Las aventuras de Deperente XLVIII
Pocos meses después de su
última ejecución, la prensa confirmó lo que ya se venía hablando desde hacía
tiempo: se suspende la pena de muerte en el Estado de Nueva York.
Entonces… ¿Para qué?
Y Roswald vivió torturado
por las pesadillas y por el peso de la conciencia abriéndole de parte a parte
el esternón.
La mirada de Helen y la
mirada de Roswald se cruzaron suspendidas en el aire en el último segundo en
que aún le perduraba a ella la vida. Y esa puñalada recorría por los vericuetos
de su cerebro tanto despierto como dormido.
Se habían conocido en una
pizzería de Little Italy, y habían hecho el amor desde entonces, tanto
convulsa, como delicadamente. Sin saberse y sabiéndose. Con delicados trazos de
tortura. Con un hasta aquí y con un sigamos y sigamos.
Hasta que Helen fue
condenada a muerte, y él tuvo que cumplir con su obligación de verdugo en una
sociedad de tranquilas madreselvas e inquietantes nocturnidades.
Deperente recogió aquella
mañana oblicua el manojo de carne en que se había convertido Roswald, donde
todo era llanto de río prisionero de las obligaciones de un ciudadano ejemplar mas
de no sé ni por qué lo hice.
(Modisto)
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