Las aventuras de Deperente XXXV
Nunca se prometió que
aquel ni ningún otro sería el último cigarro, porque sabía que no lo iba a
cumplir. Pero en esa ocasión estuvo a punto de cumplirlo, cuando al aplastar la
colilla, silbó una bala por su oreja izquierda. Deperente se lanzó al suelo y
se adelantó a los dieciocho meses que combatirá en Vietnam, y rodó hasta
encontrar un lugar seguro. Se sintió vigilado, pero también se sintió cómodo
entre la incomodidad del momento, por lo que su cabeza le dictó que aquello era
una vigilancia de hombres ciegos.
Deperente no consideró que
era el momento de estar tirado por los suelos, y se acordó de How high the moon
interpretado por el fino violín de Stephan Grappelli, y sintió un deseo inhumano
de estar en la luna, pasear vagamente por su superficie y asomarse a su lado
oculto, para desde allí gritar, desde el silencio de los cobardes, que estaba
asustado.
Sonaron más disparos, pero
ya lejos, y entonces supo que no iban dirigidos hacia él. Y poco tiempo tardó
en saber que alguien muy importante había muerto. Él estaba aquel día en
Dallas, Texas. Recién llegado de una de sus fugas de vagabundo que duró una
semana, lo habían llamado oscura y anónimamente para
cubrir a una tal Jacqueline, enamorada de un hombre que no le correspondía a
ella, pero sí a otras. Debía esperar en aquella esquina hasta que pasara un
coche descapotable que lo hizo atropelladamente.
El primer periódico en
siete días lo leyó esa noche.
(Modisto)
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