nada, hablaba sobre eso con vaguedades, sin embargo de otros temas como de música o arte o literatura o de cine, la ópera le encantaba, ya lo sabes, lo hacía con una precisión y un vocabulario tan rico que parecía un auténtico experto en todos esos temas, sí, ¡qué grande!, él vivió solo unos años, creo que cinco o más, los años que nos conocimos, justo encima de nuestra taberna, que siempre estuvo abierta a sus necesidades, a mí se me olvidó, créeme, sin mala intención porque así es la memoria de caprichosa, si me quieres denunciar puedes hacerlo, pero la verdad es que la cartera se quedó en aquel cajón oculto al recuerdo, y él tampoco me habló de ella ni de que le faltara, a ver si preguntas por ahí o la ves, nada, yo creo que nunca la echó de menos, yo creo que nunca echó de menos nada de lo que había vivido, pero eso yo no te lo puedo asegurar, pero sí te puedo asegurar que jamás la he abierto, no sé lo que contiene, pero al volver del cementerio he pensado que ya era mal momento pero que no había otro para devolverle la cartera si no ya a él porque eso es imposible, sí al menos a su hijo.



XXVIII



BUTACA AL ATARDECER

Me sientas en la butaca y yo a mi vez me siento como en la orilla de la playa con las olitas balanceándome de aquí para tranquilamente allá donde lo único prohibido sea el aburrimiento y lo único permitido sea hacer lo que a ti y a mí sea hacernos lo que nos dé la gana una vez de cada vez que tú me sentabas en la butaca y yo veía pasar los días hasta mi muerte en el absoluto aburrimiento de una playa al atardecer.











XXIX



ENGAÑAR A LA SOLEDAD

No sé por qué ocurría aquello, pero lo que más me sorprendió cuando volví al campo fue que los vi cenando por parejas, de dos en dos, compartiendo plan y plato y vino, quizás porque tuvieran miedo de verse solos cuando les llegara la muerte que podría sorprenderles en cualquier momento ya que no fue hace unos minutos en el anterior bombardeo podría ser que sí lo fuera en el siguiente, cuando estuvieran tomándose el postre o besándose a la luz del humo de un misil contra la luna.









XXX



VÍNCULOS

No tuve más unión con las fiesta de mi barrio que el vínculo que desunía la verbena de la parroquia con el despropósito que yo vivía en la casa de mis padres, y que yo nunca sentí como también mía, hasta no dejarme otra salida que la de llenar una mochila con mis camisetas, algunas de diseño exclusivo pintadas por mi abuela, que seguro que aprobaría mi decisión de atravesar la casa de mis padres, la verbena de la parroquia, ahora no recuerdo si era por san Juan o por la virgen del Carmen, y salir allí donde se acababan las fronteras.











XXXI



ESTAR EN OTRO LADO

Hoy tengo mucha hambre, más que simple apetito entre horas, pero por otro lado, todo lo que tomo me sabe mal, como si estuviera caducado, y el sabor de todo, me supiera avinagrado. Tal vez sea el tiempo que llevo sin verte.













XXXII



APAGADA LUZ DEL MEDIODÍA

Cuando apagó la luz de la lámpara, se dio cuenta enseguida de que era el mediodía quien entraba por las ventanas como un ladrón que arrinconara todos los misterios, y las dudas se fuesen poco a poco convirtiendo en sus disfraces de no recordar cualquier cosa o ninguna de las que poco antes había hecho.











XXXIII



PUENTE

Poco, pero que muy poco antes de declararse insolvente, pero claro, es que si fue después no lo pudo hacer, pero cualquiera sabe, solo es cierto lo de que el río se lo llevó sin vida hacia la costa salada después de intentar salir con vida de un  vuelo mágico desde el puente.













XXXIV



SUSURROS

Solo recuerdo sus últimos susurros, que no palabras, pues apenas ni aliento ni aire ni en sus pulmones tenía ni en su garganta brotaba más jardín que su sequedad ni casi circulaba la sangre por sus venas, al dejar desarticulado aquello que mis oídos esperaran.











































XXXV

En agradecimiento a José Antonio Marín, por su continuada lectura de Modisto, quien le hace pensar.

GRAFITI

“Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego…”

(Grafiti, de Julio Cortázar)

No supe nunca negarme a nada de lo que tú me dijeras porque eso de no saber si lo nuestro acabaría en drama o en comedia no me hacía nada feliz porque no creía ni en lo uno ni en lo otro, pero sí me supe más cordial y más amable con mi medio ambiente cuando descubrí que tus ruegos y preguntas y hasta órdenes, solo me harían más feliz si te seguía, no la corriente, sino tu incombustible felicidad de lo que esperabas de mí en cada momento que era bueno, eso de guardar mis silencios y solo invadir tu espacio con unos leves síes que mantenían vivas las vías de nuestros trenes, nunca maltrechos, no creas, pero siempre en vías de restauración, puesto que a veces aquí o allá quedan desajustadas tuercas o vagones a los que hay que darles una vuelta de mano de pintura porque estos grafiteros…, yo tampoco entendí nunca por qué están tan mal vistos los grafiteros si no fuera porque son gente valiente, y los valientes, ya se sabe, están por encima de la media de los cobardes, y esos grafiteros quizás estén mal vistos porque saltan vallas y se arriesgan a mostrar su arte allá donde nadie los deja, y a mí, la verdad, me da pena que me manden que borre sus pinturas o sus obras de arte, yo no entiendo, y los cubra con el dibujo oficial y sus letras, que ni con una cosa ni con la otra, nadie ni está de acuerdo, porque es amorfa, ni nadie siente una pizca de interés por nada de lo que allí la oficialidad dice, pues no dice nada, y lo peor en el arte es la indiferencia, pero es en esos maltrechos días de trenes que se encuentran en la misma vía, donde más deseo que la tinta del grafiti no se descomponga, y si lo hace, que lo haga sobre un cuadro de misterio bien guardado sobre las chapas de algún vagón donde cada trazo que hayamos dado sea una orden de amor para que el próximo tren pueda salir a su destino.



















































XXXVI



RECOMPENSA

La recompensa llegó tan de madrugada que yo ya no estaba ni borracho, pero casi que ni sí, que ni siquiera podía tambalearme a no ser que fuera por el compás perdido de una nota musical que quería subirse por las paredes y llegar hasta la hoja de papel en blanco que nos esperaba.











XXXVII



BAUTISMO

El sacerdote llenó de buenas intenciones el sonido que iba llegando de aromas frescos desde el satélite caprichoso de la memoria, que jamás Arturo será ni lo tuyo ni lo mío, pero, desde donde nacen las estrellas, que será de los dos, quizás seguro no a todos les corresponde una estrella ni la más luminosa ni simplemente luminosa, quizás desde luego, yo te bautizo, y como niño juguetón, el satélite dejó de emitir, y fue entonces cuando comprendí que de todas formas, el bautismo y lo nuestro no eran más que lo mismo, pues era el agua, y a ti a mí nos encantaba ducharnos juntos.









XXXVIII



ENCUENTRO

Era sin duda un hombre ya adulto, aunque con el casco y el uniforme lo disimulaba o lo ocultaba, pero claro, era él, eso a una madre no se le pasa, aquel muchacho era ya un hombre que le sonreía aunque en todo aquel ajetreo de llamas y humo seguro que no la reconoció, habían pasado tantos años desde que se fue siendo un adolescente cuando abandonó el hogar dejándole un dolor profundo en su alma del que nunca se sobrepuso, y ahora le sonreía y la tranquilizaba, ya mismo estará fuera, señora, me trataba de señora como si yo no fuera quien debiera ser para él, mientras la cogía y la abrazaba y se la pegaba a su cuerpo y yo olía su olor de hombre bueno al que no tuve más remedio que recuperar encendiendo uno de mis cigarros prohibidos, que se fumó en la cama que pronto salió ardiendo, y con ella toda la casa, pero que era la única forma de recuperarlo cuando días antes se enteró de que su hijo era bombero, y que por esas cosas del destino era quien rescataba a su madre para por fin conseguir nuestro encuentro.

























XXXIX



NO LO SABRÁS



Nunca sabrás si ni siquiera yo estuve allí en aquel momento en que el concierto acabó o si solo acababa de empezar, y si fue en ese momento cuando apareció aquel espectro o monstruo o vete tú a saber qué era esa cosa que hablaba en otro idioma bien distinto al nuestro, que no se disculpaba por nada, por más que empujaba a todos, y llegó otro momento, en que, reducido por decenas de brazos, escupió su propia sangre sobre la acera, y se levantó al poco como si nada y luego volvió a caerse sentado sobre la misma acera, cuando todos los ingenuos lo creíamos muerto, pero el policía nos tranquilizó de que todo iba bien, y que lo único que necesitaban tanto el detenido como el funcionario de la placa era que ambos se fumaran un cigarro mientras esperaban el furgón que los conduciría a los calabozos, sin saber ninguno de los de allí, si el concierto empezaba o concluía, o si estábamos en el descanso de rigor entre pieza y pieza.

























XL



AHÍ ESTAMOS

Ahí estamos. Y el que no quiera, que sepa que está en el otro lugar. ¡Qué alegría!, ¿no?, vernos así, después de tanto tiempo. Y es que, ¿te acuerdas lo de mi tesis doctoral que nunca llegó a nada, eso de que todos ocupamos los mismos espacios aunque sea en distintos tiempos? Y que lo que ocurrió entre nosotros solo fue espuma de mar dejada en la playa por un volcán en erupción, sí, no sonrías ni lo niegues porque fue así, aunque también es verdad que el pasado se endulza o se amarga, pero de todas formas algo de  eso fue. Y ahí seguimos estando. ¿Que si sigo pensando en ti? Mira, creo que ahí llega tu tren, al mío le queda todavía un buen rato y para en la vía de enfrente. Un beso. Saluda disimuladamente a tu esposa y a tus niños de mi parte.





























XLI



EL CUENTO DEL FACE QUE ES UNA HISTORIA DE AMOR

Desde siempre he tenido un amigo palestino que no pertenecía a ninguna patria, y que se sentía libre y que me sonreía y sonreía a todos porque sí. Ese amigo palestino tuvo una vez un novio judío, se besaron y fueron muy felices. A veces discutían, pero era por cosas menores, y nunca se levantaron un muro de odio sino que todo lo solucionaron besándose, riéndose y haciendo otras cosas y besándose y besándose. Nunca tuvieron dinero y después de un tiempo, bueno, cada uno encontró otros amores y siguieron respetándose, y a veces, me decía mi amigo palestino, se querían más ahora que cuando estaban juntos, no sé, cosas extrañas de la vida, que es en sí extraña. Y ahí acaba este cuento porque no quiero ni casi puedo continuar.





























XLII



SIN TRES SUSPIROS

Hicieron el amor de forma accidentada, como si pareciera que ninguno deseara hacerlo, pero sin poder parar de arremeter ninguno de los tres, unos cuerpos contra los demás cuerpos.











XLIII



SIESTA

Hasta ahora era todo entre nosotros, y había siempre una luna entre nuestras risas, y el sol aparecía cuando tenía que hacerlo, tomando asiento junto a nuestras resacas, y saludándonos con la sonrisa del triunfador más vencido, cuando más allá del mediodía, cuando casi todos duermen la siesta y unos pocos hacen el amor a escondidas.



















XLIV



NO ES CUESTIÓN DE TIEMPO



Con gran esfuerzo, pues no estaba entrenado para ello, logró subir a la montaña más alta de la comarca, que por otro lado no era demasiada alta, pero que sí escondía esos misterios que habían enfebrecido la imaginación de generaciones y generaciones. Una vez en la cima, trepó a un árbol, pues sentía la necesidad de seguir subiendo hasta donde el silencio fuera el techo, y desde allí veía las casitas y los diminutos cuerpos de sus habitantes, y así inventó miles de historias que nunca serían ni publicadas ni escritas porque no sentía esa necesidad de egocentrismo vacío, y allí, en la copa del árbol, respiró el aire fresco que venía del norte, y unos fuertes rayos de sol que venían del sur, y todo fue aún a mejor cuando sin quererlo, de sus labios y de su aire expulsado, acompasadamente surgió una melodía que era como un abrazo a seguir viviendo de todo aquello, y que lo menos importante era que ese tiempo fuera corto para disfrutarlo según ayer le había diagnosticado el médico, que seguro que nunca subió tan alto como él hoy lo había hecho.























XLV



SI NO ESPERARA NADA



Si no esperara nada de ti, no estaría aquí sentado a los pies de tu casa cuando parece que se me derrumba a mis infiernos en la espera de hace una semana que me gustaría vernos bañados ambos en una lluvia de café mientras esperamos el eterno autobús que no llega.











XLVI

QUEDARME



¿Podría quedarme?, eran dos palabras en una pregunta que se respondería con aquella canción de Elvis donde repetía en el estribillo For I can’t help falling in love with you y que yo siempre a mi vez repetía mientras intentaba olvidarte cuando aquello era imposible.





















XLVII



ROMPER AUNQUE NADA OCURRIERA



Necesitaba romper con aquella libreta como necesitaba cantar en la mañana siguiente a aquella de que por fin hiciéramos el amor como en las madrugadas, aunque aquello nunca ocurriera, pero tanto aunque yo lo necesitara, y romper aquella libreta a base de escribirla y de enredarla de tintas que desbordara las fronteras y se esparciera en océanos de caligrafías ni rimadas ni armoniosas que se van atomizando al ritmo de un son de pinturas tenebristas.



































XLVIII



TRES

“Todavía el silencio quería llenarlo todo con  su voluntad de absoluto”

(Juan Gaitán, Aware)



Nunca supo su nombre, tal vez porque nunca necesitó saberlo porque su rutina semanal lo llevaba cada jueves a adentrarse por los pasillos de un teatro decadente que existe en cada ciudad sin preocuparse si era un drama de Tennessee Williams o una comedia de Shakespeare o la marcha Radetzky, pero también, y es más que probable, porque aún hacía frío en aquel recinto desierto de público donde las yemas de unos dedos desconocidos, en unos minutos se desplazarían a ritmo agigantadamente poético, suavemente con vigor sobre las gruesas y duras cuerdas del contrabajo con que se había propuesto conquistar el mundo desde que con doce años supo con la certeza de la inocente infancia aún inmaculada que aquello era lo suyo y nada más y a nada más ni a nadie más amaría. Pero allí estaba entonces ella sola con su instrumento y su tristeza que se desgastaría contra el silencio de un  despoblado patio de butacas que ya no esperaba a nadie más que a nadie más, como si sumando los nadie más, alguna vez se alcanzaría a una pareja a punto de enamorarse, y a un  solitario que solo busca su soledad en el centro de su vida sin estar con alguien. Pero eso tan deseado no ocurrió ni nunca ocurriría, pues cuando el sonido del solitario contrabajo comenzó a sonar, un sueño de zapatos desordenados y de maletas que tienen que hacerse para algún viaje que nunca comenzará porque solo es el final de una pesadilla que vivirán los que queden vivos, renació de entre las cenizas de quien empezaba ya a morirse sin público, porque los tres que habían ocupado sus asientos, tan pronto como el espectáculo comenzó, se levantaron y los abandonaron, dejando a la contrabajista de los sueños desde bien temprana la infancia, sola en el escenario sin sus tres espectadores y sin ninguna de sus futuras esperanzas, mientras su madre se pesadillaba con maletas sin hacer y montones de zapatos que la llevarían al viaje donde todos acaban con los pies desnudos.



















































XLIX



FUGAS Y ENCIERROS

Yo haría lo mismo que tú has hecho si tuviera como tú tienes una cárcel a mano que yo también tengo, y el valor que posees, que yo ni por asomo, y sería salir pitando aunque allí dentro me dejara el amor de mi vida y aquí fuera no me esperara ni nada ni nadie, sino el deseo de volver a verte aunque no sea más que por regresar a ese muchacho que se vuelve loco por estar con un hombre como tú, ambos encerrados entre rejas.











L



EL MEJOR DE NUESTROS MOMENTOS



Fue el mejor de nuestros momentos, fue de esos momentos en los que, de esos donde se produce el fuego y este se propaga hasta que se hace incontrolable y desde allí y más allá se van derrumbando las almenas y los palacios y un sinfín de bombas que explotan y millones de gatillos que se reblandecen al contacto con el dedo índice atrás y adelante y atrás y adelante, hasta que ambos cuerpos ocupan el espacio del orgasmo de una pared a otra, hasta que ambos cuerpos ni el uno ni el otro ni nadie más que ellos.











LI



NO FUE ASÍ

No es que fuera así, pero fue así como tuve miedo. Los muebles comenzaron a desplazarse bien temprano, y bien temprano se arregló lo del salón bien recogido y los dormitorios, y lo de las pelusas todo en bolsas de basura, cuando alguien llamó por teléfono y resultó que era la voz neutra e inquietante de la policía que comunicaba al aire aún viciado a pesar de los balcones y las ventanas abiertas, que era alguien, sí, de la policía, que comunicaba a quien respondiera al nombre que habían dicho, no sé qué de un accidente de tráfico en el que habían muerto mis padres y que tenía que llegar al Instituto Anatómico Forense para reconocer a los muertos, y así y sin duda, era el momento de abandonar la fregona que intentaba inútilmente borrar las huellas de la juerga de la noche anterior.



























LII



CUALQUIER PEQUEÑO INSTANTE



En este pequeño instante en que ni tú ni yo navegamos por ninguno de los lagos felices con cisnes y música de fondo en forma de vals, podríamos al menos guardar silencio mientras llega el siempre tardío autobús que nos traslada a la casa que nos libra de este frío inesperado de septiembre y así poder continuar con nuestro teatrillo de estar tú en aquellos lugares donde yo no estoy, y tú en aquellos donde yo ni piso porque hace tiempo que se me olvidó andar por ellos.





































LIII



TARDES DE CINE

Puede ser que lo haya contado alguna vez, pero no importa. Lo volvería a hacer miles de veces. Son esas cosas del orgullo lo de repetirse. Por la tardes iba al cine hasta que durante la semana el dinero me aguantara, que era sobre el jueves o apurando hasta el viernes, en uno u otro caso tenía que esperar hasta el lunes para volver a la sala sin importarme no tener palomitas, ni la película que proyectaran, se apagaban las luces, comenzaban los tráilers de los próximos estrenos que yo también vería, y justo cuando estos terminaban y se inundaba durante unos segundos un fundido en negro que a continuación daría paso al Caudillo Generalísimo y su No-Do, yo encendía un cigarrillo a eso de mis catorce o quince años, que iba a durar bien poco, pues ese punto de luz llamaría la atención de algún acomodador de los que siempre hay, un buen profesional y perfecto cumplidor de sus obligaciones, que seguro que se acercaría a donde yo había estado, pero que ya no estaba, pues a la tercera calada yo ya salía disparado hacia la pantalla adelantándome a la primera fila y desde allí, y bien cerca, sacaba el huevo del bolsillo de mi gabardina aunque fuera verano, y lo estrellaba justo hasta dar en el ridículo bigote de aquel ridículo y sangriento hombre que dedicó toda su vida a joder y a destrozar la vida de otros, que simple y afortunadamente no eran como él. La pantalla cogía una tonalidad anaranjada, amarillenta y chorreante de un huevo caducado, la gente se sorprendía, y a mí, a veces, me pillaban y otras veces no. Era el destino de los que amábamos el cine cualquier tarde de la semana.









LIV



UN BUEN MOMENTO



No fue porque tuve un buen momento, seguro que habré pasado miles de ellos mejores del que pasé cuando ingresé en prisión y sabía que nadie me esperaría después cuando cumpliera mi condena, pero también y por otro lado sabía que eso nunca iba a ocurrir porque una cosa me llevaría a la otra y que yo seguiría dando vueltas como en el tiovivo del barrio de cuando era pequeño, como en este tiovivo de ahora, en el que veo a los niños que no se ríen ni que disfrutan de los giros que dan en los caballitos porque saben que nunca aquello dejará de dar vueltas y ninguno de los niños se salvará de ser un prisionero de aquello de no tener un buen momento en eso de repetir en lo de dar vueltas y más vueltas.





















































LV



EL LUGAR DE LOS SUEÑOS



Ella lo llevó al lugar del que surgían todos los sueños que él había tenido desde nacer y que habían volado por el cielo de los sueños incumplidos, pero que a su vez él desconocía que eran suyos sus sueños, hasta que al verlos cumplidos supo que eran los suyos, lo mismo que eran suyos todos los besos de ella.











LVI



ABSOLUTAMENTE FALSO



Cuando escuchó sus propias palabras de absolutamente falso, ya sabía el hombre de cualquier nombre que iba a salir libre de toda culpa, sabiendo además que a ella y no a él le corresponderían las sombras de un vivir sin más sol que el que reflejaran las lámparas de aquel rectángulo sin salida y aún más allá con alambradas. La verdad es siempre otra cosa, y a la justicia es raro verla por los juzgados.















LVII



RESUMEN DE ALGO RÁPIDO Y DESAGRADABLE



Y todo fue rápido y tan desagradable que al final ese todo se resumió en una vida con unas oposiciones ganadas sin una maldita plaza, un matrimonio con hijo que con el tiempo fue casi un desconocido y un divorcio de remolinos en tierras movedizas, algunos escarceos que se desarrollaron entre la justicia y el amor prohibido, y al fin, esto que veis, el abrazo dado a un día eternamente marchito de muchas nubes sin descarga.











LVIII



ALGO ASÍ COMO SOBREVIVIR JUNTO A DIANE KEATON

Estaba tan encerrado en el mundo que muy y tan previamente le habían cerrado, y aún más y eternamente era como si le aprisionaran su vida, de la que solo le permitían envejecer y dedicarse poco a poco a acercarse a la muerte que parecía esperarlo en cada una de las veces en que cada una de esas grietas de la respiración lo aguardaban aquellos fantasmas que nunca se espantaban por más aspavientos al aire que hiciera, cuando pasaba una semana de su vida sin poder ver Annie Hall.







LIX



INSOMNIO

Pero al fin y tras infinitos esfuerzos iba a acostarse sin que necesitara ninguno de mis ositos de peluches ni ninguno de más besos que los tuyos a pesar y gracias a ser yo el causante de todos mis insomnios.











LX



PLANIFICACIÓN

Soy incapaz de planificar nada, ni un desayuno o un almuerzo, una cita o la hora de la salida para llegar a tiempo a algún sitio aunque ese sitio lo compartiera contigo. Me levanto cuando me despierto y me pregunto dónde estoy, ya sea en plena noche o a pleno sol, y me alimento cuando tengo hambre. Ese es mi ciclo. Por eso, cuando me dijiste que me querías, noté un escozor por todo mi cuerpo, desde los tobillos hasta mi cabeza, y me vi sentado confortablemente en un horripilante sillón verde viendo la tele, y decidí que aquello no iba a ninguna parte y salí huyendo como si el diablo me persiguiera, pero solo era el suave olor a mandarina de tu piel.









LXI



COMO SI FUERA LA ESPOSA DE MARSELLUS WALLACE

Es algo que si ella te lleva o tú la llevas al cine, algo sin importancia porque es solo para ver una película. Nada de copas después, ni esa engolosinada forma peregrina y aburguesada de una cena antes, cuando todo ya debería haber terminado y solo quedara esperar al día siguiente bien tumbado y bien dormido sobre tu confortable colchón durante unas horas hasta que ese día siguiente no fuera el esperado y ese día siguiente te hiciera despertar en un lugar que no es el tuyo, como alguien nuevo que no hubiera hecho lo que debiera sino aquello de lo más imprudente, de que lo que hicimos lo hicimos primero sobre el sillón pues no fuimos capaces de llegar hasta la cama de la habitación del motel sino hasta el siguiente, y fue allí donde nos descubrieron pero ya habíamos acabado aunque con ganas de haber seguido, y allí tumbados completamente desnudos y aún ardientes y sudorosos, la policía rompió la puerta y empezó con gritos y órdenes, y allí estaba su marido con la placa de la autoridad colgándole del pecho y el arma bien agarrada creyéndose lo que más o menos era, el sheriff del condado buscando a su esposa a la que habían secuestrado y que llevaba desaparecida varios días con el gilipollas que fumaba desnudo junto a ella también desnuda ambos fumando en el suelo, y puedo asegurarles que intenté decirle a aquel señor que conmigo eso de varios días nada, que la acababa de conocer la noche anterior y que estuve a punto de evitar que esto ocurriera, que yo estuve a punto de acabar en mi cama durmiendo plácidamente tras ver la horrenda película que vimos, pero no pude decir nada, pues ella aprovechó la mirada de odio del marido ultrajado para agarrar mi miembro que empezaba a desvanecerse para darle vida, y fue entonces que ese gilipollas que era yo se llevaría todos los golpes de los miles de policías que yo creía que me rodeaban, hasta verlos a ellos dos desde el suelo con mis ojos medio cerrados y sangrantes andando muy acaramelados hacia su horizonte común, agarrados por la cintura, mientras yo, desde mi pared, no podía detener mi mirada en el culito de ella, que fue lo que me enamoró desde un principio, balanceándose provocativamente cortando el aire de acá para allá con sus caderas que ahora eran de otro, como dirían algunos, de su legítimo dueño, de un enamorado como yo de ella, pero que llevaba una placa de funcionario y el anillo que simbólicamente une a las parejas.











































LXII



CUMPLEAÑOS



Sin ningún plan previsto y con un desconocimiento absoluto, robó las flores del cementerio a una tumba que contenía los restos de un asesino en serie que antes de eso fue policía y se infiltró en una banda de ladrones y extorsionadores de gente humilde que trabajaban como empleados de la banca, para desenmascararlos, y que llegó a odiarlos tanto, que los fue matando uno a uno sin levantar sospechas, y cuando ya acabó con todos, se relajó tanto que su felicidad no cabía en su pecho, de ahí que sufriera un infarto fulminante que lo llevó hasta aquel lugar, de donde un desconocido robó sus flores, que alguien anónimamente mantenía frescas, para adornar las paredes desnudas de su cumpleaños.































LXIII



ESCUPIR SANGRE ACUMULADA



Ahora sí, ahora es algo ya visto con más tranquilidad, algo más lejano, algo así como escupir la sangre que se me había quedado ahí acumulada de tanto odio que me colgaba desde que en la última rotonda, los coches con los que me encontraba no respetaban las señales ni la más mínima lógica y se cruzaban delante de quien solo esperaba alcanzar la tercera de las salidas, que era yo, sin tampoco alcanzar a saber que nunca lo conseguiría, pues uno de esos coches irrespetuosos quiso abalanzarse sobre mí y hacerme el amor sin yo saber si era eso, o que al final acabaría estampado para siempre contra el muro que quedaba a mi derecha o sentado en una silla de ruedas, pero al escupir la sangre acumulada de odio, esta fue a estrellarse contra los ojos y las manos del estúpido conductor que no pudo evitar el muro ni acabar sentado en la silla de ruedas que en un principio él me la había adjudicado.

























LXIV



RESISTENCIA



Dos calles más allá no había nadie, solo gente que ni había amanecido ni había desayunado, y que resistía en sus puestos de salida paralizados en ese movimiento continuo y audaz de no intentar volver a entrar en la tortuosa y vacía realidad de cada día.









































LXV



EPIDEMIA



La epidemia llegó bien temprano, serían las siete de la mañana poco más o menos, y la ola de calor prometía seguir haciéndose fuerte, de ahí que al despertarme siguiera escuchando las aspas del ventilador que empezaron a funcionar la noche de ayer y que sería imposible que ahuyentara la epidemia de miedo que ya a esa hora en ese día, empezaría a atravesar las venas de los habitantes a los que se les prohibía decir no a cualquiera de las preguntas que solo recibirían respuestas del sí, y de esa forma la mayoría sustentaba a la minoría que los gobernaba sometiéndolos a una dictadura que en cualquier año aún tendría muchos años para seguir viviendo, aunque en algunos de ellos pareciera que la gente se sintiera libre, pues tras aquello, la epidemia seguiría agigantándose para renacer de sus cenizas si en algún momento era ficticiamente destruida, y volver a una opresión más efectiva y duradera, y los habitantes de aquella confortable ciudad se revitalizarían en el sí comunitario que habían aprendido a decir desde pequeños en sus familias, reafirmándolo después en escuelas, institutos y universidades y ampliándolas, conforme iban formando sus propias familias. Son esas cosas propias de las epidemias, que alguien las propaga con un claro sentido, pero que al poco, como cualquier epidemia, se propaga sin control, y peor, es que tantos muchos mueren tanto mucho antes de poder preguntarse por qué son ellos precisamente los que han sido afectados, cuando en realidad, y sin que nadie se atreva a hablar sobre ello, son todos los habitantes de aquella ciudad, los que están infectados.









LXVI



RECONSTRUCCIÓN DE LOS HECHOS



Reconstruyó los hechos milimétricamente, como hacen los jueces, abogados y policías ante cualquier asesinato, ya saben, se teatraliza algo que ocurrió como si así hubiera ocurrido, aunque todos los agentes, abogados y jueces que están alrededor de aquella función sepan muy bien que nada de lo que allí se representa es la verdad, que la verdad no es más que la historia de un viejo que ha perdido la memoria y que intenta recomponer en vano, algo que supuestamente ha ocurrido pero que las piezas se resuelven en un desorden que solo la fantasía individual o colectiva puede recomponer, muy lejos de aquello que ocurrió en realidad, el plan calculado seis meses antes de que se ejecutara con sobornos, material armamentístico, un piso discreto, un par de buenos coches y una furgoneta, el sistema informático que hoy está a la orden del día y la brigada de cinco hombres habituados al secuestro, el robo y el asesinato, así, todo se desarrollaría con seguridad y se resolvería tan limpiamente, que el secuestro, el cobro y el asesinato, nada tendrían que ver con lo que ahí se iba a representar en la reconstrucción de los hechos.



















LXVII



ES POSIBLE QUE



Es posible que yo no me explicara bien cuando dije y repetí hasta miles de veces que aquello que ocurrió, iba a ocurrir sin ser yo ni mucho menos el más listo de la clase, y sin que nadie pudiera evitarlo por más que el verano siguiera siendo tan caluroso como nunca, y que la lluvia fuera como un fantasma que solo se aparece tan tarde que ya es solo la sequía.











LXVIII





UNA MADRE EN TODAS LAS MADRES



Dile que lo intenté, pero que siempre fui un torpe en esto de las cosas de la vida diaria, y que nunca aprendí porque no me enseñaron, a mantener el cariño de alguien que te quiera, pues desde pequeño me sentí secuestrado en una familia que jamás tuve desde que nací, sí, desde luego que con muchas madres pero que ninguna fue la mía y me crie entre ellas sin saber muy bien por qué ninguna de ellas me acurrucaba y me arrullaba más que las otras presas o de distinta forma, no, no sentí el cariño más cercano que el de unas mujeres, que todas juntas podrían ser una madre, y una madre excelente pues a mí nunca me faltó de nada con ellas, todas entregadas a la causa de un niño sin madre en un penal cercano a otro que acogía, según decían, las miserias de mi padre.







LXIX



ADIÓS DE UNA ESPECIE DE NUBARRONES



Si recogiera ese tiempo que queda rendido entre los dos y lo analizara y lo perfeccionara, seguro que yo sería más ordenado y más cuidadoso con lo que hemos compartido, pero también sería otro el que te amó y que te ama, y entonces, yo ya podría quedarme tan solo y tan triste como un animal a punto de desaparecer como especie tan pronto como cuando llegue el tren y tú te hayas ido, habiendo dejado sobre los raíles más luces que sombras a pesar de que hayamos vivido entre los dos, y bien juntos, un breve tiempo de nubarrones.











LXX

PERMISO



A menos que quieras verte envuelto en algo que atormentará tu vida, es mejor que si te dicen que hoy no salgas, pues no lo hagas, y si te dan permiso para sacar al perro a pasear, pues que lo hagas, todo es así de sencillo, no hay que complicar nada, ese es el destino de tantos de nosotros, y tú eres uno de ellos, aunque te ciegues en lo contrario y te rebeles con no ser uno de los nuestros e intentes salir volando y esquivar tus obligaciones, al final, viene a ser lo mismo pero mucho más doloroso si te empeñas en ir en sentido contrario, que si lo hubieras aceptado desde el principio, mira, tu perro ya está dando vueltas pidiendo que lo saques, él comprendería sin dificultad que para ello, antes no debes olvidar pedir permiso. Él a su manera ya lo ha hecho.

LXXI



FAMILIA

Para Lola Sánchez, que de un silencio crea un mundo.





Su hermano se llama, aunque nadie se acordará porque la gente es muy despistada, aunque su música sea un universo, y su hermana es una mujer gigante que aún se estaba haciendo consigo y con ella y con sus libros de Derecho y sus reivindicaciones, y con su madre, que amontonaba colores en figuras, que bueno, que si no serían eternas, sí por lo menos serían inmortales para algunos como ellos y también para algunos bastantes más que de corazón los quería, al hermano, a la hermana, a la madre y a quien por allí rondaba día y noche que era una especie de actor veraniego de un teatro siempre desbordado de público, que dedicará su vida a abrir caminos sobre baldosas de trozos de su corazón, y así fueron y siguen caminando por entre las nubes y entre el cielo y el mar para sin final seguir escuchando una consonante sin sonido donde cada uno es uno y todos juntos somos el mismo de cuando aún éramos pequeños en las playas de Salobreña.





















LXXII



MÁS FELICES



A ella, como a mí, lo que más nos gustaría sería que fuésemos más felices, así sin más, como quienes se sientan en un banco de barrio que solo da a las mismas cosas de siempre para siempre inventárselas y para que los golpee a ambos la lluvia después de meses de sequía y apague sus cigarros, y poco después en alguna esquina de las que no aparecen en los mapas, besarse hasta que la mañana los despierte y cada uno vuelva a sus obligaciones, esas en las que tantos esperan tanto de ti, que tú solo puedes dejarte navegar hasta volver al minuto en que sobre el banco cae una lluvia desesperada por vivir que borra los contornos de las fronteras de los mapas y todos los países tienen la forma de los labios de ambos al besarse.























































LXXIII





LA FÁBULA DEL JUEGO DEL POLLO

                                  

Larga vida al Rock and Roll, Francisco Benavides





Debía acercarse la hora de llamar al pollo, bueno al pollo no lo iba a llamar porque no me contestaría, probablemente no cogería el teléfono, no por mala educación sino porque lo más seguro es que el pollo no tuviera teléfono, y si no tenía teléfono, ¿cómo o para qué lo iba a llamar?, no, a quien tenía que llamar cuando se acercara la hora de los juegos, que parecía que se acercaba, era al pollero, que sí tenía teléfono, y no al pollo que no tenía, y encargarle uno y medio de sus pollos, o dos, porque eso de cortar un pollo me da un poco de grima, dos mejor, ya ven que tengo algo de vegetariano o vegano, y cuando el pollero me pregunte que para qué hora lo querría, yo le debía contestar que para cuando acaben los juegos más una media hora de camino, que lo apunte bien porque la última vez no había pollo a la hora convenida, pero claro, él me puede replicar que él no sabe cuándo acaban los juegos, pero el problema es que yo tampoco, y como son tan divertidos para mis compañeros de juego, la cosa puede alargarse bastante, a veces llega la noche y seguimos jugando, ellos entre carcajadas, yo aguantando las lágrimas con gran esfuerzo y pensando que ya el pollo me lo comeré para la cena.

                                   













LXXIV



ESA ESPECIE DE JAULA METÁLICA















“No tratéis de guiar al que pretende elegir por sí su propio camino”

(William Shakespeare)































A las nueve horas y cincuenta y tres minutos de la mañana se instaló en aquella especie de jaula metálica, y tras cerrarse las puertas, esperó a que se abriese la que tenía delante. Se sintió observado por, como un culpable de antemano cuando todos lo miran, alguna cámara de seguridad, pero al muchacho no le importó, puede ser que ni se diese cuenta, y cuando la puerta que esperaba abrirse, se abrió, entró con decisivo paso a la central bancaria de suelo encerado y falsas sonrisas y macetas de plástico y ventanillas de acceso al público.



-¡Hola, papá! –El padre, siempre obediente, abrió sus ojos con timidez, eternamente presos entre papeles y números, aunque adornados por gafas de las que se saben que el que las lleva ya tiene una edad, y lo miró con esos sus ojillos lechosos.

-Hola, hijo! ¿Qué haces tú por aquí?

-Nada, me he levantado hace poco y he decidido robar el banco. Mira, aquí en esta bolsa he metido un par de pistolas y un bate de béisbol. ¿Quieres verlos?

-No, hijo, no, te creo, te creo, de verdad. Bueno, pero tendrás que hacerlo bien, y sin necesidad de ser violento, la violencia solo lleva al fracaso, y para fracasados, ya está tu padre.

-¡Oh, claro! Tú siempre me has enseñado que para hacer un buen robo, no es necesario matar a nadie, es más, no lleva a nada más que a algo peor de lo que se pretende.

-Se ve que en estas cosas sí que me has escuchado

-Pero en un robo sí se debe asustar.

-Sí, asustar, sí, claro, si no, nadie obedece.

-Como te ha ocurrido a ti durante más de treinta años. Bueno, a ti y a todos. Obedecéis y obedecéis por puritito miedo.

-Efectivamente, hijo, pero eso nos ha permitido ciertas cosas a los cuatro. A tu madre, a tu hermana, a ti, a mí… Hasta comíamos en restaurantes de vez en cuando, y algunos veranos nos hemos ido de vacaciones.

-¡Oh, sí, por supuesto, también se ha beneficiado de tu sacrificio el perro. Hemos sobrevivido a esa gris existencia de quienes se contentan con seguir respirando cada día sin poder salirse lo más mínimo del guion que ya te han escrito desde que naces!

-Sí, así es, hijo, así es. Gracias a mi sumisión hemos seguido adelante.

-Efectivamente, papá. Pero no solo tú te has sacrificado. Nosotros también lo hemos hecho. Nosotros también nos hemos sacrificado, y humildemente debo decir que bastante. Mi hermana y yo ya formamos parte de la maquinaria que hace funcionar la cosa esta que llamáis patria. Y lo hacemos, ella a veces con más gusto que yo, pero lo hacemos.

-También te enseñé que en los bancos ya no había apenas dinero. Que existían lugares mejores para conseguirlo.

-Claro, y también sé que es el banco el que nos ha desgraciado la vida, y ha desgraciado la vida de tantas personas humildes e inocentes. Algunos de ellos, seguro que están aquí. Y otros han muerto en su desgracia, en la desgracia que les regaló amablemente el banco. Esa desgracia de esa gente la he visto en tus ojos cada vez que volvías amargado del trabajo y en tu cara se te veía claramente, enfangada de tanto engaño como tenías que decirles a los clientes, sobre todo a los más débiles.



Alguien se acerca a la ventanilla, y después otros, y esperan impacientemente.



            -Ahora, deberías dejar la ventanilla libre. Hay  gente esperando.

            -No es solo por nosotros por quienes hago esto, también es por ellos, papá, por los que esperan la cola.

            -Deja libre la ventanilla.

            -Siempre al final es el miedo, papá, ¿no es cierto? Toma. –Y le entrega al padre uno de los documentos del banco donde la gente escribe los ingresos o los cobros o las reclamaciones, que cogió de algún mostrador y sobre el que lleva impresa una de sus lágrimas.



La mañana avanzaba sin saber bien su destino, y poco a poco, algo que comenzó siendo la llegada de una hormiga tras otra, empezaba a ser una hilera a modo de serpiente de hombres y mujeres en busca de un sinsabor que producía tanto dolor como una negativa a realizar un sueño. El muchacho, efectivamente, abandonó el lugar privilegiado de la ventanilla que ingenuamente creía dominar su padre, y se sentó a mirar el colorido de la serpiente, sus distintas formas y tonalidades y su unánime también sumisión, como la de abandonar la cola, cabizbajos, para salir hacia el cajero automático, y allí, en un cursillo intensivo de contabilidad e informática, hacer el trabajo para el que ni estaban capacitados ni retribuidos por, ni para ello. Y allí también se las ingeniaban para llegar a buen puerto y hacer adecuadamente aquello de sacar dinero o pagar una multa o poner al día la cartilla. Y uno tras otro lo hacían en silencio y sin un mal gesto o una voz más alta que otra para así parecer más firmes y más listos en el propósito que desde fuera les habían marcado para que la maquinaria siguiera funcionando. Fue entonces cuando el muchacho decidió que aquello no podía continuar, aunque él no fuera más que otro más de los desgraciados que había engendrado la banca, entonces, sí, fue entonces cuando se levantó del asiento, abrió la bolsa deportiva, y de allí, y casi sin mirar, sacó una pistola, que era una Smith & Wesson tan clásica, como poco efectiva para aquella labor, se subió a la silla donde antes se había sentado, y gritó que aquello era un atraco, como uno de los grandes ladrones de la historia del cine, con la memoria sólida y segura de un delincuente experimentado que se sabía dueño de la situación, y también fue entonces cuando vio al de seguridad que un rato antes le había abierto la puerta, desde su mesita, salir de su escondite, sacar el arma y apuntar, y al muchacho, por más que lo intentaba, no le salía la voz, se quedó mudo, y él creyó que era para siempre, y en esa impotencia, bajó la mirada, y creyó que la gente gritaba, pero tampoco oía esos gritos, y fue en esa circunstancia tan estúpida, cuando casi al mismo tiempo que recibía el abrazo del padre al desplomarse, recibió el certero disparo del vigilante que le atravesó la garganta y los tímpanos, sin escuchar nadie los gritos de no, no, déjenlo, él no sabe, él no está bien, del padre, aunque en el fondo sabía que su hijo era el que estaba mejor de todos.































LXXV



EXTRAÑAS DISTANCIAS



A ninguno de los dos se le ocurrió soñar con el otro en la magia imposible de volverse a ver ni tampoco se le ocurrió a ninguno cantar juntos ninguna canción como antes era en la fiesta de cumpleaños de algunos de los hijos de cualquiera de los dos ese terrible Cumpleaños feliz, probablemente la canción más cantada cada año en el mundo, pero eso fue muy de tarde en tarde, así que se conformaron con cantarse, cuando en las noches de luna llena, ella mirara el cielo estrellado y se acordara de él lanzándole un beso al firmamento, y él haría lo propio, a la vez que ambos soltaban una lágrima compartida en la distancia.

































LXXVI



CULPABLES



Al final siempre es lo mismo, y siempre dan con nosotros, aunque nosotros no seamos los culpables, pero por el simple hecho de parecerlo, el enemigo lo ve escrito en nuestras caras, y nosotros llegaremos a creer que es cierto, y lo leeremos al revés si nos miramos a un espejo.











LXXVII





DESAPARICIONES



Se oyeron gritos y un pataleo innecesario y algo así como una mecedora que hacía crujir la madera al balancearse. Se oyeron también los llantos de un niño y la desesperación de una madre que había perdido a su hijo en una fiesta de disfraces a la que acudió disfrazado de cambio climático, y que al no poder resistir las injusticias que le estábamos haciendo al planeta, decidió con sus pequeños ocho años a cuestas, también desaparecer en forma de bosque incendiado por las llamas de la vergüenza. Y se oyeron muchas cosas más, pero nada de lo que te dijera, podrías creerlo.













LXXVIII



ESA MANERA



Era esa manera de decirme que estaba vencida como si una vaca atravesara el salón de tu casa con ojos compasivos y tú no tuvieras palabras para decir que la nieve tarde o temprano llegaría, como también regresan las cigüeñas o el topo sale cuando salen los días de calor, solo era esa forma de que la hija a la que sostuvo tantas veces entre sus brazos se iba hacia otros lugares que ya no eran los suyos, aunque ella siguiera manteniéndolos abiertos para que se acogiera a ellos cuando quisiera.











LXXIX



ALGO LEJANO



Hubo un disparo que pareció sonar bien lejos, y el hombre salió al porche creyendo que desde allí podría ver, por el humo, de dónde procedía, pero no hubo nada de eso ni nada de nada, solo vio el mismo campo desierto de siempre, y escuchó al punto otro estruendo pero este bien cerca de sus oídos hasta hacérselos reventar junto al resto de su cara, y aquello le sonó como a aquellas tracas de cuando éramos pequeños en algunas noches en las que nos dejaban acostarnos bastante más tarde de lo habitual porque eran las fiestas del pueblo o la verbena del barrio.







LXXX



CUANDO ALGUIEN SE PIERDE Y ERES TÚ



Se perdió en el concierto como al fin se pierden unas rodillas, porque ya no se sabe si le tabletean o porque ya no pueden sostener lo que su cuerpo pesa sobre el suelo, pero a la mañana siguiente apareció bien contento y dispuesto a tomarse un par de cafés con alguna tostada incluida para después tomarse una prolongada ducha de agua fría para al final caer sonriente sobre el asiento trasero del coche y cerrar los ojos con su continuada sonrisa sin poder responder a las estúpidas preguntas que deseaban saber qué le había pasado cuando se perdió al principio de comenzar el concierto.











LXXXI



EL DESPERTADOR



Yo de pequeño no necesitaba despertador, ese para mí era un artilugio tan extraño como desprotegido de ningún cuerpo, porque ya el cuerpo y la voz para despertarme y el olor a pan tostado lo ponía mi abuela que además me cantaba Suspiros de algo que ella decía que era España sin yo saber muy bien ni lo de los suspiros ni lo de España, pero que con su voz yo ya me sentía amparado en un nuevo día del que nadie iba a ser capaz de desembarcarme.







LXXXII



LA MÚSICA COMIENZA DE MADRUGADA



El trompetista llegó muy tarde, y el concierto se fue a la mierda, y empezaron a llover miles de octavillas desde donde se les llamaba a quedarse en las casas deshabitadas para que así no las ocuparan aquellos que ni tú ni yo, sino esos que ocupaban esas casas que ni eran suyas ni les pertenecían más que como un lugar donde pasar una inolvidable noche de swing.







































LXXXIII



DESAPARICIONES CON FIRMA

Están en algún sitio / concertados
desconcertados / sordos
buscándose / buscándonos

(Mario Benedetti. Desaparecidos)





Es triste que lo hubieran matado así, cuando nadie sabía mucho de él desde hacía un año más o menos cuando su mujer dio el aviso de que su marido no aparecía por casa desde hacía tres días, que salió de casa con la hija de ambos para acompañarla al colegio como cada mañana, justo cuando llovió por última vez y a todos nos pilló por sorpresa y sin paraguas, y eso creo que nos despistó a todos, y quizás fuera por eso que hasta ayer yo no echara de menos a mi marido y a mi hija hasta ayer por la noche, cuando caí en la cuenta de que era jueves y de que ese es el día de la semana en que intentamos inútilmente recomponer nuestro fracasado matrimonio, y fue entonces cuando en el hueco del lado de la cama que ocupaba normalmente mi marido, él no estaba, y entonces caí en la cuenta de que no estaba esa noche ni estuvo las dos noches anteriores, pero la noche de ese jueves como la de todos los jueves, era cuando yo lo necesitaba, y entonces solo pude conformarme con el dulce placer de congeniarme conmigo misma, lo cual siempre me es bastante agradable y reparador y hasta placentero, antes de llamarles a ustedes para saber sobre el paradero de mi marido, y entonces van y me dicen que tengo que acercarme a esta comisaría y aquí acaban de decirme que lo han matado un año después de que yo lo matara, según ustedes, me acaban de culpar de algo que yo no hice, porque yo lo amaba al menos todos los jueves por la noche, no me creerán, pero yo alguna vez perdí el conocimiento esos jueves de a veces locura que tan inolvidables fueron, de cualquier manera, es triste que lo hayan matado así, sin dejar huellas y tras una larga tortura cuando era un amante tan tierno y tan firme como lo es la mirada de un águila en su vuelo. Yo nunca lo habría matado así, desde luego, lo habría hecho de una forma más sofisticada, no sé, tal vez con veneno, o con alguna pastilla diluida en su vaso de leche de los jueves antes de acostarnos, en aquellos momentos donde rompíamos los tímpanos de quienes más allá y más lejos, querían vernos lo más dormidos posible. Nunca lo hubiera torturado a no ser que yo perteneciera a una de esas familias que sufrieron la desaparición de alguno de sus familiares y que los galones del traje militar de mi marido que dejaba sobre el galán de noche, hubiera dejado su firma.





































LXXXIV



ES UN ESO DE QUÉ MÁS DA



Todo el mundo tiene algo que ocultar, aunque solo sea una pequeña dosis de algo que le hizo feliz o una enorme magia de la que podría vivir, en esas noches del desierto donde nada puede esconderse salvo bajo la arena, pero esta durante la aparición de la luna, y en las tormentas, se mueve con violencia, y entonces, fácilmente algo que se oculta puede mostrarse a la superficie, y el cuerpo de alguien se podría unir a otros que ya están disfrutando de algún oasis, y por tanto, lo mejor sería hacer desaparecer el cuerpo con ácido, en un cubo donde se desintegrara, pero en aquel lugar inhóspito era difícil encontrar ese componente químico que hace volatilizar los cuerpos, por lo que, para ocultar ese algo que todos debemos ocultar, y que todos lo hemos hecho, lo mejor es dejarse llevar por un beso en la madrugada, y que la policía se encargue de hacer bien su trabajo.



























LXXXV



BÚSQUEDA Y CAPTURA DE UN LUGAR



Preferiría subir pero sin hacerlo, si pudiera hacerse así, no porque no me fíe de ti, sino por todo lo contrario, y es que no me fío de mí porque sigo sin encontrar un lugar entre tantos lugares habitados por el corazón de nuestros recuerdos y de nuestros futuros.











LXXXVI



NI PIRUETAS NI ESCONDIDAS



Aunque no hacíamos ni piruetas ni el amor ni a escondidas ni a sacudidas, era como seguir sabiéndonos sin lograr nunca sabernos del todo, y seguíamos siendo pareja muy lejos de aquellos desmayos que nos daban en los calores de alguna mañana de julio y que ahora están cerca de nuestros recuerdos.



















LXXXVII



CAMINO



Yo aparté con mucho cuidado las piedras y removí las arenas hasta que encontré su beso muy cerca de un camino que nada dejaba detrás.











LXXXVIII



VOLVERSE PARA NO DECIR MÁS



Yo me volví para decirle que no tenía nada más que decirle, sino que se nos habían acabado las hojas de un calendario que a todos se nos agotaba, porque yo quería que tú me recogieras de mis destrozos y yo quería también y sin duda ser recogido de entre aquellas mínimas hojas del árbol que se hacían montañas en la acera, siempre poblada y siempre desierta, y donde todo quedaba abandonado en un montón de palabras que se dijeron entre millones de olvidadas caricias que no se dieron y que dejaron de recibirse.















LXXXIX



¿CUÁNDO AMANECE?



Aceptó yéndose a la cama bien temprano, cuando aún no había empezado el gallo del vecino a estrellar sus gritos contra las últimas estrellas ni cuando aún no había amanecido, y los obreros no habían salido a conquistar las calles de sus derrotas como reyes. Y ya cuando apenas había cerrado la puerta del dormitorio, se acordó que no había traído los churros que le había prometido tres días antes cuando desapareció en la oscuridad de una noche que lo devolvería sin el encargo cumplido, pero muy cansado.











XC



SALIDA Y ENTRADA



A la salida me di cuenta de que antes, yo había entrado por la otra cara de la puerta y a ese lado lo llamaron entonces entrada, como si la una y la otra no fueran la misma cosa vista desde lados distintos y tuvieran la necesidad del dispendio de dos bautizos.























XCI

UNA LLUVIA INESPERADA



I got plenty of time                                                      Tengo mucho tiempo   

You got light in your eyes                                            Tienes luz en los ojos
And you're standing here beside me                             Y estás parada a mi lado
I love the passing of time                                             Me encanta el paso del tiempo
Never for money, always for love                                Nunca por dinero, siempre por amor
Cover up and say goodnight, say goodnight  Cúbrelo y di buenas noches, di buenas noches.


(Talking Heads. This must be the place)





Vio a tres mujeres distintas en muy corto espacio de tiempo y en lugares muy cercanos y a las tres conduciendo, y a ninguna quiso más que a las otras dos, pero sí notó que empezaba a caer una lluvia inesperada, y que ni él ni nadie tenía un maldito paraguas que echarse sobre la cabeza para mal cubrir el resto de su cuerpo y que por eso ahora cualquiera de ellos empezaría a temblar imperceptiblemente, pero sí que ciertamente, y aunque tuvieran que recorrer cientos de kilómetros así lo harían por el simple placer de si al volver allí estuvieran y se repitieran los encuentros, como si ese fuera el mejor lugar, aunque la lluvia siempre lo hiciera de forma inesperada, y los habitantes de aquella ciudad siguieran pensando que las nubes se fabrican con dinero.



















XCII



DORMIR



Sí creía firmemente que había razones de sobra para torturarse con la cíclica, voraz, monstruosa idea que se engendraba continuamente en sí misma haciéndose cada vez más gigante y repetitiva, siempre con la exactitud de las mismas palabras de no me puedo dormir durante la noche, pero en el día dormiría y me duermo en cualquier lugar, aunque ese sea el sitio que controla el enemigo para poder así resistir el que tú en la noche, en un despiste nocturno, conviertas ese territorio de ambos en un campo de espinas.













XCIII



LABERINTO

Solo había que acercarse al laberinto para saberse devorado por sus colmillos y ser atormentado en una digestión pesada por la bolsa convulsa de sus intestinos; sin embargo, la aventura estaba en internarse en el vómito.



















XCIV



VIOLÍN



Aunque el violín sonara torpe y triste y cansado para los que tenían un oído algo más fino, delicado o instruido, el violín seguiría siendo el instrumento que continuaría sonando por más que la autoridad llegara y por más que la lluvia se desbordara contra aquel instrumentista con más voluntad que destreza y aunque se convirtiera en trueno y pudiera detenerlo en algún momento, por encima de todos esos obstáculos y de otros muchos más, él era un violinista, y aquella era su música. Así, sin más.











XCV



DESCUIDO



Fue un descuido tan imposible que lo dejaron pasar como una cosa improbable que al final ocurrió: llega el anochecer a Nueva York y a nosotros nos pilla bien lejos y ninguno de nosotros somos lo que creíamos haber sido hasta entonces, y nos descubren, y tenemos que huir de aquel descuido para convertirnos en prófugos de algo que ocurrió sin que supiéramos que ocurrió porque miramos hacia un lado que era el correcto, puesto que hacia el lugar donde mirábamos no ocurría aquello por lo que fuimos culpados, y por tanto, no nos enteramos de nada más que lo que supimos después, que es el ahora, que huimos perseguidos por un descuido.







XCVI



CAÍDA EN OTRO ESTADO



Nada quedó más allá de lo que si no fuera porque de nada de lo que di ni nada de lo que recibí fuera más el aire que sale extraviado por las fosas nasales y acaba en una estúpida y perdida mucosidad que conforme va cayendo se va haciendo más líquida y la solidez de su pulso sigue caminando su trayecto sin alegre o tristemente saber su destino en el vacío que va dejando su camino hacia el suelo.















XCVII



PROTECCIÓN



De cómo los que se supone que tienen que protegerte son los que te maltratan con sus coces, buscando en otros su complicidad, y entonces, se levantó el Reino de los Cielos y abrazó el silencio de los otros, y lo dio por bueno cuando no había ni amanecido aún en la ciudad y se podía oír bastante más el silencio que su ruido.





















XCVIII



RUEDA DE LA INFANCIA



No tuvo más remedio que ocultarse entre las acogedoras sábanas que lo cobijaban durante los crudos fríos del invierno y las suaves noches de la primavera de su infancia, cuando siendo aún un niño delicado, tímido y solitario, se dejaba querer por las caricias de hilo que en cualquier momento podrían atraparle la garganta si lo dejaban solo, y con ella, sus cuerdas vocales hasta dejarlo impedido para desarrollarse, y así continuar para siempre siendo un niño enfermizo, pero un niño al fin y al cabo.





































XCIX



LA EMPERATRIZ DEL LUJO



Nunca pudo permitirse el lujo de no verse rodeado de lujos, y cuando el Monte de Piedad fue adornado con la última piedra que le quedó de su último collar, supo que llorar amargamente solo le serviría para que el maltrecho suelo de su ahora más que nunca amplio salón deshabitado se cubriera, primero en los rincones y luego subiendo por las paredes hasta ocuparlo todo, y por eso lo hizo precisamente, por eso lloró, porque el moho, había leído en alguna parte, contenía tanta vida, como vida pudieron haber albergado sus elegantes fiestas con sus bailes, de cuando antes ella fue la reina con el brillo de sus ojos dando luz a las risas y a las alegrías que llevan consigo el lujo endiablado del llanto de ahora.































C



QUE APENAS PUEDO SOSTENER EL BOLÍGRAFO



Y es que es tanto sueño que apenas tengo fuerzas para sostener el bolígrafo y escribir lo que ahora escribo, y es que seguro que se cometió un error con el paquete, ya fuera porque el operario se equivocó de puerta, o porque en la nota que llevaba alguien se equivocó con la dirección… El caso es que el paquete fue depositado en una casa equivocada, y de ahí que quien la recogiera en aquella mañana de silencios y de somnolencias, solo escuchara el crujido seco de la explosión al abrir la caja y su última visión de esta vida fuera la de muebles y la de miembros de su propio cuerpo saltando y aterrizando tan lejos de él, como esa idea ingenua de que mi cuerpo ya es un montón de chatarra que apenas puede sostener el bolígrafo, pues ese error también acabará conmigo.



































y CI



IMÁGENES



La memoria se me amontonaba repetitivamente en la imagen de alguien que era atropellado por un coche mientras yo veía todo aquello sentado tranquilamente en la terraza de un bar tomándome un café, donde mucho después la escena la viviría yo conduciendo un coche que atropellaba a alguien viendo la escena otro alguien que se tomaba un café una tarde donde bastante después de ese mucho después era yo el que cruzaba la calle y era atropellado por un coche teniendo como testigo alguien que tomaba un café tranquilamente sentado en la terraza de una acera próxima. Supongamos que fue en París. El camarero llamó por teléfono para avisar de un accidente. Y tú no estabas a mi lado.

























(23 de noviembre de 2019)















(Modisto)