sábado, 30 de agosto de 2014

EL ÚLTIMO CASO NO ES EL ÚLTIMO ASESINATO


 
Las aventuras de Deperente XXVII



-Aún desconozco la trama de este asunto y ya sé quién ha sido el asesino.
-¿Por qué dices eso?
-Los años.

El último caso de Deperente coincidió con una luna llena y con un hombre lobo que vagó por la ciudad devorando bellas jóvenes vírgenes. Las seducía, las llevaba a cualquier descampado en su auto y allí las mataba a puñetazos, arañazos y mordiscos por espalda, rostro, brazos, piernas y sexo.

El año de dos mil cinco no fue un año especial en la vida de los hombres ni marcó un antes ni un después en nada. Y sin embargo, todos los que lo sobrevivieron respiraron ese extraño olor a almendras amargas que dejan los años sin huella y sin memoria. Deperente lo recordaría cinco años más tarde como el año de su retirada y como el año del hombre lobo.

Clarence Thompson era un modesto propietario de una vida gris hecha a sí mismo al estilo del sueño americano despierto cuando aún casi no había empezado ni a soñarlo. Llevaba desde los quince años vendiendo cosas tan variadas como filtros de cafetera o equipos de cisterna; y pasados los cincuenta, se dio cuenta que, aunque su padre decidió que su vida fuera una ruta segura de carretera secundaria apenas transitada, todo debía cambiar y debía cambiar para hacer el mal, pues ya bastantes años había hecho el bien. Lo más excitante que había hecho hasta entonces era coleccionar mariposas de vivos colores y firmar el divorcio solicitado por su mujer, que alegaba que Clarence era un adicto al aburrimiento.

La primera víctima apareció una mañana de julio de aquel año. La víctima era una inmigrante neozelandesa que aspiraba a ser actriz en Broadway. Las siguientes, un tanto de lo mismo. Y Deperente las conoció a todas, una por una, cuando ya estaban muertas. Era ridículo ponerles una biografía aquellas salientes de la adolescencia. Pero a él le entretenía. Lo hacía por morbo. Y porque tendía un hilo invisible que lo llevaría hasta el asesino.

Las pruebas recopiladas eran suficientes pero no lo suficientemente claras, por eso, decidió probar, no con la sustancia, sino con las siluetas de las pruebas. Trozos de pelo de alguien que jamás había hecho nada malo, la luna llena, huellas indescifrables, espermas anónimos y tornillos, siempre aparecían tornillos por los alrededores de los cuerpos. Tocó, acarició y miró largamente cada uno de los elementos, trazó líneas sobre un mapa en los lugares de las muertes y calculó dónde estaba y hacia dónde se dirigía todo. Uno de los tornillos era raro. No respondía a ninguna de las características de los tornillos actuales. Era un torx de cinco puntas hacia abajo, que según los expertos del laboratorio, solo se podían adquirir en ferreterías especializadas, de esas que llevan años y años en la misma esquina sobreviviendo al tiempo y a la miseria de las grandes superficies.

En la quinta ferretería que visitó, siguiendo la lista de ferreterías que se ajustaban al perfil buscado de ferreterías de toda la vida, Deperente fue atendido por un hombre de más de cincuenta años, con pelo por todos lados menos en su cabeza y sin ningún atractivo. Se miraron fijamente a los ojos solo un instante, el dependiente no pudo soportar la mirada del Teniente del Departamento de Policía del Amor, que se había criado en el barrio de Harlem en los años cuarenta siempre rodeado de negros y de jazz.


(Modisto)

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