domingo, 4 de enero de 2015

INSOMNIO DE BONITOS SUEÑOS


Las aventuras de Deperente XXXVII


Deperente nunca durmió ni mucho ni bien. Si lo hubieran enterrado, en su epitafio podría decir: “Si dormir es un placer, yo jamás saboreé un caramelo”. Cuatro horas, cinco a lo sumo, era la medida perfecta. Las tripas se le salían por la boca si algún día se acostaba como un ciudadano normal y dormía ocho horas. Pero sus sueños eran profundos y bellos. Un campo de naranjos adornaba sus paseos por la noche. Alguna emboscada por la selva del Vietnam. El reposado colorido de un atardecer adormilado en el cuerpo generoso del puente de Brooklyn. Bill Evans al piano. Un beso de Secominuca.



(Modisto)

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