Las aventuras de Deperente LIV
La muchacha se llamaba Maureen O’ Sullivan pero no
era actriz y jamás estuvo en África, ni subida a los árboles ni tumbada sobre
la hierba. Desde pequeña fue admirada por su belleza y por sus maneras tan
delicadas. Más de uno en su fuero interno pronosticaba inconscientemente que
alguien, cualquier día de lluvia o de sol, cualquier minuto de locura la
mataría porque era tan bella como los poemas de los poetas enamorados. Y eso
seguro que alguien no lo podría resistir.
Maureen se hizo muchacha con ese negro presagio
adornando sus cabellos como un golpeteo constante de baquetas sobre la batería.
Pero ella siempre fue ignorante de aquella extraña mezcla de lágrimas caídas
sobre su bello rostro, y el hecho más cierto de su corta existencia es que ella
solo quería ser feliz. Y para ser plenamente feliz abrazó la fe de Cristo. Se
hizo una más de sus esposas o novias. Deperente, repasando cronológicamente sus
notas, se confundía y se veía como un pato en un estanque seco.
Maureen, desde el día que decidió seguir los pasos
de las Hermanas de la compasión divina, y hasta el día de su trágica muerte
vivió almidonada en músicas celestiales y en acordados sabores de naranjas
exprimidas. Por eso, cuando esa noche aciaga vio a su tío en su
habitación, rezó el avemaría una y otra vez hasta ser despellejada y violada.
Solo le quedaba rezar y comprobarse penetrada por un demonio que bebía leche y
al que le gustaba andar por la casa a oscuras. De esas cosas presumía.
(Modisto)
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