Las aventuras de Deperente XXVI
Hablaba por hablar y hacía
las cosas por hacer, pero no paraba ni de hablar ni de hacer y eso irritaba a
los demás y le irritaba a ella misma que se subía por las paredes cuando sus
palabras o sus gestos volaban más allá de los permisible, y se daba cuenta de
que no decía ni hacía lo debido. Pero eso era todo. Deperente la llevó hasta
una esquina del salón y se sumergieron en un sueño plateado de nubes y colores,
y ambos llegaron hasta la última palabra.
La tarde estaba calma y
limpia de silencios. Niños que correteaban. Madres preocupadas. La noria de la
vida.
Cuando los dos
despertaron, ya era la madrugada, y una metralla de dudas corría como labios
desesperados.
Deperente la vio vestirse
tras el último contacto y la última ducha conjunta.
-Ahora tienes que
acompañarme.
-¿Adónde? ¿Al destino o a
lo pactado por la vida con los demás?
-A aquello que no somos ni
tú ni yo.
Y el sol comenzaba a
levantarse con pereza en aquella mañana de purezas rotas.
(Modisto)
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