sábado, 31 de mayo de 2014

UN JOVEN DE QUINCE AÑOS



  
Las aventuras de Deperente XXI


Con quince años, Deperente no era ningún santo, y estaba muy lejos de pretenderlo. Solo se preocupaba de vaguear por las calles de su barrio, Harlem, y de trapichear con  pequeños hurtos para ir sobreviviendo en una vida que sus padres no le podían dar. Sin embargo, en el instituto era otra cosa, y no buscaba otra cosa que aprender. Según en qué etapa de su infancia y adolescencia se había interesado por alguna materia (Ciencias, Matemáticas, Historia…) y lo había hecho con dedicación plena sin olvidar las otras. El trato con los demás era exquisito en las aulas y gamberro en las calles. Jugaba al béisbol, pero fue uno de los primeros neoyorquinos en interesarse por el fútbol europeo, cuando en la televisión  del bar donde pasaba horas y horas muertas o jugando al ajedrez, por error emitieron un partido entre dos equipos ingleses. Vio allí algo distinto que nunca pudo descifrar del todo en su vida de setenta años. El béisbol sí, el béisbol lo controlaba, pero el fútbol europeo no, y eso dentro de su cabeza siempre con ganas de aprender, lo hacía más atractivo. Y por eso lloró en el año ochenta y seis, cuando vio en diferido el gol de Maradona contra Inglaterra, y lloró por la emoción de ver la culminación del arte en una actividad deportiva, y también lloró porque no pudo verlo en directo por culpa de un juicio que tenía a esa misma hora.

Deperente, un  joven de quince años, escondido en un coche, acariciaba una pistola y estaba a punto de entrar en un banco para arrasarlo y llevarse un botín de un millón o de un  par de dólares, eso nunca lo sabría, pues la banda estaba formada por pipiolos en el refinado arte del robo a gran escala, cuando uno de sus compañeros se tropezó con una novela de Raymond Chandler que a saber cómo  había llegado hasta allí y se la pasó.

-Anda, lee un poco para relajarte, antes de que entremos.

Y los dos primeros párrafos fueron suficientes para que el joven Deperente saliera corriendo de aquel encierro bordeado de nubes, para no volver más.


(Modisto)

sábado, 24 de mayo de 2014

ROBO A MANOS LLENAS



Las aventuras de Deperente XX


“El amor de mi vida  no tiene corazón porque yo se lo he robado”.

Deperente e Imprevisto se citaron  por primera vez muy lejos de todo. Allí donde el lugar de los encuentros no es un encontronazo. Era una tarde de tiritones, de esas que dejan huella.

Esas fueron también las primeras que oyó Deperente desprendidas de los labios carnosos de Improviso nada más verse. Y se preguntó por su destino y por qué aquel hombre calado en una gabardina y tan espigado como un rascacielos, era capaz de decirle todo aquello y de un tirón, sin apenas aliento y sin apenas un apenas.

La tarde caía como una enigmática amenaza, Imprevisto levantó su café y Deperente su vaso de whisky.

-Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido…

Deperente tuvo que retirar su mirada, de la  mirada fija y penetrante de Imprevisto. El cielo volvió a volcarse más negro, el pan comenzaba a amasarse en las panaderías, y después de un suspiro inquieto, solo se escuchó de nuevo la tímida voz de Imprevisto.

-Yo solo sé que te quiero. El resto es fango y miseria.

Deperente desconocía la ópera, y con una excusa no creíble, lanzó unos dólares sobre la mesa. Imprevisto lo vio marchar y se sintió relajado. Se había desprendido de una pesada carga y había prendido una mecha que ahí quedaba.

Imprevisto dejaba que las calles se le colaran por sus rodillas. Y así era feliz. Filtrándose por las noches. Y era feliz porque los cruces y esquinas rodadas no eran piedras.


(Modisto)

domingo, 18 de mayo de 2014

PUENTE DE WILLIAMSBURG



Las aventuras de Deperente XIX


Hacía un frío de humedad congelante. Deperente regresaba a pie, perdiendo el paso y el rumbo, hacia su casa. Había resuelto un caso de lo sé, sí, aunque no lo sé, pero te quiero a mi manera, y ya era medianoche cuando la noche se estrelló de música. Sonny Rollins tocaba su saxo en la cima del paraíso del puente de Williamsburg al mundo entero a la parte del mundo que quisiera verlo siempre por las rendijas de una noche de caramelo. Deperente miraba desde la otra acera al músico que arqueaba su cuerpo al compás de lo que le viniera. Ahí se desdibujó todo lo demás, el joven que pedía clemencia por un delito cometido, confesado y probado. Lo demás, era Sonny Rollins tocando, gente despistada que pasa por allí y un puente que es un cuerpo lleno de abrazos.


(Modisto)

sábado, 10 de mayo de 2014

MENTIRA EN VERDAD



Las aventuras de Deperente XVIII


Era una madrugada de agujas afiladas, de esas que duermes tres o quince minutos, te despiertas, vuelves a intentarlo, y a veces lo consigues, pero la mayoría no. Y no lo consigues porque la vida te inunda de sus maldades y se arroja contra ti como lo haría un Polifemo enfadado.

Son las cinco de la mañana y Deperente ha mirado el reloj seis veces. Es una mentira en verdad lo que vive durante la noche. Noche de oscuridades y de sobresaltos.

Era demasiado temprano y Deperente había logrado al fin un sueño profundo también ahora interrumpido. Era la mañana siguiente, y alguien llamaba a la puerta con tanta fuerza que la iba a echar abajo.

Secominuca venía dolorida y con un torrente en los ojos, por eso no pudo ver claramente el aspecto lamentable de Deferente cuando abrió la puerta. En calzoncillos, barba y ojos con bolsas de supermercado, no presentaba su mejor aspecto.


(Modisto)

sábado, 3 de mayo de 2014

JUGAR CON BARCOS



Las aventuras de Deperente XVII

Cuando era niño, jugaba con barcos a cruzar mares aún no descubiertos, y subía por las calles de Harlem escuchando la música que salía de las ventanas y de los balcones, alguien que te avisa desde su contrabajo o que reclama tu atención desde un saxo herido. Se llamaba Elsa o acaso tenía otro cualquier nombre, dos trenzas rubias y una sonrisa de cristales y adormideras. Pero no era su silencio lo que más le gustaba de ella ni tampoco ese aire de santa beatificación que la perseguía y que podía vérsele sin apenas esfuerzo. Era el agua que derramaba por sus poros y que formaba ríos por los que navegar sus barcos.


Ahora sería una mujer vieja y arrugada. O ya estaría muerta. Pero para Deperente, siempre sería la niña mimada del número veintitrés de su calle, la que  nunca se juntaba con su pandilla, y que paseaba a su perro todas las tardes a las cinco.

(Modisto)