Las aventuras de Deperente LI
Dos semanas después,
Deperente, junto a un buen puñado de policías, se apostaba frente a la casa de
aquel traficante que jamás había pisado la cárcel, y el tiempo confirmaría esta
tradición de espinas clavadas, pues volvería a salir libre de cargos por falta
de pruebas.
Ainhoa no sonrió cuando
compraba la droga ni cuando se la pinchaba, porque no sabía que lo que se
inyectaba era adulterado, en realidad deseaba que alguna vez lo fuera, y nunca
es tarde para cumplir los deseos.
La marea le inundó los
ojos de infancia, y se vio rodeada de amigos, plena de felicidad en un íntimo
rincón de Harlem. Y un niño le daba la mano como se la habían dado otros muchos,
pero esa mano era la mano de su prolongación, por eso, ese brazo quiso
conservarlo intacto, inmaculado. Nunca se inyectó nada en él, y por eso, el
nombre de Deperente era el nombre que cubría su brazo, y por eso, su corazón,
que era una jaula siempre abierta al océano de los deseos nunca cumplidos,
dibujaba su nombre desde ese momento, desde ese momento hasta que se inyectó
aquella negritud de muerte que le llevó a volver a no ser nada.
Deperente miró el cuerpo,
la reconoció, y las lágrimas…
(Modisto)
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