lunes, 23 de diciembre de 2019






SIEMPRE HAY UN TONTO QUE ESCUCHA LA RADIO

XXIII

Dicen que siempre hubo una princesa que huía de una madrastra y un bufón que hacía piruetas en un aire contaminado

Escondido entre nubes falsamente abandonadas

Por una huella sin tacto

De las que me enseñaron a beber y a fumar

Sereno en mi desconfianza y

Con el cuerpo imprudente por los pasillos del sueño

¡A estas alturas de partido quién sería capaz de doblegar mis manos y que yo acabara arrodillado!

Francamente solo tal vez

Adentrándome en la niebla visitando dulces murciélagos que inventan alegrías

Sin más proyecto que los proyectos de los besos o de los adioses orgásmicos

Sin futuro más que de ausencias

En los amaneceres que no son más

Que náufragos que desconocen su sombra y

Ahuyentan a sus propios cuerpos

Los suyos y los de todos con

El dolor de columpiarse con la ingenua idea de balancear su alma ingenua

Y no en la noche boca contra boca sin madrugada

Que triste y eternamente vagabundeará por la tristeza

De seguir siendo el mismo

En el camino que se alegra de todo

Y de nada

Como el papel que se deja llevar cuando se convierte en navaja que puede cortar como una madrugada de muerte

Y desprender heridas muy lejos de escucharse y escuchar al otro

Siempre callado

Porque el tiempo ofende pero no deja sangre en su desaforado ataque

Que no conduce a ningún cementerio donde todos los cuerpos faltan

En una alegría de alguna sola vez

Donde París era la ciudad más triste mientras el mundo seguía arrastrando aquello que iba dejando el último vals que bailamos

Eternamente al filo de una gota de sangre en la hondonada de un trapecio que aterrizó secretamente en el vértigo de una vena punzada en un  baile al final sin música

Cualquier hombre tumbado en un bando cuando todos los demás hombres sueñan con la gran ciudad

Y la princesa se rodea de sus aposentos en su palacio de cristal como

La bestia que se ha alimentado de sí mismo

Sin rugidos ni roncos gritos

Solo como la última de las actuaciones que a todos deja indiferentes con un vaso de leche al borde la cama

Y en el extremo

Del desembarco en una tierra firme que estrangula mis oídos

Que son tus palabras en el trapecio de la hondonada

Donde suena a cada instante mi cuaderno como cayendo sobre el suelo que hayas pisado

Donde también en cualquiera de mis ojos entornados se abre un cuerpo que deja las piernas abiertas

Para dejarse caer en cualquier acera esas piernas yagadas y esas manos que piden ayuda

Que acabarán en cualquier vómito de cualquier desagraciado que tiene el mismo rostro del que podemos tener cualquiera de nosotros cuando al mirarnos

Estamos satisfechos de ir perfectamente esculpidos con elegante traje y ridículos para asistir a la misa de ordinario o a la especial función de la boda en la que se prometen fidelidad eterna poco antes de abandonarse a la naturaleza de la vida

En algo que no es más que el caos habitual desde donde todos venimos a acercarnos al misterio

Alguien anónimo cruza inocentemente una calle que cualquiera que estuviera allí puede ver sin dificultad pero no al viejo que cruza y corre y cae y se estrella contra el asfalto y el asfalto no es de goma ni es una mentira sino que es una gran dura verdad que lo recoge hasta hacerle sangrar por la nariz por la boca por la cabeza y lo hace morir aunque la ambulancia llegue y él estuviera rodeado de auténticos desconocidos

Siempre parece pronto pero siempre es allí puntualmente cuando llega aquel que y donde

Siempre hay un tonto que escucha la radio

(Modisto)

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