Las aventuras de Deperente LIII
Cassius Clay boxeaba
aquella noche de luces de esmeralda fuera de la presión del tiempo y lejos de
la cárcel del espacio. Se reuniría de nuevo con la gloria en el santuario del
Madison Square Garden, el lugar donde más nítidamente se perfilaba la brillante
armonía de los dioses.
Con un Zippo de llama
alta, Miroslav Pantic encendió su puro habano y le sonrió al todo el público
que desde arriba concentraba la vista en el punto del cuadrilátero. Ser asesor
de una embajada tenía sus ventajas y él las sabía aprovechar al máximo. Desde
su silla casi le salpicaría el sudor de los cuerpos excitados por la violencia
de los púgiles, y podría oír el rugido de sus golpes. Un asiento en la fila dos
no lo consigue cualquiera.
Mucho más arriba, en las
gradas, Deperente encendió un cigarro y bebió un trago de su petaca. Hablar era
imposible en la serpiente de aquel griterío. Por eso, y porque había ido solo,
se dedicó a mirar aquellos rostros de acordes desacordados unidos por la sed de
sangre de nuestros antepasado primates. Deperente iba al boxeo a disfrutar del
baile de piernas, a saborear cada giro de cintura esquivando puñetazos
armónicamente unido a un cuello que se recoge y se estira, retrocede y se
acompasa en el uno dos de una combinación de golpes musicales. A Deperente le
dio por calcular cuántos espectadores estarían allí por las mismas razones que
él, y rápidamente llegó a la conclusión que serían muy pocos.
La figura de Alí es la de
un coloso que sacude el viento con solo su mirada, y cuando saluda, no es Nueva
York la que grita y se pone en pie, parece que fuera el mundo congelado en ese
estruendo. Nadie sabrá nunca por qué Pantic giró su cabeza en ese instante de
gloria y fijó sus diminutos ojos de profunda mina en un hombre con sombrero
sentado en la grada que a su vez lo miraba. Y Deperente pensó que ese rostro
crispado con armazón de hierro y pinchos, jamás sería capaz de amar a nadie.
Ambos se eran desconocidos,
y no se conocerán hasta muchos años después. Óscar Bonavena aguantó casi todo
el vendaval de golpes que le llegó de aquel gigante neoyorquino, mientras en
Yugoslavia se vivía una paz metida entre los dientes.
(Modisto)
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