Las aventuras de Deperente XIX
Hacía un frío de humedad congelante. Deperente
regresaba a pie, perdiendo el paso y el rumbo, hacia su casa. Había resuelto un
caso de lo sé, sí, aunque no lo sé, pero te quiero a mi manera, y ya era
medianoche cuando la noche se estrelló de música. Sonny Rollins tocaba su saxo
en la cima del paraíso del puente de Williamsburg al mundo entero a la parte
del mundo que quisiera verlo siempre por las rendijas de una noche de caramelo.
Deperente miraba desde la otra acera al músico que arqueaba su cuerpo al compás
de lo que le viniera. Ahí se desdibujó todo lo demás, el joven que pedía
clemencia por un delito cometido, confesado y probado. Lo demás, era Sonny
Rollins tocando, gente despistada que pasa por allí y un puente que es un cuerpo
lleno de abrazos.
(Modisto)
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