lunes, 17 de junio de 2019


CORO DE REPETICIONES CON MADRE AL FONDO

Mateo hijo tenía tantos años como años llevaba muerta su madre, que lo engendró al tiempo que ella desaparecía sin dejar otro ruido que el ruido del llanto de su recién nacido que le lloraba a la vida, y al que sus tíos que lo acogieron, pues su padre se suicidó quedándose el pequeño Mateo hijo, de alguna forma también suspendido de una gruesa cuerda atada con un nudo marinero a un árbol que sostenía a su padre con sigilo en aquel valle tan desolado que encontraron su cuerpo muchos días después de que los buitres picotearan y devoraran la cuenca de sus ojos, las orejas, el pecho y toda su cara hasta desfigurarlo de tal manera que nadie fue capaz de reconocerlo, si no fuera porque la Guardia Civil llevara tantos días como los días que de desaparecido llevaba y que la familia había denunciado su desaparición en el cuartelillo, y entonces unieron una cosa con otra, porque Mario padre nunca llegaba más allá de las ocho de la tarde a casa fuera invierno o verano, ni lo hacía sin una copa de más porque después de almorzar, y sin más faena en el campo, se iba al bar de la plaza a jugar al dominó y a beber hasta que calculaba que ya había perdido bastantes duros y que había bebido lo suficiente para volver a casa sin necesidad de que nadie le ayudara o acompañara, según como se viera, y ya en casa se despedía de todos poco después de haber cenado tan poco como lo hacen quienes saben de lo peligroso de cenar mucho, y ya se acostaba hasta el amanecer siguiente sin saber ni de sus cuatro hijos ni de su esposa, y a Mateo hijo todo aquello le removía las entrañas y la conciencia, y maduró y se hizo mayor pensando en todo ello y se sintió toda su vida responsable único de todo lo que sucedía, pues lo que hacía, no tenía nada que ver con lo que debiera hacer, pues de una u otra forma, era lo que cruelmente él había vivido, por eso se emborrachaba y trabajaba sin más ilusión que terminar de trabajar para seguir emborrachándose, y al final, aquello era ver a sus hijos como su padre veía a los suyos, como extraños que compartían un mismo techo y que parecía que ellos iban creciendo, pero de lo que no estaba seguro, pues el tiempo seguiría pasando, y tal como el lunes dejaría de serlo para pasar a un martes y después a algún otro día que no era ninguno de los mismos que había vivido, Mario seguiría envuelto en el tétrico manto de lo que vivió en su infancia, para aniquilar los sueños de aquellos a los que debía amar y proteger.
(Modisto)

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