martes, 4 de septiembre de 2018


II.        Disparar por disparar

-Es una pena que nos demos cuenta de los errores al cabo de tanto tiempo y cuando ya hemos cumplido tantos años y cuando ya no recuperaremos el tiempo que hemos dejado pasar separados. Tú, yo, nuestras familias…

-Y que lo tengamos que hablar cuando ya no hay remedio, y en este lugar.

-De todas formas todo está bien. Podemos de alguna forma enderezar el clavo torcido, si no del todo, sí en parte. Mi tío nos lo agradecerá.

-Él ya no puede agradecer nada…

-No seas cenizo. Tampoco puede desagradecer nada ni oponerse a nada. Hagamos lo que él haría si aún estuviera vivo.

-¿Y qué haría?

-Abrazarse a los tuyos después de abrazarse a ti.

-¿Y por qué no lo hizo cuando aún pudo haberlo hecho?

-Por la misma razón por la que ninguno lo hicimos. No hay ninguna razón. Por la misma razón por la que tu madre y la mía están ahora hablando entre ellas y han echado unas lagrimitas. Por la misma razón por la que nosotros estamos hablando ahora y no durante los últimos quince años.

-¡Maldita bruja! ¡Cómo lo manipuló todo!

-Sí. ¿Te enteraste que también se murió?

-Claro. Estuve con mi madre y mi mujer en su entierro. Fue hace cinco años.

-Incluso después de muerta ha aguantado su odio, envenenándonos màs y màs tiempo. Es increíble el poder de esa mujer.

-Recuerda que decían que lo de bruja no era una manera de hablar…

-Venga, hombre, no empieces otra vez a recordar aquello de que juntaba y separaba parejas, daba y quitaba fortunas…

-Yo solo te recuerdo lo evidente: nuestras familias se separaron y han estado años sin hablarse porque ella lo manipuló todo. Y nuestras familias no eran nuestras familias. Las dos eran una sola familia.

-Y ha tenido que morir tu tío para que de alguna forma vuelva la normalidad. Bueno, vamos a tomarnos un café. La noche va a ser larga.



El atardecer de los cementerios tienen todos una atmósfera especial y un color de sangre que se deja notar cuando ya la luz del sol es una serie de puntos juguetones filtrándose por los huecos de la espesura de los cipreses. Los dos hombres, de distintas generaciones, de distintos cunas, con distintas visiones de la vida, pero hermanados en otra época porque sus familias compartieron un mismo patio donde se celebraban los cumpleaños, las comuniones…, caminaban despacio hacia la cafetería. Tenían mucho de qué hablar y sobre todo tenían muchos recuerdos que compartir y muchas historias que dar a conocer al otro y que ese otro desconocería, después de años sin dirigirse las palabras de educación en un  saludo a la entrada de la casa de vecinos que compartían. El más joven hacía años que no vivía allí después de casarse, pero Manolo sí, con su esposa de siempre que ahora le sonreía feliz, pese al duelo, porque había reencontrado la amistad de su vecina de toda la vida.

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