domingo, 30 de junio de 2019




JAZMINES EN LOS BALCONES

Trabajé de figurante en una película de Woody Allen, de esas que hace una cada año en las que todas son lo mismo pero no hay dos iguales, y que solo algunos aprecian y pocos las ven. Y ese fue todo mi currículum en el mundo del cine y en el mundo que tuve que seguir soportando vivir. Salía de espaldas paseando por un Manhattan de colores vivos, mientras Allen y Keaton a los que yo no veía, hablaban seguro que de cosas importantes, pero sus palabras a mí tampoco me llegaron, solo las escuché meses después cuando en la sala de un cine olvidado y diminutamente opresivo me senté a ver la película, y sobre todo, a ver los segundos de gloria de mi espalda que no iban a valer ninguna nominación ni mucho menos ningún premio. Pero eso de ser el hijo y el nieto de inmigrantes que se sustentaron del trabajo en las fábricas que directamente te llevaban a la tumba desde la santidad de tu productividad, con los pulmones desechos en miles de pedazos que se van deshaciendo en la construcción de tu propia tumba, eso de aparecer donde lo hacen las estrellas del celuloide es la estupidez de un sentirse un momento fuera de aquella vorágine de tu destino, aunque al salir de la sala te des cuenta de que ni tienes dinero para cenar ni lugar donde dormir, y eso del cine fuera como si la luna bajara y te besara en la boca. Y luego, como siempre, siguieras solo.

(Modisto)

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