Las aventuras de Deperente XX
“El amor de mi vida no tiene corazón porque yo se lo he robado”.
Deperente e Imprevisto se citaron por primera vez muy lejos de todo. Allí donde
el lugar de los encuentros no es un encontronazo. Era una tarde de tiritones,
de esas que dejan huella.
Esas fueron también las primeras que oyó Deperente
desprendidas de los labios carnosos de Improviso nada más verse. Y se preguntó
por su destino y por qué aquel hombre calado en una gabardina y tan espigado
como un rascacielos, era capaz de decirle todo aquello y de un tirón, sin
apenas aliento y sin apenas un apenas.
La tarde caía como una enigmática amenaza,
Imprevisto levantó su café y Deperente su vaso de whisky.
-Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido…
Deperente tuvo que retirar su mirada, de la mirada fija y penetrante de Imprevisto. El
cielo volvió a volcarse más negro, el pan comenzaba a amasarse en las
panaderías, y después de un suspiro inquieto, solo se escuchó de nuevo la
tímida voz de Imprevisto.
-Yo solo sé que te quiero. El resto es fango y
miseria.
Deperente desconocía la ópera, y con una excusa no
creíble, lanzó unos dólares sobre la mesa. Imprevisto lo vio marchar y se
sintió relajado. Se había desprendido de una pesada carga y había prendido una
mecha que ahí quedaba.
Imprevisto dejaba que las calles se le colaran por
sus rodillas. Y así era feliz. Filtrándose por las noches. Y era feliz porque
los cruces y esquinas rodadas no eran piedras.
(Modisto)
No hay comentarios:
Publicar un comentario