HISTORIAS DE CALLES
POCO TRANSITADAS
(Modisto)
“Su conciencia de sí
mismo era tan fuerte, que le sobrevino una angustia mortal”
(Peter Handke. El
miedo del portero al penalti)
I
SOLO
VENÍA A PREGUNTAR SI…
“Si
de verdad quieres ser feliz, no caigas en la tentación de comparar este momento
con otros momentos del pasado, que a su vez no supiste gozar porque los
comparabas con los momentos que habían de llegar”
(André
Gide)
Solo
venía a preguntar si…, eso vino bastante después, en eso que llaman un momento
final, pero cuando bastante antes de eso del Solo,,,, que vino bastante
después, Alfredo Aquiestoy creyó levantarse de la cama pues era lo más natural
a esa hora, recibió una fría humedad que le recorrió el espinazo y le contrajo
las articulaciones de la mano, cuando aún no había amanecido, para cumplir con
sus obligaciones de marido separado, padre sin custodia e hijo con madre en
residencia que hace años que no tiene ni idea ni dónde está ni reconoce a quien
engendró hace cincuenta años, como dijeron las crónicas más tarde, pero claro,
a esa hora tan temprana que no había amanecido ni para ser exmarido o padre a
jornada partida ni hijo que solo visita una vez a la semana a una madre que no
lo reconoce y que solo va a verla para eso de posar y hacerse la misma foto de
todas las semanas y así tranquilizar su conciencia, aún no sabía nada, porque
nada había ocurrido, en aquel día en que ya no le iba a esperar ningún otro día
que se le repitiera, y cuando ya eran más de las nueve de la mañana aquella ya
más que amanecida, recibió la llamada de su exmujer recordándole que una vez
más se le había olvidado recoger a los niños en su casa, que ya no era la de
ambos, para llevarlos al colegio, y al disculparse evitó decir las mentiras de
siempre y colgó y no se disculpó, ¿para qué, si el sentido de las disculpas
solo consiste en engendrar más culpabilidad en uno mismo?, y volvió a descolgar
como veinte minutos después, ese instante donde deseó vomitar o acabar con
todo, para oír que le comunicaban desde la residencia de ancianos o de la
tercera edad Nueva Juventud, que su madre acababa de fallecer repentinamente y
que por eso no lo habían podido avisar antes porque fue repentino, y sin dolor,
mientras dormía, y que la habían intentado despertar, pero que la insuficiencia
cardiaca que padecía desde hacía tanto tiempo se la había llevado “palante”,
eso y su edad, claro, bueno, no, eso no le dijeron a Alfredo Aquiestoy
exactamente así de llevarse adelante o “palante”, pero sí es cierto, aunque
esto no aparezca en ninguna crónica posterior, que se mesó su generoso largo
flequillo, y al bajar la mano notó una humedad desde sus mejillas en sus dedos,
producto de una lágrima, y volvió a colgar el teléfono sin dar ninguna
respuesta a quien lo llamaba sobre si llegaría aquel mismo día ni sobre que era
muy necesaria su presencia para solucionar todo el papeleo de una mujer ahora
ya tristemente fallecida que hacía años que no sabía que él era su único hijo y
lo miraba cada semana como se mira a un desconocido al que se le habla en el
ascensor las repetidas estupideces de siempre, pero es que Alfredo Aquiestoy en
realidad no se había levantado esa mañana bien temprano, pues en realidad no se
había acostado, sino que desde su coche estuvo toda la noche vigilando un lugar
perdido en una carretera olvidada de las que no llevan más que a ningún lugar y
que no enlaza más que con un trozo de solar vacío lleno de basuras al borde de
ninguna frontera, aunque tuviera que recoger a hijos mediopensionistas para
llevarlos a la escuela o preocuparse por una madre que no le reconocería aunque
él fuese un niño hijo único con llantos y pañales con caca y ella una mujer aún
joven, todo mucho antes de hacer esa pregunta que nadie contestó, aquello de
Solo venía a preguntar si…, como si aquella pregunta sin interrogaciones solo
tuviera una de las supuestas respuestas imposibles de que nadie se acordará de
mí cuando haya muerto al recibir varios disparos, dos directamente en los
intestinos y uno más en la cabeza cuando ya solo se exteriorizaba su muerte,
aquella muerte que oyó que lo llamaban porque no había sido ni un buen marido,
ni un buen hijo, ni un buen padre ni tampoco un buen policía, porque con esa
manía suya de actuar en solitario y sin cumplir ni los reglamentos ni los
protocolos, ahora sus compañeros tendrían que actuar de nuevo y a oscuras
cuando lo habían tenido tan cerca de coger a aquella banda de narcotraficantes
que dispararon sin responder a la pregunta que un teniente de la policía les
hacía una mañana húmeda en la que se comportó como una mala persona que se deja
matar y así sin querer dejó libre y sin dejar rastro a la banda asesina de
jóvenes, dejando a su vez a Alfredo Aquiestoy como un mal exmarido e hijo y
peor padre y policía, tumbado sobre el colchón de su propia sangre.
II
DOS
“La verdad solo
sirve para producir dolor, tristeza y destrucción”
(Ernesto Sábato.
Sobre héroes y tumbas)
Siempre almacenaba dos de cada cosa. Por
eso quizás acabaré mi vida con dos disparos lanzados al aire, o bien dirigidos
contra mis sienes. Serán dos disparos como ahora son dos bolsas de lentejas,
como dos huevos o como dos paquetes de sal o como dos cigarros, el que ahora me
fumo y el que guardo para después. Siempre serían dos los que me escoltasen en
la vida, esos mismos dos como de pareja de guardiaciviles o de borracheras, que
siempre van de dos a dos, pues siempre una trae como consecuencia su resaca.
Siempre de dos en dos. Como una
maniática forma de sobrevivir al desahucio de la vida que te arrastra
calculadoramente hacia la soledad o hacia esa vorágine ingenua y destructora de
estar rodeado de gente y aprisionado en su desatada inhumanidad continuamente
desafiante.
Y es por eso que Fernando decidió
buscarse una pareja, para continuar con el guion de su vida y hacerlo siempre
todo de a dos.
Ella vivía en un barrio rico, donde
nació, aunque ni nunca fue rica ni su plata les llegaba a ella ni a sus padres,
ni para pertenecer a una burguesía más o menos media, agravado por el hecho de
que sus padres tenían la virtud o la sinrazón de endeudarse para vivir como
dijeron los vecinos en el juicio, en esa tentadora forma de vivir por encima de
sus posibilidades. Pero eso vino después, cuando a ella ya la habían matado sin
escrúpulos, luego de haberla violado. Entonces, las preguntas de martillo en la
cabeza, ¿a quién en realidad pertenecía la historia, y cuándo comienza toda
ella?, ¿es una historia a dos voces sin ninguna oreja que quiera escucharla?,
¿es en definitiva un emparejamiento que destruyó aquello que quería salvar?
Fernando nació muy tarde, cuando a sus
padres se les iban acabando todas y cada una de sus esperanzas y todas y cada
una de sus vitalidades de juventud, y por sobretodo y encima, porque nunca iban
a abrazar a ningún regordete nieto al que malcriar. Y desde siempre, desde
antes de ser adolescente, a Fernando ya le gustaba pasear por las estaciones de
metro, y ver a la gente que corría detrás de las salidas de los trenes hasta
alcanzar algún vagón aún con las puertas abiertas, pues con el siguiente tren
ya no llegaría a tiempo a donde fuera que seguro que nadie los esperara para
demostrarles ningún cariño en abrazos ni en besos que son siempre los sellos
del cariño y que siempre van de dos en dos.
A ella la hacían llamar Rosita, pero yo
siempre le hablé como Azucena, así de ridículo es todo lo que pasa, y ella se
reía conmigo como yo me reía hasta las lágrimas, de todo lo que se me
desmoronaba a mi alrededor, que era todo lo que de una u otra forma intentaba
construir. Y la Rosita Azucenada era muy cariñosa, quizás porque siempre había
sido muy feliz y la habían criado entre esas sonrisas compartidas y esos mimos
exentos de cualquier tipo de ambigüedad pues desde luego que lo suyo sí fue
siempre verdaderamente amor y necesidades bien cubiertas. Tal vez por eso, yo
la llamaba mi flor doble, y ella se reía porque no comprendía que a ella
también la tratara de a dos como Rosita y como Azucena. ¿Y por qué? Pero no fue
por eso por lo que recibí la mancha azul de una ceguera que me vino después de
los dos disparos de la policía que según la prensa me perseguía porque según
esos del uniforme, yo era quien la había secuestrado y quien la había violado
cada noche en aquellos días de nuestra intimidad que ella tanto la odiara en
aquel polígono industrial abandonado, porque ya en este país no se fabrica nada
y todos los polígonos están abandonados con sus siniestras naves almacenando
basuras y cristales y rotos y refugio de delincuentes y drogadictos, y alguna
vieja, seguro que era una vieja que pasaba tanto calor, tan lejos de ella y de
mí, abría las ventanas de madrugada en una medio oscurecida y una medio
iluminada de entre la noche que ya se fue y la mañana que aún no ha llegado,
que pasaba tanto calor tan lejos de ella y de mí, repito, abría las ventanas de
madrugada una noche y a la otra también cuando a veces no era ya la noche ni
aún había llegado la mañana, pero lo hacía siempre cuando el insomnio nocturno
una vez y otra vez, y en una de esas, distinguió sus gritos de desesperación y
llamó a la policía, que llegó en pareja y que con sus linternas iluminó
directamente sobre mis dos cejas que estaban como en blanco sin visión tras los
dos fogonazos de pistola reglamentaria, y en aquel preciso instante eyaculaba
todo mi tormento sobre el cuerpo también desnudo de ella, que a su vez cerraba
y para siempre sus dos ojos derramando dos dolorosas lágrimas contra nuestros
dos tormentos.
III
UN
TROZO DE TELA QUE SE DESPRENDE
Me desperté en la madrugada, que aún no
era de nadie, y encendí con disimulo y cuidado la luz del reloj para no
molestar a quien me acompañaba en la cama, que no era otro que el mismo que
años y años atrás me pidió salir como algo así que novios y al tiempo como algo
así que matrimonio ya sin salir de casa después de nuestros trabajos y en la
jaula de los cada vez más espaciados días en nuestras mañanas, tardes y noches
de pasión y después solo tardes y noches para acabar solo en noches y más tarde
que es en el ahora, en ciertas noches de las que no tenemos nada mejor que hacer.
Sentí un terrible dolor en las sienes
porque aún ni en aquel todo el día había dormido lo suficiente ni en ninguno de
los anteriores, y en un momento de lucidez pude concretar, que llevaba meses
sin haberlo hecho como era debido ni como recomendaban los médicos. Y me
entraron ganas de llorar porque eran las tres como así me dijo el mismo reloj
ayer y anteayer y todos los días acumulados de insomnio en apariencia de un
mismo día que aún no había amanecido en ninguno de ellos.
Y como cada madrugada de esa pesadilla
que te destroza los nervios y que te sientes fácilmente vencible por un enemigo
que está por todos los sitios pero que nadie ve, recordé el despropósito de mi
vida desde que, bueno, yo ya sabía que no iba a recuperar el sueño y que todo
sería un inútil suplicio en un volver y revolver mi cuerpo de un lado para otro
en la cama compartida donde no debía ni tenía derecho a molestar a quien a mi
lado estaba, y yo, que siempre a esa hora de intempestiva soledad de no dormir,
recordaba su cara sonriente lanzándose por la ridícula tirolina preparada para
el disfrute de los a su vez ridículos turistas, gritando a los cuatro vientos
que se quería casar conmigo, y yo, desde el primer día que lo vi esperando ese
instante, aunque he de decir comisario que me sorprendió la forma como lo hizo,
así tan original, y que me dejó con la boca abierta.
En otra mañana siguiente, que fue la
misma mañana de las de todos los insomnios, mi despertador sonó primero, pero
eso no importaba porque yo seguía con los ojos abiertos desde ese entonces en
que me despertaba de un brinco de desconcierto cuando había más oscuridad que
luz, e intentaba recordar ese sueño último y definitivamente desenganchado
hasta que sonaba la alarma con los ojos tan perfectamente abiertos, que hubiera
visto todo, menos lo que me debía ser obligatorio ver, la oscuridad y la paz
del descanso, y entonces, me levantaba, tomaba mi café bien cargado mientras
leía algo, reflexionaba sentada relajadamente sobre el sillón blanco de las
ideas peregrinas, me duchaba y me arreglaba y me vestía y le daba un beso a
aquel intrépido príncipe de la tirolina y que también antes bailaba en el
centro de la pista de la discoteca como un Travolta tan desenvuelto como
ridículo, visto con los ojos de ahora, pero que a mí entonces, tanto me gustaba
en su ir y venir macarra atravesando con sus pantalones de campana y su camisas
floreadas las luces de colores que enloquecían a sus pies.
Puede ser que fuera aquel día o
cualquier otro que ya hubiese pasado y otro de otros que aún estaban por
llegar, que el trabajo desde luego no salió adelante porque aquella mañana era
como una carretera que tuviera un único sentido y que balanceándome desde una
mecedora yo la viera ir sin irse del todo, y volver sin que llegara y volviera
del todo y me despedazara la vida.
Y usted me dirá que yo le despedacé a él
la vida, y si lo dice lo diría con mucha razón e intención, porque podría
echarme en cara la inoportunidad de precisamente quedarme dormida en el momento
más inoportuno una persona como yo que apenas lo hacía, pero usted, señor
comisario, que tanto ha estudiado, y que tanto ha vivido, puede deducir
fácilmente que cuando se viaja en tantos sentidos contrarios, puede pasar lo
que nos ocurrió a nosotros, que él y yo, estuviéramos destinados al choque
frontal de dos nubes que en el cielo, al hacerlo, no son capaces de derramar ni
una gota de lluvia, y sí, miles de diluvios de lágrimas, como un trozo de tela
que se desprende de un vestido que jamás existió.
IV
AÚN
POR ESCRIBIRSE
Mi padre se suicidó cuando yo tenía diez
años y él unos cincuenta, siempre fue tardío para muchas cosas como para la de
engendrar un hijo al que nunca quiso, aunque yo a él siempre lo quise como
padre, a pesar de que lo único que hizo por mí fue acostarse con mi madre
cuando aún ambos se querían, lamentablemente yo jamás conocí ese amor,
probablemente heredé de mi padre ese llegar tardío a las cosas, y a enseñarme a
coger caracoles en el campo, y en una de esas cacerías menores, fue al volver, cuando
nos dimos cuenta de que mi madre y su esposa, que eran la misma persona pero no
la misma que mi padre había conocido en ese tiempo fulminado de besos y
caricias, murió después de una estruendosa y mala caída en un bosque de grifos
y azulejos que siempre quedan abombados y están a punto de provocar caídas
sobre su frialdad, y que de esa tristeza que a mí apenas me supo a nada, pues
mi madre que sí bien me quiso pero yo a ella no, quizás por aquello de la
rebeldía al cariño materno y compensarlo con el desapego de un padre solo
preocupado por sí mismo, tan solo me supo, eso sí, a un recuerdo casi
marchitado y que se renace en el ciclo de los tiempos imprevistos que van y
vienen sin control, y que seguramente ya nada tiene que ver con lo sucedido,
pero lo que sí tiene que ver es que él también murió, así de egoísta era mi
padre, en una táctica perfectamente comprensible de quererse muerto una vez que
su amor de un pasado ya irreconocible, lo había hecho, aunque la sonata de la
vida de su hijo, al que nunca quiso por estar siempre ocupado de sus cosas,
seguro que más importantes, estuviera aún por escribirse.
V
BIOGRAFÍA
Mi padre se esforzó toda su vida
intentando superar la certeza de ser un escritor fracasado, cosa que ya supo
desde que era un adolescente y empezó a escribir soñando con nubes de
reconocimientos, y terminó haciéndolo bajo el vómito de todo cuanto escribió de
cuando ya era un viejo.
VI
UN
DÍA DE TERRAL Y FRÍO
Nunca supe muy bien si aquello era una
realidad ficticia, o una ficción de la realidad, el caso fue que aquello se
asemejaba más a un paraguas abierto en un día de terral que a un terral que te
hiciera sangrar al respirar y te quemara las entrañas, y quizás por eso salí
por la noche cuando yo solo lo hacía en casos muy especiales, y creí que la
gente me miraba de manera acusadora, como interrogándome qué hacía allí, si no
tenía nada mejor que hacer, y yo los ignoraba o intentaba hacerlo para así no
distraerme o despistarme de mi propósito único, y recorría las calles a
oscuras, y me iluminaba de las apagadas luces de las tristes farolas que
parecían llorar al verme en aquel momento estúpido y lluvioso en que buscaba,
porque antes alguien me lo dijo, el cuerpo corrompido y sin vida de mi padre.
VII
VEO
LA PLAYA Y TE VEO A TI
El avión era de tanto lujo como que era
casi exclusivamente para mí y para mi silla, mi acompañante incansable desde
hacía una década, como antes lo había y hasta ahora y hasta siempre lo era el
recuerdo de Michelle desde que la conocí en aquel pueblo de la costa noroeste
de Francia donde desembarcó el horror de miles de jóvenes y su rabia y el sin
sentido que hasta allí los llevó, ese grupo multitudinario de jóvenes que a esa
hora de la mañana deberían estar durmiendo la resaca de la noche anterior.
Viajamos tan a gusto a velocidad de
crucero, que yo tenía tiempo de sobra, cuando yo ya había sobrepasado los
noventa años y cuando ya el tiempo no es lo que más me sobra, de pensar en mi
plan de fuga para encontrarme de nuevo con ella cuando ella ya no estaba ni
allí ni en ninguna parte que no fuera en mi recuerdo, y yo casi de los mismo,
pero con unos días de poder decidir si podía hacer esto o aquello aunque ni las
piernas ni mi corazón me respondieran. Era por eso por lo que yo tenía
respuestas para algunas cosas pero para la inmensa mayoría de ellas, no. Pero
como si Michelle aún me estuviera esperando, sin que ella ni yo lo supiéramos,
como cosas del destino que es capaz de unir a dos jóvenes durante una escapada
de pocos días donde él ha desembarcado en una playa que lo recibe con tantos
disparos, como estrellas tiene el cielo, y la ingenua juventud tiene de sueños.
Y fue allí donde nos enamoramos, bueno, un poco más allá, en tu pueblo, Michelle,
que olía a croissant y a mermelada y a café de la mañana, solo al vernos, y fue
allí donde hicimos el amor y fue allí donde nos separamos al poco, cuando la
tropa fue enviada para seguir andando heroicamente hasta llegar a París, y fue
desde allí desde donde me llegó una carta de Michelle, cuando mi cuerpo ya no
me respondía si no era con una silla, esa carta en un francés tan poco
académico como poco académicos son los adioses que nunca se van a recomponer en
un nuevo saludo, ni en una nueva manera de hacernos el amor, que estaba a punto
de morir y que nunca me había olvidado como yo nunca me había olvidado de ella
cuando nos hablamos y cuando nos hicimos el amor tan poco y tan intenso en
aquel pueblo cercano a una playa fría de Normandía bajo el tremendo rugido de
la posible muerte que nos buscaba, como rata busca la miseria, cuando éramos
tan jóvenes.
El avión aterrizó suavemente y yo me
despedí de todos, no sabía si para siempre, pero sí desde luego para el rato
que me llevara volver a ser un soldado neoyorquino en la playa donde encontró
su amor y casi encuentra la muerte. Supongo que los presidentes me estarían
esperando para conmemorar el setenta y cinco aniversario de algo que nunca tuvo
que ocurrir, pero mi seis de junio era muy distinto al de ellos, aunque todos
estuviéramos en la playa de Omaha.
VIII
EXTRAÑOS
SIN UN TREN
Recordé de pronto que quien había
disparado contra aquella adolescente de pelos enrarecidos por su infancia sin
padre pero con madre bien amueblada de tetas que se ganaba la vida sobre un
montón de negocios que se convierten en montañas de oportunidades en las calles
de las oportunidades más bajas, había sido yo, pero la muchacha no quería
seguir los pasos de su madre y por eso se negó a chuparme la polla cuando se lo
pedí, cuando estábamos en la parte trasera del aparcamiento a la opaca luz de
la nocturnidad con mis pantalones ridículamente bajados, me dijo simplemente
que no lo haría, pero que le diera su dinero, el dinero que se había trabajado
conmigo, con su cuerpo en mi cuerpo en los roces mientras bailaba y bebía
conmigo y me decía obscenas onomatopeyas al oído, mira cómo te la he puesto,
señalándome con su mano abierta el miembro que se me salía de su vena, quiero
mi dinero, me lo he ganado, y de verdad que se lo había ganado, pues yo hacía
meses que no me la sentía, sino solo al mear, desde que Secominuca se dejó
joder por detrás, por algún boquete o hueco de su cuerpo que mostraba su
espalda, en aquella abertura que encontró mi polla, mientras ella gritaba el
nombre de otro que a mí no me importaba, y que después me enteré que le
pertenecía a un teniente de policía que algún demente se inventó que era el
jefe de un departamento tan extravagante como era el haberlo llamado
departamento del amor, que era imposible saber eso a qué se dedicaba, pues era
bastante estúpido, pero yo, yo es que iba a reventar, y la tenía tan cerca y
era una muchacha que me pareció no tan linda como sí infinitamente sexy, que si
no te la comes ahora, te mato, y le enseñé la Smith & Wesson que dibujaba
mi costado, pero siguió con lo de aquello que el dinero se lo había ganado y
que eran sesenta dólares el total del servicio y que no bajaba ni un centavo
porque aquello de levantármela tenía su esfuerzo y su precio y que era un trabajo
muy profesional, mírate, no se te baja porque yo sigo estando aquí y tu puta
polla me mira y yo la miro a ella y mientras eso sea así, tú tienes que pagar,
¡joder!, hablaba como una puta sindicalista después de reivindicar su trabajo
bien hecho y soltar con convencimiento todo aquello de que cumplía
escrupulosamente el convenio colectivo y el estatuto de los trabajadores, pero
ella no era una trabajadora ni pertenecía a ningún colectivo de levantadores de
polla, entonces, al pensar en todo ello me volví a calentar y aquello que se
erigía en horizontal poco más debajo de mi barriga, estaba a punto de reventar
y de explotarme en las sienes que a poco me iban a estallar, y decidí que antes
que se me reventaran a mí, las sienes se las
reventaría yo a aquella desgraciada que solo tenía la dignidad de quien
ha nacido para ser puta y aún se niega a serlo, a pesar de llevar todas las
papeletas y a pesar de que me tenía allí delante dispuesto a que me comiera lo
que yo estúpidamente creí que era lo que ella más deseaba, y que era esa
patética viga que sostenía mi edificio de ansiedad de correrme, y como ella
decidió no pasar la línea de las personas decentes, separé la Smith &
Wesson, la acerqué bien apretada a su sien derecha y le disparé una, dos, tres,
cuatro, cinco, seis veces hasta que me di cuenta de que me no me quedaba ni una
bala más, y que todas ellas habrían salido por su sien izquierda.
IX
CORO
DE REPETICIONES CON MADRE AL FONDO
Mateo hijo tenía tantos años como años
llevaba muerta su madre, que lo engendró al tiempo que ella desaparecía sin
dejar otro ruido que el ruido del llanto de su recién nacido que le lloraba a
la vida, y al que sus tíos que lo acogieron, pues su padre se suicidó
quedándose el pequeño Mateo hijo, de alguna forma también suspendido de una
gruesa cuerda atada con un nudo marinero a un árbol que sostenía a su padre con
sigilo en aquel valle tan desolado que encontraron su cuerpo muchos días
después de que los buitres picotearan y devoraran la cuenca de sus ojos, las
orejas, el pecho y toda su cara hasta desfigurarlo de tal manera que nadie fue
capaz de reconocerlo, si no fuera porque la Guardia Civil llevara tantos días
como los días que de desaparecido llevaba y que la familia había denunciado su
desaparición en el cuartelillo, y entonces unieron una cosa con otra, porque
Mario padre nunca llegaba más allá de las ocho de la tarde a casa fuera
invierno o verano, ni lo hacía sin una copa de más porque después de almorzar,
y sin más faena en el campo, se iba al bar de la plaza a jugar al dominó y a
beber hasta que calculaba que ya había perdido bastantes duros y que había
bebido lo suficiente para volver a casa sin necesidad de que nadie le ayudara o
acompañara, según como se viera, y ya en casa se despedía de todos poco después
de haber cenado tan poco como lo hacen quienes saben de lo peligroso de cenar
mucho, y ya se acostaba hasta el amanecer siguiente sin saber ni de sus cuatro
hijos ni de su esposa, y a Mateo hijo todo aquello le removía las entrañas y la
conciencia, y maduró y se hizo mayor pensando en todo ello y se sintió toda su
vida responsable único de todo lo que sucedía, pues lo que hacía, no tenía nada
que ver con lo que debiera hacer, pues de una u otra forma, era lo que
cruelmente él había vivido, por eso se emborrachaba y trabajaba sin más ilusión
que terminar de trabajar para seguir emborrachándose, y al final, aquello era
ver a sus hijos como su padre veía a los suyos, como extraños que compartían un
mismo techo y que parecía que ellos iban creciendo, pero de lo que no estaba
seguro, pues el tiempo seguiría pasando, y tal como el lunes dejaría de serlo
para pasar a un martes y después a algún otro día que no era ninguno de los
mismos que había vivido, Mario seguiría envuelto en el tétrico manto de lo que
vivió en su infancia, para aniquilar los sueños de aquellos a los que debía
amar y proteger.
X
ÓPERA
El conductor del autobús, en la parada
justo enfrente del teatro de la ópera, miró el reloj y comprobó que aún tenía
minutos y horas para dejar estacionada su herramienta de trabajo, bajarse
decirles a los pasajeros lo que iba a ocurrir y que ellos decidieran, entrar a
hacer un pis, arrinconarse en alguna esquina escondida pero bien ubicada de la
majestuosa platea de la Ópera de París y comenzar a oír y a deleitarse con La
flauta mágica, solo porque era lo único que iba a unir a los ocupantes de aquel
autobús que regresaba con cansados trabajadores que nunca soñaron con asistir a
una ópera, pero que ahora todos ellos iban a disfrutarla y lo hacían porque se
abalanzaban sobre la entrada tal como les indicó el conductor solitario que les
precedía y que conocía bien los puntos débiles, pasillos y esquinas redondeadas
del edificio y la hora y el día del asalto, quizás como lo hicieron los
valientes de la Bastilla. Así era mi padre con los demás y consigo mismo, un
amante de la ópera y de la justicia y un olvidado de su hijo.
XI
JAZMINES
EN LOS BALCONES
Trabajé de figurante en una película de
Woody Allen, de esas que hace una cada año en las que todas son lo mismo pero
no hay dos iguales, y que solo algunos aprecian y pocos las ven. Y ese fue todo
mi currículum en el mundo del cine y en el mundo que tuve que seguir soportando
vivir. Salía de espaldas paseando por un Manhattan de colores vivos, mientras
Allen y Keaton a los que yo no veía, hablaban seguro que de cosas importantes,
pero sus palabras a mí tampoco me llegaron, solo las escuché meses después cuando
en la sala de un cine olvidado y diminutamente opresivo me senté a ver la
película, y sobre todo, a ver los segundos de gloria de mi espalda que no iban
a valer ninguna nominación ni mucho menos ningún premio. Pero eso de ser el
hijo y el nieto de inmigrantes que se sustentaron del trabajo en las fábricas
que directamente te llevaban a la tumba desde la santidad de tu productividad,
con los pulmones desechos en miles de pedazos que se van deshaciendo en la
construcción de tu propia tumba, eso de aparecer donde lo hacen las estrellas
del celuloide es la estupidez de un sentirse un momento fuera de aquella
vorágine de tu destino, aunque al salir de la sala te des cuenta de que ni
tienes dinero para cenar ni lugar donde dormir, y eso del cine fuera como si la
luna bajara y te besara en la boca. Y luego, como siempre, siguieras solo.
XII
POR
MÁS LEJOS QUE ESTEMOS
Tú ya sabes que yo cogí este avión y ese
taxi que me han conducido hasta tu casa, lo hice, para no visitarte cuando ya
estés muerta o cuando yo ya no pueda acercarme a ti porque el muerto sea yo,
así que, alégrate porque vine a verte cuando aún estamos vivos, lo mismo que tú
hubieras hecho si aún pudieras levantarte de ese coma previo al féretro y
pudieras desplazarte hasta donde yo esté en cualquiera de nuestros lugares, por
más lejos que estemos.
XIII
MIRADAS
Si no me miró seguro que fue porque
estaba preocupada por algo más importante que por hacer de nuestras miradas
dispersas, un simple cruce de nuestras miradas, pero si no fue así, y fue solo
porque para nada en absoluto le interesaba que se cruzaran nuestros fuegos, eso
yo no lo sé, quizás no lo sé porque no quiero saberlo, y porque tampoco yo soy
aquel niño encadenado a una infancia de necesidades de tanto cariño, ni ella,
ni ella era lo que ella era, y ahora y probablemente no será nada, pues su edad
debe ser más la de los cadáveres que la de los vivos que aún sienten un fuego
de pasión en cada roce o en cada una de las miradas furtivas, pues, claro, yo
era entonces un niño, sí, y ella, una mujer morena de tallo ancho y firme que
se hacía llamar mi vecina, y que nunca puso los ojos en mí, o sí, ya digo que
no estoy seguro, y si lo hizo por qué lo hizo, pero yo sí que lo hice, y mucho,
en sus ojos. Pero han pasado ya tantos años que nuestras miradas serían ahora
oscuridades de cavernas.
XIV
EL MORTECINO
AMANECER
Recuerdo el mortecino amanecer de su
último beso, poco antes de que partiera para siempre al lugar adonde yo iría
días después para acompañarla y acabar así con nuestras soledades, porque a una
madre nunca se le abandona, aunque para viajar a su lado, hasta tengas que
cortarte las venas.
XV
SENTADO
EN SU SILLÓN FAVORITO
Lo dejé bien sentado en su sillón
favorito con esa sonrisa suya tan particular de no haber roto jamás un plato,
aunque en toda su vida no hizo otra cosa que romper todas las vajillas de todos
los que le rodeábamos, incluida mi madre, que antes de morir se volvió loca, y
en el sanatorio murió de pena por un hombre al que amó siempre pero del que
nunca recibió ningún amor. Le eché un último vistazo antes de salir de la casa.
Su aparente felicidad contrastaba con el punto rojo que dominaba su frente,
dibujado por el fulgurante disparo del hijo que nunca fue querido por un padre
que nunca quiso a nadie.
XVI
UN PITIDO RESPIRABLE
Mi respiración cayó del lado de la vida
cuando noté que lo que escuchaba era mi propia respiración al fondo de un
pitido, y que mi pecho subía y bajaba y descendía con violencia, como si se
tratara de mis últimos estertores de algún moribundo que estaba cerca de mí y
que era yo mismo escuchando los gritos de quienes corrían alarmados tras la
explosión de la bomba que a mí me había taponado los oídos.
XVII
MALETAS DEL MISMO ESTILO
Yo tengo una maleta muy parecida a la
tuya pero sin que nada tengan que ver ni la tuya con la mía ni la mía con la
tuya, pero sin embargo siempre viajan juntas, por eso salgo corriendo a ciegas
como si tuviera que acabar una película donde tú y yo fuésemos los únicos protagonistas.
XVIII
ES
MI CALLE
No, no había asesinos en mi calle, no,
al menos que yo estuviera equivocado y
en cada esquina y en cada recta y en cada curva, se escondiera algún comando
terrorista allá, o algún grupo mafioso de la cosa nostra un poco más acá con
sus camisas de seda manchadas del rojo tomate que envuelven sus espaguetis que
bailan y bailan en sus bocas abiertas que no paran de hablar, no, bueno, tal
vez sí haya una inocente banda de pequeños delincuentes, yo de hecho una vez vi
a un muchacho que empujó a una vieja mientras que otro le arrebataba el bolso,
y ambos corrieron y corrieron riéndose por su hazaña, y la anciana fue atendida
de inmediato, pero nadie persiguió a los dos jóvenes, que supongo se cagarían
en la puta vieja cuando al abrir el monedero vieron que no llevaba más de diez
euros, pero, ¿qué va a llevar una vieja que además venía de la compra?, es
estúpido ser un delincuente y caer tan bajo, tampoco creo que haya una banda de
narcotraficantes, a esos los odios especialmente porque hacen lo posible y lo
imposible por crear enfermos de la desgracia, crear desgraciados de por vida, y
ellos se manejan como dioses que a su vez manejan las vidas de los desgraciados
que ellos crearon, no sé, espero que especialmente estos no se instalen en mi
calle porque mi calle la tengo bien controlada desde mi ventana y la mantengo
limpia y bien cuidada, ahí está Francesca con su perrito, siempre puntual a
nuestra cita desde la distancia, son las ocho de la tarde, exacto, y no
necesito ver el reloj para saberlo, y si alguien abriera la puerta sería mi
hija después de hacerme la compra, creo que hoy es jueves, pero no, o sí, es
ella, que viene gritándome, ¡papá!, parece como si llorara y viene con más
gente que también grita algo así como, ¡policía, policía1, ¡ponga sus manos en
alto y bien a la vista!, no, no son los delincuentes, o al menos los
delincuentes que yo creo, son los policías haciendo su trabajo y se me acercan
con prisas y empuñando sus armas hasta llegar hasta mí, y a mi silla de ruedas,
sí, ahora veo a mi hija que está llorando.
XIX
SI
SUPIERA DÓNDE ESTABAS
Si supiera dónde estabas, allí iría a
buscarte, claramente que sí, pero por dónde empezar que no sea un ir y venir
sin sentido sin más que el sentido de encontrarte como si eso fuera solo lo que
verdaderamente necesitara, que tengo que encontrarte y en cualquier lugar te
busco sin encontrarte, porque si supiera dónde estabas, sí, así lo hubiera
hecho y hubiera ido al lugar exacto donde tú estabas, y espero que esperándome,
porque yo solo deseo encontrarte aunque estés bien escondida detrás de un
quiosco de los que han desaparecido como queriéndome dar un susto de alegría al
pegar un salto justo y muy pegado a mi cuerpo que solo te busca y que es lo
único que hace, apartando de su camino todo lo que no sea la búsqueda y tu
hallazgo, y aunque este no se produzca porque creo recordar, pero de eso no
estoy nada seguro, que recibí algún tipo de información donde se me decía que
habías muerto mientras yo te buscaba, pero no estoy nada seguro ni de eso ni de
nada de todo aquello que vino después y que era también algo así como que yo,
aunque yo no quisiera, seguiría buscándote como solo los enamorados buscan los
restos de un amor para siempre perdido desde un principio pero que no tiene
ningún fin, y aun así, te seguiría buscando.
XX
PROMESA
Prometí avisarla a tiempo para que
pudiera refugiarse entre mis brazos, para que cuando llegara ese momento,
estuviésemos juntos, pero de aquello hace tanto, que cuando el momento llegó,
me llegó tan de improviso y con un paso tan largo de tanto tiempo desde
entonces, que no es que se me olvidara, sino que como cualquier estúpido que
siempre anda en círculo sin encontrar ningún sendero que le lleve ni siquiera un
poco más allá de sus propios pasos, no hice más que eso, girar sobre mí mismo y
esconder la cabeza y mis ojos para así intentar no sentir nada.
XXI
MADRE
SIN HIJA
La única forma de que se disolviera el
follón que se produjo cuando la madre salió de la ducha con los pechos al aire
pidiendo a gritos que le devolvieran a su hija, que ningún malnacido se la
llevaría mientras ella estuviera viva, fue devolverle sus protuberancias artificiales, eso que
llaman vulgarmente sostenes o sujetadores de un modo más fino, para que se
tapara las suyas que de verdad le pertenecían pues había nacido con ellas para
su posterior desarrollo, y así evitar el bochorno de ser vista por los vecinos,
tan desamparada como semidesnuda.
XXII
SU
NOMBRE
Quizás no tuviera un estilo muy depurado
pero sí cierta gracia, no sé cómo expresarlo, pero era esa forma suya de
moverse con la volátil suavidad de una bailarina cortando el aire y su hablar
pausado y a veces melancólico lo que a mí me cautivó, bueno, a mí y a mucha
gente, no crean, porque fue durante un tiempo muy corto, eso sí, cinco escasos
años, una estrella de la que todos conocían sus deficiencias para la actuación
pero nadie se atrevía a decirles ni con ella delante ni cuando en esos cócteles
donde ella no acudía pues mientras trabajaba solo hacía eso, trabajar,
fabricando su personaje, y después del rodaje y de la primera proyección de la
película iba a todas las fiestas y era la reina pero si me preguntara ahora en
este momento por su nombre…, su nombre no lo recuerdo, pero era ella, no me
cabe la menor duda.
XXIII
DARLE
LA MANO AL ENEMIGO
Luz en el atardecer. Sábanas de colores
en movimiento. Fotografía distorsionada desde fuera, entrando desde la ventana.
Se oye el jadeo de una voz de mujer de vez en vez entrecortada mientras la
cámara se va acercando. De pronto acaba el movimiento de sabanas en un desplome
con un jadeo prolongado.
Silencio.
Voz femenina en off: Me ha encantado. ¿Aún me querrás cuando no
seamos capaces de hacer el amor como lo hemos hecho ahora y como lo hemos hecho
hasta ahora?
Fundido en negro.
Silencio.
Luz del amanecer.
Voz femenina en off: ¿Duermes? Creo que el despertador sonará
pronto.
Silencio. Suena I wish you were here
desde el despertador. Se mueven las sábanas. Aparece la espalda de una mujer
desnuda. La imagen, que seguía distorsionada, se vuelve nítida. Travelling de
la mujer de espaldas caminando, cuando alcanza el cuarto de baño termina la
canción. Fundido en negro.
Voz femenina en off. Voy a ducharme.
Duerme un poco si quieres. Aún tienes tiempo para llegar a tu casa.
XXIV
MÚSICA
EN VIVO
PG. Picado. Pub muy ambientado. Mucho
humo de cigarros. Mucha gente. Mucho ruido de voces y música. Años 50. También
suena la voz cálida de una joven cantante a la que acompaña un cuarteto de
jazz: batería, contrabajo, piano y saxo tenor.
Travelling hasta alcanzar un PP de la
cantante. Voz en off de dos hombres sobre la voz de la cantante, la música y el
jaleo de la gente.
HOMBRE I. Te repito que este no es el
lugar más adecuado para cerrar un negocio como este de cientos de miles de
dólares.
HOMBRE II. Tranquilo, hombre, ya no
estamos en el Chicago de los años treinta. Nadie nos va a matar en público. Y
este es un buen lugar para los negocios. Mira, gente agradable y mimada.
Travelling hasta un PP de la cantante.
HOMBRE II (En off)…Y además tenemos
música en vivo.
HOMBRE I (En off). Sabes que odio la
música en vivo (subo el tono). Me pone de los nervios.
HOMBRE II. (En off). Suda, tómate la
copa y cerremos el trato.
HOMBRE I. (En off). Me voy a tomar la
copa, voy a sudar, pero no voy a cerrar ningún trato en este sitio. (Se oye el
arrastrar de una silla).
HOMBRE II. (Grita en off). ¿Dónde coño
crees que vas? (Ya solo se escucha la voz de la cantante y la música). De aquí
no te mueves hasta que cerremos el trato.
HOMBRE I (Grita en off). Y una puta
mierda. No voy a cerrar nada con este ruido. (Suenan tres disparos. Gritos.
Silencio). Ahora podemos hablar. (La cantante cae desplomada).
XXV
SEGUIR
A LO SUYO
Él no seguía ninguna de las indicaciones
de las que tuviera que justificarse ni de aquellas que empequeñecieran aún más
lo que ya de pequeña era la dignidad del ser humano, y por eso estaba allí, y
por eso nadie de los que allí esperábamos otra cosa que aquello que hacía, y
por eso él siguió haciendo lo suyo y nadie se atrevió a decirle nada de lo
contrario, y por eso hizo en definitiva lo que él creía que tenía que hacer, y
así lo hizo, sin recibir ni esperar nada a cambio y sin ningún rasguño de algún
lamento.
XXVI
A
LA ORILLA DEL OCÉANO
A él se le escapó la lágrima del no te
olvides de mí, mientras ella se apoderaba del universo, y le decía, escríbeme y
mándame lo que escribas, y él hizo lo uno y lo otro, y lo que no le dijo.
XXVII
UNA
CARTERA Y UN OLVIDO
Sí, se le olvidó aquí, no, no sé
exactamente cuándo, hace ya tanto tiempo, pero sí, esta era su cartera, se
quedó aquí encima del mostrador una noche enseñándome una foto de cuando joven,
y yo nunca, créeme, a mí siempre se me olvidó devolvérsela aunque él viniera
cada noche como un ejemplar parroquiano por su penúltima copa antes de acostarse, y yo lo invitara siempre y con
gusto de hacerlo, nunca me pesó, todo lo contrario, era una persona, que aunque
borracho, era agradable hablar con él sobre todo por lo educado y culto que
era, lo que nunca supe por qué, bueno sí, me lo confesó alguna vez, por qué
cayó en eso de la bebida, fue algo relacionado con la guerra pero nunca quiso
especificar nada, hablaba sobre eso con vaguedades, sin embargo de otros temas
como de música o arte o literatura o de cine, la ópera le encantaba, ya lo
sabes, lo hacía con una precisión y un vocabulario tan rico que parecía un
auténtico experto en todos esos temas, sí, ¡qué grande!, él vivió solo unos
años, creo que cinco o más, los años que nos conocimos, justo encima de nuestra
taberna, que siempre estuvo abierta a sus necesidades, a mí se me olvidó,
créeme, sin mala intención porque así es la memoria de caprichosa, si me
quieres denunciar puedes hacerlo, pero la verdad es que la cartera se quedó en
aquel cajón oculto al recuerdo, y él tampoco me habló de ella ni de que le
faltara, a ver si preguntas por ahí o la ves, nada, yo creo que nunca la echó
de menos, yo creo que nunca echó de menos nada de lo que había vivido, pero eso
yo no te lo puedo asegurar, pero sí te puedo asegurar que jamás la he abierto,
no sé lo que contiene, pero al volver del cementerio he pensado que ya era mal
momento pero que no había otro para devolverle la cartera si no ya a él porque
eso es imposible, sí al menos a su hijo.
XXVIII
BUTACA
AL ATARDECER
Me sientas en la butaca y yo a mi vez me
siento como en la orilla de la playa con las olitas balanceándome de aquí para
tranquilamente allá donde lo único prohibido sea el aburrimiento y lo único
permitido sea hacer lo que a ti y a mí sea hacernos lo que nos dé la gana una
vez de cada vez que tú me sentabas en la butaca y yo veía pasar los días hasta
mi muerte en el absoluto aburrimiento de una playa al atardecer.
XXIX
ENGAÑAR
A LA SOLEDAD
No sé por qué ocurría aquello, pero lo
que más me sorprendió cuando volví al campo fue que los vi cenando por parejas,
de dos en dos, compartiendo plan y plato y vino, quizás porque tuvieran miedo
de verse solos cuando les llegara la muerte que podría sorprenderles en
cualquier momento ya que no fue hace unos minutos en el anterior bombardeo
podría ser que sí lo fuera en el siguiente, cuando estuvieran tomándose el
postre o besándose a la luz del humo de un misil contra la luna.
XXX
VÍNCULOS
No tuve más unión con las fiesta de mi
barrio que el vínculo que desunía la verbena de la parroquia con el
despropósito que yo vivía en la casa de mis padres, y que yo nunca sentí como
también mía, hasta no dejarme otra salida que la de llenar una mochila con mis
camisetas, algunas de diseño exclusivo pintadas por mi abuela, que seguro que
aprobaría mi decisión de atravesar la casa de mis padres, la verbena de la
parroquia, ahora no recuerdo si era por san Juan o por la virgen del Carmen, y
salir allí donde se acababan las fronteras.
XXXI
ESTAR
EN OTRO LADO
Hoy tengo mucha hambre, más que simple
apetito entre horas, pero por otro lado, todo lo que tomo me sabe mal, como si
estuviera caducado, y el sabor de todo, me supiera avinagrado. Tal vez sea el
tiempo que llevo sin verte.
XXXII
APAGADA
LUZ DEL MEDIODÍA
Cuando apagó la luz de la lámpara, se
dio cuenta enseguida de que era el mediodía quien entraba por las ventanas como
un ladrón que arrinconara todos los misterios, y las dudas se fuesen poco a
poco convirtiendo en sus disfraces de no recordar cualquier cosa o ninguna de
las que poco antes había hecho.
XXXIII
PUENTE
Poco, pero que muy poco antes de
declararse insolvente, pero claro, es que si fue después no lo pudo hacer, pero
cualquiera sabe, solo es cierto lo de que el río se lo llevó sin vida hacia la
costa salada después de intentar salir con vida de un vuelo mágico desde el puente.
XXXIV
SUSURROS
Solo recuerdo sus últimos susurros, que
no palabras, pues apenas ni aliento ni aire ni en sus pulmones tenía ni en su
garganta brotaba más jardín que su sequedad ni casi circulaba la sangre por sus
venas, al dejar desarticulado aquello que mis oídos esperaran.
XXXV
En agradecimiento a
José Antonio Marín, por su continuada lectura de Modisto, quien le hace pensar.
GRAFITI
“Tantas cosas
que empiezan y acaso acaban como un juego…”
(Grafiti, de
Julio Cortázar)
No supe nunca negarme a nada de lo que
tú me dijeras porque eso de no saber si lo nuestro acabaría en drama o en
comedia no me hacía nada feliz porque no creía ni en lo uno ni en lo otro, pero
sí me supe más cordial y más amable con mi medio ambiente cuando descubrí que
tus ruegos y preguntas y hasta órdenes, solo me harían más feliz si te seguía,
no la corriente, sino tu incombustible felicidad de lo que esperabas de mí en
cada momento que era bueno, eso de guardar mis silencios y solo invadir tu
espacio con unos leves síes que mantenían vivas las vías de nuestros trenes,
nunca maltrechos, no creas, pero siempre en vías de restauración, puesto que a
veces aquí o allá quedan desajustadas tuercas o vagones a los que hay que
darles una vuelta de mano de pintura porque estos grafiteros…, yo tampoco
entendí nunca por qué están tan mal vistos los grafiteros si no fuera porque
son gente valiente, y los valientes, ya se sabe, están por encima de la media
de los cobardes, y esos grafiteros quizás estén mal vistos porque saltan vallas
y se arriesgan a mostrar su arte allá donde nadie los deja, y a mí, la verdad,
me da pena que me manden que borre sus pinturas o sus obras de arte, yo no
entiendo, y los cubra con el dibujo oficial y sus letras, que ni con una cosa
ni con la otra, nadie ni está de acuerdo, porque es amorfa, ni nadie siente una
pizca de interés por nada de lo que allí la oficialidad dice, pues no dice
nada, y lo peor en el arte es la indiferencia, pero es en esos maltrechos días
de trenes que se encuentran en la misma vía, donde más deseo que la tinta del
grafiti no se descomponga, y si lo hace, que lo haga sobre un cuadro de misterio
bien guardado sobre las chapas de algún vagón donde cada trazo que hayamos dado
sea una orden de amor para que el próximo tren pueda salir a su destino.
XXXVI
RECOMPENSA
La recompensa llegó tan de madrugada que
yo ya no estaba ni borracho, pero casi que ni sí, que ni siquiera podía
tambalearme a no ser que fuera por el compás perdido de una nota musical que
quería subirse por las paredes y llegar hasta la hoja de papel en blanco que
nos esperaba.
XXXVII
BAUTISMO
El sacerdote llenó de buenas intenciones
el sonido que iba llegando de aromas frescos desde el satélite caprichoso de la
memoria, que jamás Arturo será ni lo tuyo ni lo mío, pero, desde donde nacen
las estrellas, que será de los dos, quizás seguro no a todos les corresponde
una estrella ni la más luminosa ni simplemente luminosa, quizás desde luego, yo
te bautizo, y como niño juguetón, el satélite dejó de emitir, y fue entonces
cuando comprendí que de todas formas, el bautismo y lo nuestro no eran más que
lo mismo, pues era el agua, y a ti a mí nos encantaba ducharnos juntos.
XXXVIII
ENCUENTRO
Era sin duda un hombre ya adulto, aunque
con el casco y el uniforme lo disimulaba o lo ocultaba, pero claro, era él, eso
a una madre no se le pasa, aquel muchacho era ya un hombre que le sonreía
aunque en todo aquel ajetreo de llamas y humo seguro que no la reconoció,
habían pasado tantos años desde que se fue siendo un adolescente cuando
abandonó el hogar dejándole un dolor profundo en su alma del que nunca se sobrepuso,
y ahora le sonreía y la tranquilizaba, ya mismo estará fuera, señora, me
trataba de señora como si yo no fuera quien debiera ser para él, mientras la
cogía y la abrazaba y se la pegaba a su cuerpo y yo olía su olor de hombre
bueno al que no tuve más remedio que recuperar encendiendo uno de mis cigarros
prohibidos, que se fumó en la cama que pronto salió ardiendo, y con ella toda
la casa, pero que era la única forma de recuperarlo cuando días antes se enteró
de que su hijo era bombero, y que por esas cosas del destino era quien
rescataba a su madre para por fin conseguir nuestro encuentro.
XXXIX
NO LO SABRÁS
Nunca sabrás si ni siquiera yo estuve
allí en aquel momento en que el concierto acabó o si solo acababa de empezar, y
si fue en ese momento cuando apareció aquel espectro o monstruo o vete tú a
saber qué era esa cosa que hablaba en otro idioma bien distinto al nuestro, que
no se disculpaba por nada, por más que empujaba a todos, y llegó otro momento,
en que, reducido por decenas de brazos, escupió su propia sangre sobre la
acera, y se levantó al poco como si nada y luego volvió a caerse sentado sobre
la misma acera, cuando todos los ingenuos lo creíamos muerto, pero el policía
nos tranquilizó de que todo iba bien, y que lo único que necesitaban tanto el
detenido como el funcionario de la placa era que ambos se fumaran un cigarro
mientras esperaban el furgón que los conduciría a los calabozos, sin saber
ninguno de los de allí, si el concierto empezaba o concluía, o si estábamos en
el descanso de rigor entre pieza y pieza.
XL
AHÍ ESTAMOS
Ahí estamos. Y el que no
quiera, que sepa que está en el otro lugar. ¡Qué alegría!, ¿no?, vernos así,
después de tanto tiempo. Y es que, ¿te acuerdas lo de mi tesis doctoral que
nunca llegó a nada, eso de que todos ocupamos los mismos espacios aunque sea en
distintos tiempos? Y que lo que ocurrió entre nosotros solo fue espuma de mar
dejada en la playa por un volcán en erupción, sí, no sonrías ni lo niegues
porque fue así, aunque también es verdad que el pasado se endulza o se amarga,
pero de todas formas algo de eso fue. Y
ahí seguimos estando. ¿Que si sigo pensando en ti? Mira, creo que ahí llega tu
tren, al mío le queda todavía un buen rato y para en la vía de enfrente. Un
beso. Saluda disimuladamente a tu esposa y a tus niños de mi parte.
XLI
EL
CUENTO DEL FACE QUE ES UNA HISTORIA DE AMOR
Desde siempre he tenido un
amigo palestino que no pertenecía a ninguna patria, y que se sentía libre y que
me sonreía y sonreía a todos porque sí. Ese amigo palestino tuvo una vez un
novio judío, se besaron y fueron muy felices. A veces discutían, pero era por
cosas menores, y nunca se levantaron un muro de odio sino que todo lo
solucionaron besándose, riéndose y haciendo otras cosas y besándose y besándose.
Nunca tuvieron dinero y después de un tiempo, bueno, cada uno encontró otros
amores y siguieron respetándose, y a veces, me decía mi amigo palestino, se
querían más ahora que cuando estaban juntos, no sé, cosas extrañas de la vida,
que es en sí extraña. Y ahí acaba este cuento porque no quiero ni casi puedo
continuar.
XLII
SIN
TRES SUSPIROS
Hicieron el amor de forma accidentada,
como si pareciera que ninguno deseara hacerlo, pero sin poder parar de
arremeter ninguno de los tres, unos cuerpos contra los demás cuerpos.
XLIII
SIESTA
Hasta ahora era todo entre nosotros, y
había siempre una luna entre nuestras risas, y el sol aparecía cuando tenía que
hacerlo, tomando asiento junto a nuestras resacas, y saludándonos con la
sonrisa del triunfador más vencido, cuando más allá del mediodía, cuando casi
todos duermen la siesta y unos pocos hacen el amor a escondidas.
XLIV
NO ES CUESTIÓN
DE TIEMPO
Con gran esfuerzo, pues no estaba
entrenado para ello, logró subir a la montaña más alta de la comarca, que por
otro lado no era demasiada alta, pero que sí escondía esos misterios que habían
enfebrecido la imaginación de generaciones y generaciones. Una vez en la cima,
trepó a un árbol, pues sentía la necesidad de seguir subiendo hasta donde el
silencio fuera el techo, y desde allí veía las casitas y los diminutos cuerpos
de sus habitantes, y así inventó miles de historias que nunca serían ni
publicadas ni escritas porque no sentía esa necesidad de egocentrismo vacío, y allí,
en la copa del árbol, respiró el aire fresco que venía del norte, y unos
fuertes rayos de sol que venían del sur, y todo fue aún a mejor cuando sin
quererlo, de sus labios y de su aire expulsado, acompasadamente surgió una
melodía que era como un abrazo a seguir viviendo de todo aquello, y que lo
menos importante era que ese tiempo fuera corto para disfrutarlo según ayer le
había diagnosticado el médico, que seguro que nunca subió tan alto como él hoy
lo había hecho.
XLV
SI NO ESPERARA
NADA
Si no esperara nada de ti, no estaría
aquí sentado a los pies de tu casa cuando parece que se me derrumba a mis
infiernos en la espera de hace una semana que me gustaría vernos bañados ambos
en una lluvia de café mientras esperamos el eterno autobús que no llega.
XLVI
QUEDARME
¿Podría quedarme?, eran dos palabras en
una pregunta que se respondería con aquella canción de Elvis donde repetía en
el estribillo For I can’t help falling in love with you y que yo siempre a mi
vez repetía mientras intentaba olvidarte cuando aquello era imposible.
XLVII
ROMPER AUNQUE NADA OCURRIERA
Necesitaba romper con aquella libreta
como necesitaba cantar en la mañana siguiente a aquella de que por fin hiciéramos
el amor como en las madrugadas, aunque aquello nunca ocurriera, pero tanto
aunque yo lo necesitara, y romper aquella libreta a base de escribirla y de
enredarla de tintas que desbordara las fronteras y se esparciera en océanos de
caligrafías ni rimadas ni armoniosas que se van atomizando al ritmo de un son
de pinturas tenebristas.
XLVIII
TRES
“Todavía
el silencio quería llenarlo todo con su
voluntad de absoluto”
(Juan Gaitán, Aware)
Nunca supo su nombre, tal vez porque
nunca necesitó saberlo porque su rutina semanal lo llevaba cada jueves a
adentrarse por los pasillos de un teatro decadente que existe en cada ciudad
sin preocuparse si era un drama de Tennessee Williams o una comedia de Shakespeare o la marcha Radetzky,
pero también, y es más que probable, porque aún hacía frío en aquel recinto
desierto de público donde las yemas de unos dedos desconocidos, en unos minutos
se desplazarían a ritmo agigantadamente poético, suavemente con vigor sobre las
gruesas y duras cuerdas del contrabajo con que se había propuesto conquistar el
mundo desde que con doce años supo con la certeza de la inocente infancia aún
inmaculada que aquello era lo suyo y nada más y a nada más ni a nadie más
amaría. Pero allí estaba entonces ella sola con su instrumento y su tristeza
que se desgastaría contra el silencio de un
despoblado patio de butacas que ya no esperaba a nadie más que a nadie
más, como si sumando los nadie más, alguna vez se alcanzaría a una pareja a
punto de enamorarse, y a un solitario
que solo busca su soledad en el centro de su vida sin estar con alguien. Pero
eso tan deseado no ocurrió ni nunca ocurriría, pues cuando el sonido del
solitario contrabajo comenzó a sonar, un sueño de zapatos desordenados y de
maletas que tienen que hacerse para algún viaje que nunca comenzará porque solo
es el final de una pesadilla que vivirán los que queden vivos, renació de entre
las cenizas de quien empezaba ya a morirse sin público, porque los tres que habían
ocupado sus asientos, tan pronto como el espectáculo comenzó, se levantaron y
los abandonaron, dejando a la contrabajista de los sueños desde bien temprana
la infancia, sola en el escenario sin sus tres espectadores y sin ninguna de
sus futuras esperanzas, mientras su madre se pesadillaba con maletas sin hacer
y montones de zapatos que la llevarían al viaje donde todos acaban con los pies
desnudos.
XLIX
FUGAS
Y ENCIERROS
Yo haría lo mismo que tú has hecho si
tuviera como tú tienes una cárcel a mano que yo también tengo, y el valor que
posees, que yo ni por asomo, y sería salir pitando aunque allí dentro me dejara
el amor de mi vida y aquí fuera no me esperara ni nada ni nadie, sino el deseo
de volver a verte aunque no sea más que por regresar a ese muchacho que se
vuelve loco por estar con un hombre como tú, ambos encerrados entre rejas.
L
EL MEJOR DE
NUESTROS MOMENTOS
Fue el mejor de nuestros momentos, fue
de esos momentos en los que, de esos donde se produce el fuego y este se
propaga hasta que se hace incontrolable y desde allí y más allá se van
derrumbando las almenas y los palacios y un sinfín de bombas que explotan y
millones de gatillos que se reblandecen al contacto con el dedo índice atrás y
adelante y atrás y adelante, hasta que ambos cuerpos ocupan el espacio del
orgasmo de una pared a otra, hasta que ambos cuerpos ni el uno ni el otro ni
nadie más que ellos.
LI
NO
FUE ASÍ
No es que fuera así, pero fue así como
tuve miedo. Los muebles comenzaron a desplazarse bien temprano, y bien temprano
se arregló lo del salón bien recogido y los dormitorios, y lo de las pelusas
todo en bolsas de basura, cuando alguien llamó por teléfono y resultó que era
la voz neutra e inquietante de la policía que comunicaba al aire aún viciado a
pesar de los balcones y las ventanas abiertas, que era alguien, sí, de la
policía, que comunicaba a quien respondiera al nombre que habían dicho, no sé
qué de un accidente de tráfico en el que habían muerto mis padres y que tenía
que llegar al Instituto Anatómico Forense para reconocer a los muertos, y así y
sin duda, era el momento de abandonar la fregona que intentaba inútilmente
borrar las huellas de la juerga de la noche anterior.
LII
CUALQUIER PEQUEÑO INSTANTE
En este pequeño instante en que ni tú ni
yo navegamos por ninguno de los lagos felices con cisnes y música de fondo en
forma de vals, podríamos al menos guardar silencio mientras llega el siempre
tardío autobús que nos traslada a la casa que nos libra de este frío inesperado
de septiembre y así poder continuar con nuestro teatrillo de estar tú en
aquellos lugares donde yo no estoy, y tú en aquellos donde yo ni piso porque
hace tiempo que se me olvidó andar por ellos.
LIII
TARDES
DE CINE
Puede ser que lo haya contado alguna
vez, pero no importa. Lo volvería a hacer miles de veces. Son esas cosas del
orgullo lo de repetirse. Por la tardes iba al cine hasta que durante la semana
el dinero me aguantara, que era sobre el jueves o apurando hasta el viernes, en
uno u otro caso tenía que esperar hasta el lunes para volver a la sala sin
importarme no tener palomitas, ni la película que proyectaran, se apagaban las
luces, comenzaban los tráilers de los próximos estrenos que yo también vería, y
justo cuando estos terminaban y se inundaba durante unos segundos un fundido en
negro que a continuación daría paso al Caudillo Generalísimo y su No-Do, yo
encendía un cigarrillo a eso de mis catorce o quince años, que iba a durar bien
poco, pues ese punto de luz llamaría la atención de algún acomodador de los que
siempre hay, un buen profesional y perfecto cumplidor de sus obligaciones, que
seguro que se acercaría a donde yo había estado, pero que ya no estaba, pues a
la tercera calada yo ya salía disparado hacia la pantalla adelantándome a la
primera fila y desde allí, y bien cerca, sacaba el huevo del bolsillo de mi
gabardina aunque fuera verano, y lo estrellaba justo hasta dar en el ridículo
bigote de aquel ridículo y sangriento hombre que dedicó toda su vida a joder y
a destrozar la vida de otros, que simple y afortunadamente no eran como él. La
pantalla cogía una tonalidad anaranjada, amarillenta y chorreante de un huevo
caducado, la gente se sorprendía, y a mí, a veces, me pillaban y otras veces
no. Era el destino de los que amábamos el cine cualquier tarde de la semana.
LIV
UN BUEN MOMENTO
No fue porque tuve un buen momento,
seguro que habré pasado miles de ellos mejores del que pasé cuando ingresé en
prisión y sabía que nadie me esperaría después cuando cumpliera mi condena,
pero también y por otro lado sabía que eso nunca iba a ocurrir porque una cosa
me llevaría a la otra y que yo seguiría dando vueltas como en el tiovivo del
barrio de cuando era pequeño, como en este tiovivo de ahora, en el que veo a
los niños que no se ríen ni que disfrutan de los giros que dan en los
caballitos porque saben que nunca aquello dejará de dar vueltas y ninguno de
los niños se salvará de ser un prisionero de aquello de no tener un buen
momento en eso de repetir en lo de dar vueltas y más vueltas.
LV
EL LUGAR DE LOS
SUEÑOS
Ella lo llevó al lugar del que surgían
todos los sueños que él había tenido desde nacer y que habían volado por el
cielo de los sueños incumplidos, pero que a su vez él desconocía que eran suyos
sus sueños, hasta que al verlos cumplidos supo que eran los suyos, lo mismo que
eran suyos todos los besos de ella.
LVI
ABSOLUTAMENTE FALSO
Cuando escuchó sus propias palabras de
absolutamente falso, ya sabía el hombre de cualquier nombre que iba a salir
libre de toda culpa, sabiendo además que a ella y no a él le corresponderían
las sombras de un vivir sin más sol que el que reflejaran las lámparas de aquel
rectángulo sin salida y aún más allá con alambradas. La verdad es siempre otra
cosa, y a la justicia es raro verla por los juzgados.
LVII
RESUMEN DE ALGO RÁPIDO Y DESAGRADABLE
Y todo fue rápido y tan desagradable que
al final ese todo se resumió en una vida con unas oposiciones ganadas sin una
maldita plaza, un matrimonio con hijo que con el tiempo fue casi un desconocido
y un divorcio de remolinos en tierras movedizas, algunos escarceos que se
desarrollaron entre la justicia y el amor prohibido, y al fin, esto que veis,
el abrazo dado a un día eternamente marchito de muchas nubes sin descarga.
LVIII
ALGO
ASÍ COMO SOBREVIVIR JUNTO A DIANE KEATON
Estaba tan encerrado en el mundo que muy
y tan previamente le habían cerrado, y aún más y eternamente era como si le
aprisionaran su vida, de la que solo le permitían envejecer y dedicarse poco a
poco a acercarse a la muerte que parecía esperarlo en cada una de las veces en
que cada una de esas grietas de la respiración lo aguardaban aquellos fantasmas
que nunca se espantaban por más aspavientos al aire que hiciera, cuando pasaba
una semana de su vida sin poder ver Annie Hall.
LIX
INSOMNIO
Pero al fin y tras infinitos esfuerzos
iba a acostarse sin que necesitara ninguno de mis ositos de peluches ni ninguno
de más besos que los tuyos a pesar y gracias a ser yo el causante de todos mis
insomnios.
LX
PLANIFICACIÓN
Soy incapaz de planificar nada, ni un
desayuno o un almuerzo, una cita o la hora de la salida para llegar a tiempo a algún
sitio aunque ese sitio lo compartiera contigo. Me levanto cuando me despierto y
me pregunto dónde estoy, ya sea en plena noche o a pleno sol, y me alimento
cuando tengo hambre. Ese es mi ciclo. Por eso, cuando me dijiste que me
querías, noté un escozor por todo mi cuerpo, desde los tobillos hasta mi
cabeza, y me vi sentado confortablemente en un horripilante sillón verde viendo
la tele, y decidí que aquello no iba a ninguna parte y salí huyendo como si el
diablo me persiguiera, pero solo era el suave olor a mandarina de tu piel.
LXI
COMO SI FUERA LA ESPOSA
DE MARSELLUS WALLACE
Es algo que si ella te lleva o tú la
llevas al cine, algo sin importancia porque es solo para ver una película. Nada
de copas después, ni esa engolosinada forma peregrina y aburguesada de una cena
antes, cuando todo ya debería haber terminado y solo quedara esperar al día
siguiente bien tumbado y bien dormido sobre tu confortable colchón durante unas
horas hasta que ese día siguiente no fuera el esperado y ese día siguiente te
hiciera despertar en un lugar que no es el tuyo, como alguien nuevo que no hubiera
hecho lo que debiera sino aquello de lo más imprudente, de que lo que hicimos
lo hicimos primero sobre el sillón pues no fuimos capaces de llegar hasta la
cama de la habitación del motel sino hasta el siguiente, y fue allí donde nos
descubrieron pero ya habíamos acabado aunque con ganas de haber seguido, y allí
tumbados completamente desnudos y aún ardientes y sudorosos, la policía rompió
la puerta y empezó con gritos y órdenes, y allí estaba su marido con la placa
de la autoridad colgándole del pecho y el arma bien agarrada creyéndose lo que
más o menos era, el sheriff del condado buscando a su esposa a la que habían
secuestrado y que llevaba desaparecida varios días con el gilipollas que fumaba
desnudo junto a ella también desnuda ambos fumando en el suelo, y puedo
asegurarles que intenté decirle a aquel señor que conmigo eso de varios días
nada, que la acababa de conocer la noche anterior y que estuve a punto de
evitar que esto ocurriera, que yo estuve a punto de acabar en mi cama durmiendo
plácidamente tras ver la horrenda película que vimos, pero no pude decir nada,
pues ella aprovechó la mirada de odio del marido ultrajado para agarrar mi
miembro que empezaba a desvanecerse para darle vida, y fue entonces que ese
gilipollas que era yo se llevaría todos los golpes de los miles de policías que
yo creía que me rodeaban, hasta verlos a ellos dos desde el suelo con mis ojos
medio cerrados y sangrantes andando muy acaramelados hacia su horizonte común,
agarrados por la cintura, mientras yo, desde mi pared, no podía detener mi
mirada en el culito de ella, que fue lo que me enamoró desde un principio,
balanceándose provocativamente cortando el aire de acá para allá con sus
caderas que ahora eran de otro, como dirían algunos, de su legítimo dueño, de
un enamorado como yo de ella, pero que llevaba una placa de funcionario y el
anillo que simbólicamente une a las parejas.
LXII
CUMPLEAÑOS
Sin ningún plan previsto y con un
desconocimiento absoluto, robó las flores del cementerio a una tumba que contenía
los restos de un asesino en serie que antes de eso fue policía y se infiltró en
una banda de ladrones y extorsionadores de gente humilde que trabajaban como
empleados de la banca, para desenmascararlos, y que llegó a odiarlos tanto, que
los fue matando uno a uno sin levantar sospechas, y cuando ya acabó con todos,
se relajó tanto que su felicidad no cabía en su pecho, de ahí que sufriera un
infarto fulminante que lo llevó hasta aquel lugar, de donde un desconocido robó
sus flores, que alguien anónimamente mantenía frescas, para adornar las paredes
desnudas de su cumpleaños.
LXIII
ESCUPIR SANGRE
ACUMULADA
Ahora sí, ahora es algo ya visto con más
tranquilidad, algo más lejano, algo así como escupir la sangre que se me había
quedado ahí acumulada de tanto odio que me colgaba desde que en la última
rotonda, los coches con los que me encontraba no respetaban las señales ni la
más mínima lógica y se cruzaban delante de quien solo esperaba alcanzar la
tercera de las salidas, que era yo, sin tampoco alcanzar a saber que nunca lo
conseguiría, pues uno de esos coches irrespetuosos quiso abalanzarse sobre mí y
hacerme el amor sin yo saber si era eso, o que al final acabaría estampado para
siempre contra el muro que quedaba a mi derecha o sentado en una silla de
ruedas, pero al escupir la sangre acumulada de odio, esta fue a estrellarse
contra los ojos y las manos del estúpido conductor que no pudo evitar el muro
ni acabar sentado en la silla de ruedas que en un principio él me la había
adjudicado.
LXIV
RESISTENCIA
Dos calles más allá no había nadie, solo
gente que ni había amanecido ni había desayunado, y que resistía en sus puestos
de salida paralizados en ese movimiento continuo y audaz de no intentar volver
a entrar en la tortuosa y vacía realidad de cada día.
LXV
EPIDEMIA
La epidemia llegó bien temprano, serían
las siete de la mañana poco más o menos, y la ola de calor prometía seguir
haciéndose fuerte, de ahí que al despertarme siguiera escuchando las aspas del
ventilador que empezaron a funcionar la noche de ayer y que sería imposible que
ahuyentara la epidemia de miedo que ya a esa hora en ese día, empezaría a
atravesar las venas de los habitantes a los que se les prohibía decir no a
cualquiera de las preguntas que solo recibirían respuestas del sí, y de esa
forma la mayoría sustentaba a la minoría que los gobernaba sometiéndolos a una
dictadura que en cualquier año aún tendría muchos años para seguir viviendo,
aunque en algunos de ellos pareciera que la gente se sintiera libre, pues tras
aquello, la epidemia seguiría agigantándose para renacer de sus cenizas si en
algún momento era ficticiamente destruida, y volver a una opresión más efectiva
y duradera, y los habitantes de aquella confortable ciudad se revitalizarían en
el sí comunitario que habían aprendido a decir desde pequeños en sus familias,
reafirmándolo después en escuelas, institutos y universidades y ampliándolas,
conforme iban formando sus propias familias. Son esas cosas propias de las epidemias,
que alguien las propaga con un claro sentido, pero que al poco, como cualquier
epidemia, se propaga sin control, y peor, es que tantos muchos mueren tanto
mucho antes de poder preguntarse por qué son ellos precisamente los que han
sido afectados, cuando en realidad, y sin que nadie se atreva a hablar sobre
ello, son todos los habitantes de aquella ciudad, los que están infectados.
LXVI
RECONSTRUCCIÓN
DE LOS HECHOS
Reconstruyó los hechos milimétricamente,
como hacen los jueces, abogados y policías ante cualquier asesinato, ya saben,
se teatraliza algo que ocurrió como si así hubiera ocurrido, aunque todos los
agentes, abogados y jueces que están alrededor de aquella función sepan muy
bien que nada de lo que allí se representa es la verdad, que la verdad no es
más que la historia de un viejo que ha perdido la memoria y que intenta
recomponer en vano, algo que supuestamente ha ocurrido pero que las piezas se
resuelven en un desorden que solo la fantasía individual o colectiva puede
recomponer, muy lejos de aquello que ocurrió en realidad, el plan calculado
seis meses antes de que se ejecutara con sobornos, material armamentístico, un
piso discreto, un par de buenos coches y una furgoneta, el sistema informático
que hoy está a la orden del día y la brigada de cinco hombres habituados al
secuestro, el robo y el asesinato, así, todo se desarrollaría con seguridad y
se resolvería tan limpiamente, que el secuestro, el cobro y el asesinato, nada
tendrían que ver con lo que ahí se iba a representar en la reconstrucción de
los hechos.
LXVII
ES POSIBLE QUE
Es posible que yo no me explicara bien
cuando dije y repetí hasta miles de veces que aquello que ocurrió, iba a
ocurrir sin ser yo ni mucho menos el más listo de la clase, y sin que nadie pudiera
evitarlo por más que el verano siguiera siendo tan caluroso como nunca, y que
la lluvia fuera como un fantasma que solo se aparece tan tarde que ya es solo
la sequía.
LXVIII
UNA MADRE EN TODAS LAS MADRES
Dile que lo intenté, pero que siempre
fui un torpe en esto de las cosas de la vida diaria, y que nunca aprendí porque
no me enseñaron, a mantener el cariño de alguien que te quiera, pues desde
pequeño me sentí secuestrado en una familia que jamás tuve desde que nací, sí,
desde luego que con muchas madres pero que ninguna fue la mía y me crie entre
ellas sin saber muy bien por qué ninguna de ellas me acurrucaba y me arrullaba
más que las otras presas o de distinta forma, no, no sentí el cariño más
cercano que el de unas mujeres, que todas juntas podrían ser una madre, y una
madre excelente pues a mí nunca me faltó de nada con ellas, todas entregadas a
la causa de un niño sin madre en un penal cercano a otro que acogía, según
decían, las miserias de mi padre.
LXIX
ADIÓS DE UNA
ESPECIE DE NUBARRONES
Si recogiera ese tiempo que queda
rendido entre los dos y lo analizara y lo perfeccionara, seguro que yo sería
más ordenado y más cuidadoso con lo que hemos compartido, pero también sería
otro el que te amó y que te ama, y entonces, yo ya podría quedarme tan solo y
tan triste como un animal a punto de desaparecer como especie tan pronto como
cuando llegue el tren y tú te hayas ido, habiendo dejado sobre los raíles más
luces que sombras a pesar de que hayamos vivido entre los dos, y bien juntos,
un breve tiempo de nubarrones.
LXX
PERMISO
A menos que quieras verte envuelto en
algo que atormentará tu vida, es mejor que si te dicen que hoy no salgas, pues
no lo hagas, y si te dan permiso para sacar al perro a pasear, pues que lo
hagas, todo es así de sencillo, no hay que complicar nada, ese es el destino de
tantos de nosotros, y tú eres uno de ellos, aunque te ciegues en lo contrario y
te rebeles con no ser uno de los nuestros e intentes salir volando y esquivar
tus obligaciones, al final, viene a ser lo mismo pero mucho más doloroso si te
empeñas en ir en sentido contrario, que si lo hubieras aceptado desde el
principio, mira, tu perro ya está dando vueltas pidiendo que lo saques, él
comprendería sin dificultad que para ello, antes no debes olvidar pedir
permiso. Él a su manera ya lo ha hecho.
LXXI
FAMILIA
Para Lola Sánchez, que de un silencio crea un mundo.
Su hermano se llama, aunque nadie se
acordará porque la gente es muy despistada, aunque su música sea un universo, y
su hermana es una mujer gigante que aún se estaba haciendo consigo y con ella y
con sus libros de Derecho y sus reivindicaciones, y con su madre, que
amontonaba colores en figuras, que bueno, que si no serían eternas, sí por lo
menos serían inmortales para algunos como ellos y también para algunos
bastantes más que de corazón los quería, al hermano, a la hermana, a la madre y
a quien por allí rondaba día y noche que era una especie de actor veraniego de
un teatro siempre desbordado de público, que dedicará su vida a abrir caminos
sobre baldosas de trozos de su corazón, y así fueron y siguen caminando por
entre las nubes y entre el cielo y el mar para sin final seguir escuchando una
consonante sin sonido donde cada uno es uno y todos juntos somos el mismo de
cuando aún éramos pequeños en las playas de Salobreña.
LXXII
MÁS FELICES
A ella, como a mí, lo que más nos
gustaría sería que fuésemos más felices, así sin más, como quienes se sientan
en un banco de barrio que solo da a las mismas cosas de siempre para siempre
inventárselas y para que los golpee a ambos la lluvia después de meses de
sequía y apague sus cigarros, y poco después en alguna esquina de las que no
aparecen en los mapas, besarse hasta que la mañana los despierte y cada uno
vuelva a sus obligaciones, esas en las que tantos esperan tanto de ti, que tú
solo puedes dejarte navegar hasta volver al minuto en que sobre el banco cae
una lluvia desesperada por vivir que borra los contornos de las fronteras de
los mapas y todos los países tienen la forma de los labios de ambos al besarse.
LXXIII
LA FÁBULA DEL
JUEGO DEL POLLO
Larga vida al Rock and Roll, Francisco Benavides
Debía acercarse la hora de llamar al
pollo, bueno al pollo no lo iba a llamar porque no me contestaría,
probablemente no cogería el teléfono, no por mala educación sino porque lo más
seguro es que el pollo no tuviera teléfono, y si no tenía teléfono, ¿cómo o
para qué lo iba a llamar?, no, a quien tenía que llamar cuando se acercara la
hora de los juegos, que parecía que se acercaba, era al pollero, que sí tenía
teléfono, y no al pollo que no tenía, y encargarle uno y medio de sus pollos, o
dos, porque eso de cortar un pollo me da un poco de grima, dos mejor, ya ven
que tengo algo de vegetariano o vegano, y cuando el pollero me pregunte que
para qué hora lo querría, yo le debía contestar que para cuando acaben los
juegos más una media hora de camino, que lo apunte bien porque la última vez no
había pollo a la hora convenida, pero claro, él me puede replicar que él no
sabe cuándo acaban los juegos, pero el problema es que yo tampoco, y como son
tan divertidos para mis compañeros de juego, la cosa puede alargarse bastante,
a veces llega la noche y seguimos jugando, ellos entre carcajadas, yo
aguantando las lágrimas con gran esfuerzo y pensando que ya el pollo me lo
comeré para la cena.
LXXIV
ESA
ESPECIE DE JAULA METÁLICA
“No tratéis de guiar al que
pretende elegir por sí su propio camino”
(William Shakespeare)
A las nueve horas y cincuenta y tres
minutos de la mañana se instaló en aquella especie de jaula metálica, y tras
cerrarse las puertas, esperó a que se abriese la que tenía delante. Se sintió
observado por, como un culpable de antemano cuando todos lo miran, alguna
cámara de seguridad, pero al muchacho no le importó, puede ser que ni se diese
cuenta, y cuando la puerta que esperaba abrirse, se abrió, entró con decisivo
paso a la central bancaria de suelo encerado y falsas sonrisas y macetas de
plástico y ventanillas de acceso al público.
-¡Hola, papá! –El
padre, siempre obediente, abrió sus ojos con timidez, eternamente presos entre
papeles y números, aunque adornados por gafas de las que se saben que el que
las lleva ya tiene una edad, y lo miró con esos sus ojillos lechosos.
-Hola, hijo! ¿Qué haces
tú por aquí?
-Nada, me he levantado
hace poco y he decidido robar el banco. Mira, aquí en esta bolsa he metido un
par de pistolas y un bate de béisbol. ¿Quieres verlos?
-No, hijo, no, te creo,
te creo, de verdad. Bueno, pero tendrás que hacerlo bien, y sin necesidad de
ser violento, la violencia solo lleva al fracaso, y para fracasados, ya está tu
padre.
-¡Oh, claro! Tú siempre
me has enseñado que para hacer un buen robo, no es necesario matar a nadie, es
más, no lleva a nada más que a algo peor de lo que se pretende.
-Se ve que en estas
cosas sí que me has escuchado
-Pero en un robo sí se
debe asustar.
-Sí, asustar, sí,
claro, si no, nadie obedece.
-Como te ha ocurrido a
ti durante más de treinta años. Bueno, a ti y a todos. Obedecéis y obedecéis
por puritito miedo.
-Efectivamente, hijo,
pero eso nos ha permitido ciertas cosas a los cuatro. A tu madre, a tu hermana,
a ti, a mí… Hasta comíamos en restaurantes de vez en cuando, y algunos veranos
nos hemos ido de vacaciones.
-¡Oh, sí, por supuesto,
también se ha beneficiado de tu sacrificio el perro. Hemos sobrevivido a esa
gris existencia de quienes se contentan con seguir respirando cada día sin
poder salirse lo más mínimo del guion que ya te han escrito desde que naces!
-Sí, así es, hijo, así
es. Gracias a mi sumisión hemos seguido adelante.
-Efectivamente, papá.
Pero no solo tú te has sacrificado. Nosotros también lo hemos hecho. Nosotros
también nos hemos sacrificado, y humildemente debo decir que bastante. Mi
hermana y yo ya formamos parte de la maquinaria que hace funcionar la cosa esta
que llamáis patria. Y lo hacemos, ella a veces con más gusto que yo, pero lo
hacemos.
-También te enseñé que
en los bancos ya no había apenas dinero. Que existían lugares mejores para
conseguirlo.
-Claro, y también sé
que es el banco el que nos ha desgraciado la vida, y ha desgraciado la vida de
tantas personas humildes e inocentes. Algunos de ellos, seguro que están aquí.
Y otros han muerto en su desgracia, en la desgracia que les regaló amablemente
el banco. Esa desgracia de esa gente la he visto en tus ojos cada vez que
volvías amargado del trabajo y en tu cara se te veía claramente, enfangada de
tanto engaño como tenías que decirles a los clientes, sobre todo a los más
débiles.
Alguien se acerca a la ventanilla, y
después otros, y esperan impacientemente.
-Ahora,
deberías dejar la ventanilla libre. Hay
gente esperando.
-No
es solo por nosotros por quienes hago esto, también es por ellos, papá, por los
que esperan la cola.
-Deja
libre la ventanilla.
-Siempre
al final es el miedo, papá, ¿no es cierto? Toma. –Y le entrega al padre uno de
los documentos del banco donde la gente escribe los ingresos o los cobros o las
reclamaciones, que cogió de algún mostrador y sobre el que lleva impresa una de
sus lágrimas.
La mañana avanzaba sin saber bien su
destino, y poco a poco, algo que comenzó siendo la llegada de una hormiga tras
otra, empezaba a ser una hilera a modo de serpiente de hombres y mujeres en
busca de un sinsabor que producía tanto dolor como una negativa a realizar un
sueño. El muchacho, efectivamente, abandonó el lugar privilegiado de la
ventanilla que ingenuamente creía dominar su padre, y se sentó a mirar el
colorido de la serpiente, sus distintas formas y tonalidades y su unánime
también sumisión, como la de abandonar la cola, cabizbajos, para salir hacia el
cajero automático, y allí, en un cursillo intensivo de contabilidad e
informática, hacer el trabajo para el que ni estaban capacitados ni retribuidos
por, ni para ello. Y allí también se las ingeniaban para llegar a buen puerto y
hacer adecuadamente aquello de sacar dinero o pagar una multa o poner al día la
cartilla. Y uno tras otro lo hacían en silencio y sin un mal gesto o una voz
más alta que otra para así parecer más firmes y más listos en el propósito que
desde fuera les habían marcado para que la maquinaria siguiera funcionando. Fue
entonces cuando el muchacho decidió que aquello no podía continuar, aunque él
no fuera más que otro más de los desgraciados que había engendrado la banca,
entonces, sí, fue entonces cuando se levantó del asiento, abrió la bolsa
deportiva, y de allí, y casi sin mirar, sacó una pistola, que era una Smith
& Wesson tan clásica, como poco efectiva para aquella labor, se subió a la
silla donde antes se había sentado, y gritó que aquello era un atraco, como uno
de los grandes ladrones de la historia del cine, con la memoria sólida y segura
de un delincuente experimentado que se sabía dueño de la situación, y también
fue entonces cuando vio al de seguridad que un rato antes le había abierto la
puerta, desde su mesita, salir de su escondite, sacar el arma y apuntar, y al
muchacho, por más que lo intentaba, no le salía la voz, se quedó mudo, y él
creyó que era para siempre, y en esa impotencia, bajó la mirada, y creyó que la
gente gritaba, pero tampoco oía esos gritos, y fue en esa circunstancia tan
estúpida, cuando casi al mismo tiempo que recibía el abrazo del padre al
desplomarse, recibió el certero disparo del vigilante que le atravesó la
garganta y los tímpanos, sin escuchar nadie los gritos de no, no, déjenlo, él
no sabe, él no está bien, del padre, aunque en el fondo sabía que su hijo era
el que estaba mejor de todos.
LXXV
EXTRAÑAS
DISTANCIAS
A ninguno de los dos se le ocurrió soñar
con el otro en la magia imposible de volverse a ver ni tampoco se le ocurrió a
ninguno cantar juntos ninguna canción como antes era en la fiesta de cumpleaños
de algunos de los hijos de cualquiera de los dos ese terrible Cumpleaños feliz,
probablemente la canción más cantada cada año en el mundo, pero eso fue muy de
tarde en tarde, así que se conformaron con cantarse, cuando en las noches de
luna llena, ella mirara el cielo estrellado y se acordara de él lanzándole un
beso al firmamento, y él haría lo propio, a la vez que ambos soltaban una
lágrima compartida en la distancia.
LXXVI
CULPABLES
Al final siempre es lo mismo, y siempre
dan con nosotros, aunque nosotros no seamos los culpables, pero por el simple
hecho de parecerlo, el enemigo lo ve escrito en nuestras caras, y nosotros
llegaremos a creer que es cierto, y lo leeremos al revés si nos miramos a un
espejo.
LXXVII
DESAPARICIONES
Se oyeron gritos y un pataleo
innecesario y algo así como una mecedora que hacía crujir la madera al
balancearse. Se oyeron también los llantos de un niño y la desesperación de una
madre que había perdido a su hijo en una fiesta de disfraces a la que acudió
disfrazado de cambio climático, y que al no poder resistir las injusticias que
le estábamos haciendo al planeta, decidió con sus pequeños ocho años a cuestas,
también desaparecer en forma de bosque incendiado por las llamas de la
vergüenza. Y se oyeron muchas cosas más, pero nada de lo que te dijera, podrías
creerlo.
LXXVIII
ESA MANERA
Era esa manera de decirme que estaba
vencida como si una vaca atravesara el salón de tu casa con ojos compasivos y
tú no tuvieras palabras para decir que la nieve tarde o temprano llegaría, como
también regresan las cigüeñas o el topo sale cuando salen los días de calor,
solo era esa forma de que la hija a la que sostuvo tantas veces entre sus
brazos se iba hacia otros lugares que ya no eran los suyos, aunque ella
siguiera manteniéndolos abiertos para que se acogiera a ellos cuando quisiera.
LXXIX
ALGO LEJANO
Hubo un disparo que pareció sonar bien
lejos, y el hombre salió al porche creyendo que desde allí podría ver, por el
humo, de dónde procedía, pero no hubo nada de eso ni nada de nada, solo vio el
mismo campo desierto de siempre, y escuchó al punto otro estruendo pero este
bien cerca de sus oídos hasta hacérselos reventar junto al resto de su cara, y
aquello le sonó como a aquellas tracas de cuando éramos pequeños en algunas
noches en las que nos dejaban acostarnos bastante más tarde de lo habitual
porque eran las fiestas del pueblo o la verbena del barrio.
LXXX
CUANDO ALGUIEN SE PIERDE Y ERES TÚ
Se perdió en el concierto como al fin se
pierden unas rodillas, porque ya no se sabe si le tabletean o porque ya no
pueden sostener lo que su cuerpo pesa sobre el suelo, pero a la mañana
siguiente apareció bien contento y dispuesto a tomarse un par de cafés con
alguna tostada incluida para después tomarse una prolongada ducha de agua fría
para al final caer sonriente sobre el asiento trasero del coche y cerrar los
ojos con su continuada sonrisa sin poder responder a las estúpidas preguntas
que deseaban saber qué le había pasado cuando se perdió al principio de
comenzar el concierto.
LXXXI
EL DESPERTADOR
Yo de pequeño no necesitaba despertador,
ese para mí era un artilugio tan extraño como desprotegido de ningún cuerpo,
porque ya el cuerpo y la voz para despertarme y el olor a pan tostado lo ponía
mi abuela que además me cantaba Suspiros de algo que ella decía que era España
sin yo saber muy bien ni lo de los suspiros ni lo de España, pero que con su
voz yo ya me sentía amparado en un nuevo día del que nadie iba a ser capaz de
desembarcarme.
LXXXII
LA MÚSICA
COMIENZA DE MADRUGADA
El trompetista llegó muy tarde, y el
concierto se fue a la mierda, y empezaron a llover miles de octavillas desde
donde se les llamaba a quedarse en las casas deshabitadas para que así no las
ocuparan aquellos que ni tú ni yo, sino esos que ocupaban esas casas que ni
eran suyas ni les pertenecían más que como un lugar donde pasar una inolvidable
noche de swing.
LXXXIII
DESAPARICIONES
CON FIRMA
Están en algún sitio /
concertados
desconcertados / sordos
buscándose / buscándonos
(Mario Benedetti.
Desaparecidos)
Es triste que lo
hubieran matado así, cuando nadie sabía mucho de él desde hacía un año más o
menos cuando su mujer dio el aviso de que su marido no aparecía por casa desde
hacía tres días, que salió de casa con la hija de ambos para acompañarla al
colegio como cada mañana, justo cuando llovió por última vez y a todos nos
pilló por sorpresa y sin paraguas, y eso creo que nos despistó a todos, y
quizás fuera por eso que hasta ayer yo no echara de menos a mi marido y a mi
hija hasta ayer por la noche, cuando caí en la cuenta de que era jueves y de
que ese es el día de la semana en que intentamos inútilmente recomponer nuestro
fracasado matrimonio, y fue entonces cuando en el hueco del lado de la cama que
ocupaba normalmente mi marido, él no estaba, y entonces caí en la cuenta de que
no estaba esa noche ni estuvo las dos noches anteriores, pero la noche de ese
jueves como la de todos los jueves, era cuando yo lo necesitaba, y entonces
solo pude conformarme con el dulce placer de congeniarme conmigo misma, lo cual
siempre me es bastante agradable y reparador y hasta placentero, antes de
llamarles a ustedes para saber sobre el paradero de mi marido, y entonces van y
me dicen que tengo que acercarme a esta comisaría y aquí acaban de decirme que
lo han matado un año después de que yo lo matara, según ustedes, me acaban de
culpar de algo que yo no hice, porque yo lo amaba al menos todos los jueves por
la noche, no me creerán, pero yo alguna vez perdí el conocimiento esos jueves
de a veces locura que tan inolvidables fueron, de cualquier manera, es triste
que lo hayan matado así, sin dejar huellas y tras una larga tortura cuando era
un amante tan tierno y tan firme como lo es la mirada de un águila en su vuelo.
Yo nunca lo habría matado así, desde luego, lo habría hecho de una forma más
sofisticada, no sé, tal vez con veneno, o con alguna pastilla diluida en su
vaso de leche de los jueves antes de acostarnos, en aquellos momentos donde
rompíamos los tímpanos de quienes más allá y más lejos, querían vernos lo más
dormidos posible. Nunca lo hubiera torturado a no ser que yo perteneciera a una
de esas familias que sufrieron la desaparición de alguno de sus familiares y
que los galones del traje militar de mi marido que dejaba sobre el galán de
noche, hubiera dejado su firma.
LXXXIV
ES UN ESO DE QUÉ MÁS DA
Todo el mundo tiene algo que ocultar,
aunque solo sea una pequeña dosis de algo que le hizo feliz o una enorme magia
de la que podría vivir, en esas noches del desierto donde nada puede esconderse
salvo bajo la arena, pero esta durante la aparición de la luna, y en las
tormentas, se mueve con violencia, y entonces, fácilmente algo que se oculta
puede mostrarse a la superficie, y el cuerpo de alguien se podría unir a otros
que ya están disfrutando de algún oasis, y por tanto, lo mejor sería hacer
desaparecer el cuerpo con ácido, en un cubo donde se desintegrara, pero en
aquel lugar inhóspito era difícil encontrar ese componente químico que hace
volatilizar los cuerpos, por lo que, para ocultar ese algo que todos debemos
ocultar, y que todos lo hemos hecho, lo mejor es dejarse llevar por un beso en
la madrugada, y que la policía se encargue de hacer bien su trabajo.
LXXXV
BÚSQUEDA Y
CAPTURA DE UN LUGAR
Preferiría subir pero sin hacerlo, si
pudiera hacerse así, no porque no me fíe de ti, sino por todo lo contrario, y
es que no me fío de mí porque sigo sin encontrar un lugar entre tantos lugares
habitados por el corazón de nuestros recuerdos y de nuestros futuros.
LXXXVI
NI PIRUETAS NI ESCONDIDAS
Aunque no hacíamos ni piruetas ni el
amor ni a escondidas ni a sacudidas, era como seguir sabiéndonos sin lograr
nunca sabernos del todo, y seguíamos siendo pareja muy lejos de aquellos
desmayos que nos daban en los calores de alguna mañana de julio y que ahora
están cerca de nuestros recuerdos.
LXXXVII
CAMINO
Yo aparté con mucho cuidado las piedras
y removí las arenas hasta que encontré su beso muy cerca de un camino que nada
dejaba detrás.
LXXXVIII
VOLVERSE PARA NO
DECIR MÁS
Yo me volví para decirle que no tenía
nada más que decirle, sino que se nos habían acabado las hojas de un calendario
que a todos se nos agotaba, porque yo quería que tú me recogieras de mis
destrozos y yo quería también y sin duda ser recogido de entre aquellas mínimas
hojas del árbol que se hacían montañas en la acera, siempre poblada y siempre
desierta, y donde todo quedaba abandonado en un montón de palabras que se
dijeron entre millones de olvidadas caricias que no se dieron y que dejaron de
recibirse.
LXXXIX
¿CUÁNDO AMANECE?
Aceptó yéndose a la cama bien temprano,
cuando aún no había empezado el gallo del vecino a estrellar sus gritos contra
las últimas estrellas ni cuando aún no había amanecido, y los obreros no habían
salido a conquistar las calles de sus derrotas como reyes. Y ya cuando apenas
había cerrado la puerta del dormitorio, se acordó que no había traído los
churros que le había prometido tres días antes cuando desapareció en la
oscuridad de una noche que lo devolvería sin el encargo cumplido, pero muy
cansado.
XC
SALIDA Y ENTRADA
A la salida me di cuenta de que antes,
yo había entrado por la otra cara de la puerta y a ese lado lo llamaron
entonces entrada, como si la una y la otra no fueran la misma cosa vista desde
lados distintos y tuvieran la necesidad del dispendio de dos bautizos.
XCI
UNA LLUVIA
INESPERADA
I
got plenty of time Tengo mucho tiempo
You got light in your eyes Tienes luz en los ojos
And you're standing here beside me Y estás parada a mi lado
I love the passing of time Me encanta el paso del tiempo
Never for money, always for love Nunca por dinero, siempre por amor
Cover up and say goodnight, say goodnight Cúbrelo y di
buenas noches, di buenas noches.
(Talking Heads. This must be the place)
Vio a tres mujeres distintas en muy
corto espacio de tiempo y en lugares muy cercanos y a las tres conduciendo, y a
ninguna quiso más que a las otras dos, pero sí notó que empezaba a caer una
lluvia inesperada, y que ni él ni nadie tenía un maldito paraguas que echarse
sobre la cabeza para mal cubrir el resto de su cuerpo y que por eso ahora
cualquiera de ellos empezaría a temblar imperceptiblemente, pero sí que
ciertamente, y aunque tuvieran que recorrer cientos de kilómetros así lo harían
por el simple placer de si al volver allí estuvieran y se repitieran los
encuentros, como si ese fuera el mejor lugar, aunque la lluvia siempre lo
hiciera de forma inesperada, y los habitantes de aquella ciudad siguieran
pensando que las nubes se fabrican con dinero.
XCII
DORMIR
Sí creía firmemente que había razones de
sobra para torturarse con la cíclica, voraz, monstruosa idea que se engendraba
continuamente en sí misma haciéndose cada vez más gigante y repetitiva, siempre
con la exactitud de las mismas palabras de no me puedo dormir durante la noche,
pero en el día dormiría y me duermo en cualquier lugar, aunque ese sea el sitio
que controla el enemigo para poder así resistir el que tú en la noche, en un
despiste nocturno, conviertas ese territorio de ambos en un campo de espinas.
XCIII
LABERINTO
Solo había que acercarse al laberinto
para saberse devorado por sus colmillos y ser atormentado en una digestión
pesada por la bolsa convulsa de sus intestinos; sin embargo, la aventura estaba
en internarse en el vómito.
XCIV
VIOLÍN
Aunque el violín sonara torpe y triste y
cansado para los que tenían un oído algo más fino, delicado o instruido, el
violín seguiría siendo el instrumento que continuaría sonando por más que la
autoridad llegara y por más que la lluvia se desbordara contra aquel
instrumentista con más voluntad que destreza y aunque se convirtiera en trueno
y pudiera detenerlo en algún momento, por encima de todos esos obstáculos y de
otros muchos más, él era un violinista, y aquella era su música. Así, sin más.
XCV
DESCUIDO
Fue un descuido tan imposible que lo
dejaron pasar como una cosa improbable que al final ocurrió: llega el anochecer
a Nueva York y a nosotros nos pilla bien lejos y ninguno de nosotros somos lo
que creíamos haber sido hasta entonces, y nos descubren, y tenemos que huir de
aquel descuido para convertirnos en prófugos de algo que ocurrió sin que
supiéramos que ocurrió porque miramos hacia un lado que era el correcto, puesto
que hacia el lugar donde mirábamos no ocurría aquello por lo que fuimos
culpados, y por tanto, no nos enteramos de nada más que lo que supimos después,
que es el ahora, que huimos perseguidos por un descuido.
XCVI
CAÍDA EN OTRO
ESTADO
Nada quedó más allá de lo que si no
fuera porque de nada de lo que di ni nada de lo que recibí fuera más el aire
que sale extraviado por las fosas nasales y acaba en una estúpida y perdida
mucosidad que conforme va cayendo se va haciendo más líquida y la solidez de su
pulso sigue caminando su trayecto sin alegre o tristemente saber su destino en
el vacío que va dejando su camino hacia el suelo.
XCVII
PROTECCIÓN
De cómo los que se supone que tienen que
protegerte son los que te maltratan con sus coces, buscando en otros su
complicidad, y entonces, se levantó el Reino de los Cielos y abrazó el silencio
de los otros, y lo dio por bueno cuando no había ni amanecido aún en la ciudad
y se podía oír bastante más el silencio que su ruido.
XCVIII
RUEDA DE LA
INFANCIA
No tuvo más remedio que ocultarse entre
las acogedoras sábanas que lo cobijaban durante los crudos fríos del invierno y
las suaves noches de la primavera de su infancia, cuando siendo aún un niño
delicado, tímido y solitario, se dejaba querer por las caricias de hilo que en
cualquier momento podrían atraparle la garganta si lo dejaban solo, y con ella,
sus cuerdas vocales hasta dejarlo impedido para desarrollarse, y así continuar
para siempre siendo un niño enfermizo, pero un niño al fin y al cabo.
XCIX
LA EMPERATRIZ
DEL LUJO
Nunca pudo permitirse el lujo de no
verse rodeado de lujos, y cuando el Monte de Piedad fue adornado con la última
piedra que le quedó de su último collar, supo que llorar amargamente solo le serviría
para que el maltrecho suelo de su ahora más que nunca amplio salón deshabitado
se cubriera, primero en los rincones y luego subiendo por las paredes hasta
ocuparlo todo, y por eso lo hizo precisamente, por eso lloró, porque el moho,
había leído en alguna parte, contenía tanta vida, como vida pudieron haber
albergado sus elegantes fiestas con sus bailes, de cuando antes ella fue la
reina con el brillo de sus ojos dando luz a las risas y a las alegrías que
llevan consigo el lujo endiablado del llanto de ahora.
C
QUE APENAS PUEDO
SOSTENER EL BOLÍGRAFO
Y es que es tanto sueño que apenas tengo
fuerzas para sostener el bolígrafo y escribir lo que ahora escribo, y es que
seguro que se cometió un error con el paquete, ya fuera porque el operario se
equivocó de puerta, o porque en la nota que llevaba alguien se equivocó con la
dirección… El caso es que el paquete fue depositado en una casa equivocada, y
de ahí que quien la recogiera en aquella mañana de silencios y de somnolencias,
solo escuchara el crujido seco de la explosión al abrir la caja y su última
visión de esta vida fuera la de muebles y la de miembros de su propio cuerpo
saltando y aterrizando tan lejos de él, como esa idea ingenua de que mi cuerpo
ya es un montón de chatarra que apenas puede sostener el bolígrafo, pues ese
error también acabará conmigo.
y CI
IMÁGENES
La memoria se me amontonaba
repetitivamente en la imagen de alguien que era atropellado por un coche
mientras yo veía todo aquello sentado tranquilamente en la terraza de un bar
tomándome un café, donde mucho después la escena la viviría yo conduciendo un
coche que atropellaba a alguien viendo la escena otro alguien que se tomaba un
café una tarde donde bastante después de ese mucho después era yo el que
cruzaba la calle y era atropellado por un coche teniendo como testigo alguien
que tomaba un café tranquilamente sentado en la terraza de una acera próxima.
Supongamos que fue en París. El camarero llamó por teléfono para avisar de un
accidente. Y tú no estabas a mi lado.
(23 de noviembre de 2019)
(Modisto)