Las aventuras de Deperente XXXI
Tenía frío aunque no era invierno. Vivir en la calle
tiene estas cosas. Y también, que cuando empieza a caer la tarde, las calles se
visten de desnudez, y solo se vive gracias a las luces de los negocios que aún
permanecerán encendidas un par de horas más.
Deperente llevaba varios días sin encender la bombilla
de su cerebro. Cada cierto tiempo, y durante días desvalidos, no aparecerá por
el Departamento de Policía del Amor, ni siquiera lo hará por su casa, se
refugiará en sí mismo y en la soledad húmeda de los días y de las noches de
Nueva York. Se prohibirá transportarse en un artilugio mecanizado, y le
sonreirá a las estrellas con su ejército de dientes y muelas mal colocados.
Dormirá donde le apetezca y se despertará cuando se despierte, muchas veces
preguntando o preguntándose dónde estará o qué hora sería, porque de las primeras
cosas que hacía cuando decidía sin decidir convertirse en un vagabundo, era
tirar el reloj al Hudson.
En una de estas, y sin quererlo queriendo, una de esas
madrugadas de rascacielos torpedeados por miles de agujeros de luces, en pleno
corazón de Central Park, a un Deperente joven pero en sus depresivos momentos
de ilusiones muertas, estamos en mayo de mil novecientos sesenta y ocho, se le
ocurre compartir su botella de whisky con un anciano barbudo de esos que han
vivido hasta atragantarse de vida.
-No. Yo solo bebo leche, jamás he probado el alcohol.
Pero podemos hablar si quieres.
Y el viejo Nopudosersiendo se inclina sobre su botella
blanca y le pega un buen buche. Y habla bastante solo. No necesita de mi ayuda,
ni creo que de la ayuda de nadie. Nopudosersiendo valoraba la vida en su justa
medida, que era una medida desmesurada, porque era lo único que tenía. Y jamás
creyó ni tuvo amo ni dueño. Y jamás esclavizó a nadie ni se adueñó de nada. Se
desplazó por los años sin hacer daño y sin permitir que nadie se lo hiciera.
-Yo hice la guerra de España con Durruti, y cuando a
él lo mataron, me volví a este museo de hormigón. Ya no había nada que hacer.
Todo estaba perdido.
(Modisto)
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