EPIDEMIA
La
epidemia llegó bien temprano, serían las siete de la mañana poco más o menos, y
la ola de calor prometía seguir haciéndose fuerte, de ahí que al despertarme
siguiera escuchando las aspas del ventilador que empezaron a funcionar la noche
de ayer y que sería imposible que ahuyentara la epidemia de miedo que ya a esa
hora en ese día, empezaría a atravesar las venas de los habitantes a los que se
les prohibía decir no a cualquiera de las preguntas que solo recibirían respuestas
del sí, y de esa forma la mayoría sustentaba a la minoría que los gobernaba
sometiéndolos a una dictadura que en cualquier año aún tendría muchos años para
seguir viviendo, aunque en algunos de ellos pareciera que la gente se sintiera
libre, pues tras aquello, la epidemia seguiría agigantándose para renacer de
sus cenizas si en algún momento era ficticiamente destruida, y volver a una
opresión más efectiva y duradera, y los habitantes de aquella confortable
ciudad se revitalizarían en el sí comunitario que habían aprendido a decir
desde pequeños en sus familias, reafirmándolo después en escuelas, institutos y
universidades y ampliándolas, conforme iban formando sus propias familias. Son
esas cosas propias de las epidemias, que alguien las propaga con un claro
sentido, pero que al poco, como cualquier epidemia, se propaga sin control, y
peor, es que tantos muchos mueren tanto mucho antes de poder preguntarse por
qué son ellos precisamente los que han sido afectados, cuando en realidad, y
sin que nadie se atreva a hablar sobre ello, son todos los habitantes de
aquella ciudad, los que están infectados.
(Modisto)
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