sábado, 24 de agosto de 2019


EPIDEMIA

La epidemia llegó bien temprano, serían las siete de la mañana poco más o menos, y la ola de calor prometía seguir haciéndose fuerte, de ahí que al despertarme siguiera escuchando las aspas del ventilador que empezaron a funcionar la noche de ayer y que sería imposible que ahuyentara la epidemia de miedo que ya a esa hora en ese día, empezaría a atravesar las venas de los habitantes a los que se les prohibía decir no a cualquiera de las preguntas que solo recibirían respuestas del sí, y de esa forma la mayoría sustentaba a la minoría que los gobernaba sometiéndolos a una dictadura que en cualquier año aún tendría muchos años para seguir viviendo, aunque en algunos de ellos pareciera que la gente se sintiera libre, pues tras aquello, la epidemia seguiría agigantándose para renacer de sus cenizas si en algún momento era ficticiamente destruida, y volver a una opresión más efectiva y duradera, y los habitantes de aquella confortable ciudad se revitalizarían en el sí comunitario que habían aprendido a decir desde pequeños en sus familias, reafirmándolo después en escuelas, institutos y universidades y ampliándolas, conforme iban formando sus propias familias. Son esas cosas propias de las epidemias, que alguien las propaga con un claro sentido, pero que al poco, como cualquier epidemia, se propaga sin control, y peor, es que tantos muchos mueren tanto mucho antes de poder preguntarse por qué son ellos precisamente los que han sido afectados, cuando en realidad, y sin que nadie se atreva a hablar sobre ello, son todos los habitantes de aquella ciudad, los que están infectados.

(Modisto)

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