Las aventuras de Deperente XL
A los pocos días de
cumplir los setenta y cinco años, y cuando ya creía que todas las puertas se le
habían cerrado, a Ernest Zondervan se le abrió una, grande y hermosa, una
puerta de un cristal noble y delicado que respondía al nombre de Roselyn, una
de tantas jóvenes aspirante a actriz que se paseaba por Broadway acudiendo a
todos los castings con la certeza de que no la iban a coger en ninguno, y que
trabajaba de camarera en la Sexta
avenida, entre Rockefeller Center y Christie’s.
Ernest era viudo y pasaba
algunas tardes viendo discos de vinilo en Other music entre Lafayette y
Broadway. Casi nunca compraba nada, pero ver pasar por entre sus dedos y ante
sus ojos aquellas carátulas, le hacía creer por unas horas que Miles Davis,
Deep Purple o The Supremes estaban junto a él rellenando los desalentados
minutos de un jubilado de la construcción que nunca destacó en nada y que ahora
vivía con la soledad, que lo abrazaba día a día, y no una linda muchacha como
Roselyn.
-¿Le puedo ayudar? Le
gusta el pop.
En realidad, casi siempre
desconocía en qué sección de la tienda estaba, y lo mismo daban los Rolling
Stones que la Orquesta Filarmónica
de Viena.
-No. No en especial.
Sus ojos claros fueron los
que jamás olvidaría Ernest de aquel encuentro inesperado. Sintió que sus
arterias volvían a abrirse un segundo como cuando era joven, y sus manos
empezaron a temblarle.
-Hay un nuevo grupo
inglés, The Police, que me encanta. Acabo de comprar su último disco. –Tres
jovencitos de pelo largo miraban con mara cara a Ernest sobre un fondo oscuro-.
Bueno, hasta otra.
Y desapareció como desaparecen
los sueños de un niño. Y a Ernest solo le quedó escuchar miles de veces Message
in a bottle, y acudir a Deperente para que la buscara, y por eso supo todo lo
que sabía de ella, y que en mil novecientos ochenta y dos se había suicidado
con veintisiete años, arrojándose desde el piso cuarenta y dos de una de las
Torres Gemelas sin haber subido jamás a un escenario de Broadway.
(Modisto)
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