sábado, 5 de octubre de 2019


SIEMPRE HAY UN TONTO QUE ESCUCHA LA RADIO

XXII



Cuando el elefante pueda hablar será porque en el ambiente gris de las azucenas pálidas, se escuchará antes, el despertar somnoliento de algún malnacido que revienta las tardes y las noches de los soñadores con su golpeteo constante de elefante incapaz de articular palabra porque aún no ha amanecido y las calles están aún despobladas de desconocidos a pesar de que la luna permanece en pie sin firmeza con su luz ya escondida en el rincón de un firmamento que solo cabe en una diminuta caja de madera sin adornos y sin ser sorpresa de regalo sino que solo se queda encarcelada entre las paredes de la prisión que ella misma se construyó cuando de tan joven acabó siendo el pelele de una calle siempre ambicionada de carne, y es por eso, que la nariz del elefante se siente seca y los mocos apenas lo dejan respirar y por eso tartamudea y se siente, así, sin  aire con el que expulsar esa maldad de angustia, pero, ¿tú de dónde vienes si las historias han venido tantas veces como veces y números tiene el firmamento y las pocas notas musicales que se combinan en un infinito de?, ¿tú sabes que puedes componer una estúpida y ñoña canción con las mismas herramientas que Mozart o Beethoven a la salida de sus clases componían el adelante y el atrás de alguna sinfonía o de alguna de sus tantas más complejas óperas?, por eso tal vez de Mozart brotaba un caudal y Beethoven se quedó tan secó con una sola, pero no, aún no ha llegado el ritmo monótono de la lluvia que plácidamente iba golpeando el tejado de alguna ópera o sinfonía con su repetitiva armonía, clon, clon, clon, hasta que te quedabas dormido y esperabas de alguna forma que el elefante te despertara con su susurro de voz perdida, pero, ¿y si no?, y si no, la disciplina del sueño, aunque siempre fuera la indisciplina del me despierto la que moviera sábanas, envuelto en un cuerpo, ¿tú nunca puedes saber por qué tu cuerpo ha llegado a ser lo deformado que es y el porqué de sus cicatrices y dolores?, no, claro, ese misterio se lo queda guardado el viejo que cae adormilado en un banco bajo el solecillo del otoño o en el tranvía, que verdaderamente se adueña de las calles una vez que ha perdido los frenos de su estabilidad y se precipita por la esquina en el sentido de no saber y por qué no hacia abajo, y miras, y no hay conductor y aquello sigue hacia las profundidades, y te das la vuelta para mirar los gritos de quienes asustados creen que van a seguir viviendo y que lo harán como hasta ahora, felices en la magnanimidad de su sofá sabiéndose protegidos de que no harán el amor entre semana, y golpearán su felicidad contra las montañas de arenas que apenas pueden levantarse en pie, pues son tan desgraciados con ellos que no hacen más que golpear a quien si pudiera, también lo haría, pero como la música sigue sonando en la fiesta, y las parejas siguen su ritmo, el final es un final de principio, y el elefante, como no puede hablar, ni sentarse en una silla, acabará sin poder desayunar aunque el día que le espera sea duro, con  fuegos que se vuelven escenas de ruidos y trompetas cuando ya, en la caída de la tarde, el calor sigue cayendo, porque ese calor nunca mira el calendario, y los días son un  rosario de mentiras que se van sucediendo como se le suceden los hijos a quien sin dejar de quererlos, no siente ningún apego por echarse en la mar y combatir el mal tiempo, con sus redes rotas y el viento helado que dejando cada uno de nuestros recuerdos, ya sea en forma de abrazo, o beso, o vamos caminando hacia ningún destino, sino que solo sabemos que el elefante al final, aunque siga sin hablar, acabaría encarcelado y muerto y bajo la tierra o transformado en ceniza en cualquier abandonado rincón de ningún lugar que se conozca.



(Modisto)


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