Las aventuras de
Deperente XII
Las tardes de sus días libres,
que no eran fijos ni continuados, los dedicaba Deperente a escuchar viejos
discos de jazz, a beber en soledad hasta emborracharse y a fumar hasta sentir
una opresión en el pecho. Hace años que llegó a la conclusión de que para él
era más sano trabajar que descansar. Porque además, en esos días de descanso, siempre
acababa llorando. A la cuarta o quinta copa que era más o menos cuando menguaba
hasta la mitad el paquete de cigarrillos, aparecía, con la fuerza de la
realidad, alguna mujer violada o Secominuca abrazándolo tiernamente con su
delicadeza oriental, asaltando y rompiendo todas las barreras del aburrido
mundo occidental. Era el momento de desintegrarse en la nada y acostarse. Pero
él, por norma, se echaba otra y otra copa y se fumaba otro y otro cigarro,
escudado en el qué pasará después, que no sea otra cosa que visitar tambaleándose
el váter, que siempre lo esperaba con las fauces abiertas dispuesto a tragarse
toda su bilis.
(Modisto)
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