sábado, 1 de noviembre de 2014

TENGO GANAS DE ABURRIRME


 
 Las aventuras de Deperente XXXII


Cuando llegaban las diez de la noche de cada final de jornada, y los niños y el marido dormían, era cuando Martha Withsbourgh encendía un cigarro y lanzaba su humo al cielo pausado de Nueva York, y era cuando también lanzaba a las estrellas las sombras de su vida, resumidas en unas pocas palabras retenidas en un grito de dolor que eran un susurro en sus labios. Tengo ganas de aburrirme. Y a continuación, aún más bajo, se decía, y no sé cómo.

La respuesta le vino una tarde tórrida de singular belleza cuando lo vio venir otra vez completamente borracho y dispuesto a meterse en sus narices, y delante de los niños, una rayita.

Que me canso de todo lo que me pasa. Que me canso de ti. Que me canso hasta de los niños. Que estoy cansada de mi vida. Que tengo ganas de aburrirme. Y que no sé cómo conseguirlo si no es matándote de forma fulminante con este cuchillo porque no tengo otra cosa.

El hijo pequeño perdió el habla y no la recuperó jamás; el mayor, vive desde siempre en un mundo que no es este.

A Deperente lo avisaron dos horas más tarde, interrumpiéndole un vuelo de nenúfares hindúes que se colaban por la retina de un  niño que veía a su padre muerto en Gaza.

Se duchó con agua fría, y pensó que tenía ganas de aburrirse.


(Modisto)

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