ÓPERA
El conductor del
autobús, en la parada justo enfrente del teatro de la ópera, miró el reloj y
comprobó que aún tenía minutos y horas para dejar estacionada su herramienta de
trabajo, bajarse decirles a los pasajeros lo que iba a ocurrir y que ellos
decidieran, entrar a hacer un pis, arrinconarse en alguna esquina escondida
pero bien ubicada de la majestuosa platea de la Ópera de París y comenzar a oír
y a deleitarse con La flauta mágica, solo porque era lo único que iba a unir a
los ocupantes de aquel autobús que regresaba con cansados trabajadores que
nunca soñaron con asistir a una ópera, pero que ahora todos ellos iban a
disfrutarla y lo hacían porque se abalanzaban sobre la entrada tal como les
indicó el conductor solitario que les precedía y que conocía bien los puntos
débiles, pasillos y esquinas redondeadas del edificio y la hora y el día del
asalto, quizás como lo hicieron los valientes de la Bastilla. Así era mi padre
con los demás y consigo mismo, un amante de la ópera y de la justicia y un
olvidado de su hijo.
(Modisto)
No hay comentarios:
Publicar un comentario