sábado, 5 de octubre de 2013

JUSTICIA



Las aventuras de Deperente III

Aquella mañana, había un ritmo anormalmente frenético de trabajo en el Departamento de Policía del Amor. Todos se aplicaban a su tarea, salvo el Teniente Deperente, que fijaba su vista y la perdía en las pompas inquietas que circulaban por la pantalla del ordenador. Nadie le dijo nada y nadie reparó en su estatismo, quizás porque Deperente era un policía más bien estático. Y todos lo sabían. Y Deperente era en esos momentos un vacío, un apenas nada. En el instante en que fue cogida esta imagen y traspasada al papel, Deperente pensaba en la guerra de Yugoslavia, que ahora es la antigua Yugoslavia, pero que entonces aún era Yugoslavia. Y pensaba en la sangre derramada de los niños y en el sufrimiento de todos, en cómo se disparaban los unos a los otros, sin más sentido que el de dispararse. La guerra trae muertos y los muertos ya no son vivos. Y los vivos aún no son muertos, pero en cualquier momento lo serán. Son cosas de la vida.

La hoja de papel que, arrugada, escondía su puño, contenía la dirección de un asesino de los de verdad, que se escondía en un apartamento de Nueva York que él debía visitar aquella mañana de ritmo frenético para la mayoría.


De pronto, y esto sí que lo notaron sus compañeros, se levantó de golpe de la silla, respiró profundamente un par de veces, se puso la chaqueta y comenzó a andar con pasos lentos pero firmes, primero hacia la salida, y luego hasta su coche, que en realidad no era suyo, sino del Departamento. Su rostro dibujó una sonrisa. El hecho de ser quien iba a esposar a un asesino de verdad, le arrastró a una memoria de verdes colinas y pastos inmaculados. Iba a hacer justicia.


(Modisto)

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