Las aventuras de Deperente XXXVI
Desde pequeño escuchó
voces que le prometían el futuro, pero se murió sin conocerlo. Cuando según las
estadísticas, aún es pronto para traspasar el paréntesis de la vida e ingresar
en la permanente cosmogonía de la muerte, Agripa murió de amor. A Deperente no
le quedó otra cosa que hacer que certificar el suicidio cuando los operarios
recogieron el cuerpo frío del río Hudson del profesor de latín de la Universidad de Columbia
que había escrito durante veintitrés años, seis meses y catorce días,
diariamente, ardientes y nocturnas cartas de amor que nunca obtuvieron
respuesta, a su compañera de cátedra, Fedora, mujer infame que jamás le dedicó
ni una sonrisa ni una palabra amable. Todo esto se supo después, cuando
Deperente, no contento con el informe que avalaba el suicido, siguió
investigando este caso de colores rosa y negro de luto, y una noche decidió
entrevistarse con Fedora, y entre llantos descontrolados, le confesó que
siempre estuvo profundamente enamorada de Agripa, pero que nunca vio el momento
oportuno de decírselo.
(Modisto)
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