sábado, 31 de enero de 2015

SE DENUNCIA LO INVISIBLE


Las aventuras de Deperente XLI


La historia era tan confusa como estúpidamente real, y si no fuera porque había un muerto en su desarrollo, a Deperente se le hubiera aflojado la risa y se hubiera abrazado con lágrimas de alegría al asesino, James Howard, a los que mis amigos hispanos de juventud hubieran llamado un cornudo consentido.

James había alcanzado la plenitud de su carrera como agente de bolsa, y sobrepasó en su cuenta corriente la mítica cantidad del millón de dólares antes de llegar a los treinta y cinco. Pero a su esposa la tenía aburrida de tanto lujo y de tanto regalo que disfrutaba en soledad. James se dio cuenta de esto antes de partir a un viaje de negocios a París. Viajar solo a París te hace reflexionar sobre paraísos artificiales y eclosiones subterráneas, y decidió aplicar a la herida un apósito que evitara una inmediata hemorragia.

Contrató a Julián Grill en la Estación Central. Julián era un reputado profesional en la delicada labor de acaramelar la vida de mujeres bien acomodadas y bien abandonadas por sus maridos con los que compartían un techo y una desgana de vivir en común.

Julián Grill colocó el mando de operaciones en Pink Elephant, y en una música del gusto de la presa, así sonó Killie Minogue durante buena parte de su primera cita seria, que venía precedida de algunos cafés algunas tardes, después de haberse hecho Julián el encontradizo en la cola del cine Angelika, adonde Elisabeth acudía al menos un par de veces al mes. En fin, el resto no le interesaba a Deperente porque era lo mismo de siempre, hasta que la historia llegó al momento en que el marido consentido y despechado comenzó a sentir celos e intentó denunciar a Julián por acoso a su esposa.

Como naturalmente nadie le hizo caso ni entre policías ni entre abogados, James decidió tomarse la justicia por su cuenta, y ciego de ira y de pasión, descargó el cargador de su Browning, regalo de su padre cuando era un adolescente y entró en la Universidad, contra el pecho indefenso de Julián, al que repetía tras cada disparo, serás mío o de nadie. Los celos no conocen de sexo ni de obligaciones matrimoniales.

Deperente se hundió en una nube de coleópteros ingrávidos que se alojaban eventualmente en la peluca de Isaac Newton para evitar que la risa lo poseyera y todos se sintieran avergonzados por su actitud. Ante todo, discreción.

Y mientras, Elisabeth, se compraba un collar de perlas en Tiffany.



(Modisto) 

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