EXTRAÑOS
SIN UN TREN
Recordé de pronto que
quien había disparado contra aquella adolescente de pelos enrarecidos por su
infancia sin padre pero con madre bien amueblada de tetas que se ganaba la vida
sobre un montón de negocios que se convierten en montañas de oportunidades en
las calles de las oportunidades más bajas, había sido yo, pero la muchacha no
quería seguir los pasos de su madre y por eso se negó a chuparme la polla
cuando se lo pedí, cuando estábamos en la parte trasera del aparcamiento a la
opaca luz de la nocturnidad con mis pantalones ridículamente bajados, me dijo
simplemente que no lo haría, pero que le diera su dinero, el dinero que se
había trabajado conmigo, con su cuerpo en mi cuerpo en los roces mientras
bailaba y bebía conmigo y me decía obscenas onomatopeyas al oído, mira cómo te
la he puesto, señalándome con su mano abierta el miembro que se me salía de su
vena, quiero mi dinero, me lo he ganado, y de verdad que se lo había ganado,
pues yo hacía meses que no me la sentía, sino solo al mear, desde que
Secominuca se dejó joder por detrás, por algún boquete o hueco de su cuerpo que
mostraba su espalda, en aquella abertura que encontró mi polla, mientras ella
gritaba el nombre de otro que a mí no me importaba, y que después me enteré que
le pertenecía a un teniente de policía que algún demente se inventó que era el
jefe de un departamento tan extravagante como era el haberlo llamado
departamento del amor, que era imposible saber eso a qué se dedicaba, pues era
bastante estúpido, pero yo, yo es que iba a reventar, y la tenía tan cerca y
era una muchacha que me pareció no tan linda como sí infinitamente sexy, que si
no te la comes ahora, te mato, y le enseñé la Smith & Wesson que dibujaba
mi costado, pero siguió con lo de aquello que el dinero se lo había ganado y
que eran sesenta dólares el total del servicio y que no bajaba ni un centavo
porque aquello de levantármela tenía su esfuerzo y su precio y que era un
trabajo muy profesional, mírate, no se te baja porque yo sigo estando aquí y tu
puta polla me mira y yo la miro a ella y mientras eso sea así, tú tienes que
pagar, ¡joder!, hablaba como una puta sindicalista después de reivindicar su
trabajo bien hecho y soltar con convencimiento todo aquello de que cumplía
escrupulosamente el convenio colectivo y el estatuto de los trabajadores, pero
ella no era una trabajadora ni pertenecía a ningún colectivo de levantadores de
polla, entonces, al pensar en todo ello me volví a calentar y aquello que se
erigía en horizontal poco más debajo de mi barriga, estaba a punto de reventar
y de explotarme en las sienes que a poco me iban a estallar, y decidí que antes
que se me reventaran a mí, las sienes se las reventaría yo a aquella desgraciada que solo
tenía la dignidad de quien ha nacido para ser puta y aún se niega a serlo, a
pesar de llevar todas las papeletas y a pesar de que me tenía allí delante
dispuesto a que me comiera lo que yo estúpidamente creí que era lo que ella más
deseaba, y que era esa patética viga que sostenía mi edificio de ansiedad de
correrme, y como ella decidió no pasar la línea de las personas decentes,
separé la Smith & Wesson, la acerqué bien apretada a su sien derecha y le
disparé una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces hasta que me di cuenta de que
me no me quedaba ni una bala más, y que todas ellas habrían salido por su sien
izquierda.
(Modisto)
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