sábado, 18 de julio de 2015

DE NO SE SABE POR QUÉ HA OCURRIDO


Las aventuras de Deperente LVI


El primer encuentro de dos almas solitarias que lo seguirán siendo después de conocerse, besarse, amarse, convivirse y despedirse, debe ser algo así como fue, una tarde arrastrada de verdes esperanzas en un pasto urbano de incomunicación en blanco y negro.

Secominuca había pasado una infancia fácilmente mejorable, y el reloj de su futuro carecía de manillas que se filtraran por la selva de los números. El autobús, como siempre llegaba con retraso, y por la cuesta, como cada jueves, iba subiendo aquel tipo maduro que tanto le atraía. Ella no sabía por qué, pero Deperente andaba por ese camino de no llevarle a ninguna parte como tampoco llevaba el autobús de las tardes a Secominuca a parte alguna que no fuera previsible, con el cerebro invadido de peones, caballos, torres…, con la arquitectura siniestra de todo un ejército queriendo matar y matar hasta llegar a un Rey que, en un descuido, muriera desprevenido, con la corte despistada o aniquilada.

Alguien de pronto, en la cola del autobús, gritó, y a continuación se oyó un tronar de disparos que adornaron el cielo de la violenta ciudad, de ramas de un árbol con hojas de espinas. Fue el instante en que Deperente cruzó la calle sin prisas, como todo lo que él hacía, sobretodo, y en este caso porque ya vio al hombre gordo tirado en el suelo sangrando por la boca y por su gigante vientre, y a ella, la que había gritado, paralizada con la pistola aún apuntándolo por si se movía, pero estaba claro que no lo iba a hacer.

Que alguien llame a la policía, fueron las palabras de Deperente en aquel escenario de no se sabe por qué ha ocurrido. El autobús llegaba en ese momento pero no se detuvo, el conductor declaró al día siguiente que se había asustado tanto, que solo pudo acelerar. De hecho, allí solo estaban el Teniente con la pistola del homicidio, la mujer llorando, ahora reclinada sobre el cuerpo del que había dejado de respirar, y una joven con aire asiático que abría los ojos admirando el proceder de Deperente, su frialdad y la forma como transmitía serenidad en aquella situación de música dodecafónica.

Entonces se cruzaron sus miradas cuando empezaron a oírse las primeras sirenas, con ojos cansados de cuadro de Edward Hopper, de no saber qué han hecho hasta entonces, de saberse que se habían desperdiciado en un tiempo de túnel.

Deperente volvió a repetir ahora lo que entonces había pensado, que él ya tenía una edad de que si ya se va no vuelve, y en ella, que a su vez sintió que la manecillas de su reloj de futuro empezaron a moverse en la selva de los números.

Y lo mismo que en aquella tarde, y en todas las mañanas, tardes y noches que vivieron juntos, y hasta cuando sus caminos se separaron por culpa del viento húmedo que venía del río Hudson, ahora sentado con su cuerpo pesado de años en un sillón de una modesta casa del barrio de Harlem, seguían torturándole a Deperente las palabras de su única felicidad en la vida, cada vez se me hace más difícil sin ti, y más fácil quererte.


(Modisto)


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