Las aventuras de
Deperente XVII
Cuando era niño, jugaba con
barcos a cruzar mares aún no descubiertos, y subía por las calles de Harlem
escuchando la música que salía de las ventanas y de los balcones, alguien que
te avisa desde su contrabajo o que reclama tu atención desde un saxo herido. Se
llamaba Elsa o acaso tenía otro cualquier nombre, dos trenzas rubias y una
sonrisa de cristales y adormideras. Pero no era su silencio lo que más le
gustaba de ella ni tampoco ese aire de santa beatificación que la perseguía y
que podía vérsele sin apenas esfuerzo. Era el agua que derramaba por sus poros
y que formaba ríos por los que navegar sus barcos.
Ahora sería una mujer vieja y
arrugada. O ya estaría muerta. Pero para Deperente, siempre sería la niña
mimada del número veintitrés de su calle, la que nunca se juntaba con su pandilla, y que
paseaba a su perro todas las tardes a las cinco.
(Modisto)
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