domingo, 30 de junio de 2019


ÓPERA

El conductor del autobús, en la parada justo enfrente del teatro de la ópera, miró el reloj y comprobó que aún tenía minutos y horas para dejar estacionada su herramienta de trabajo, bajarse decirles a los pasajeros lo que iba a ocurrir y que ellos decidieran, entrar a hacer un pis, arrinconarse en alguna esquina escondida pero bien ubicada de la majestuosa platea de la Ópera de París y comenzar a oír y a deleitarse con La flauta mágica, solo porque era lo único que iba a unir a los ocupantes de aquel autobús que regresaba con cansados trabajadores que nunca soñaron con asistir a una ópera, pero que ahora todos ellos iban a disfrutarla y lo hacían porque se abalanzaban sobre la entrada tal como les indicó el conductor solitario que les precedía y que conocía bien los puntos débiles, pasillos y esquinas redondeadas del edificio y la hora y el día del asalto, quizás como lo hicieron los valientes de la Bastilla. Así era mi padre con los demás y consigo mismo, un amante de la ópera y de la justicia y un olvidado de su hijo.

(Modisto)

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